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China de aniversario: un "poder blando" que negocia duro

El gigante asiático es el principal socio comercial de 130 países: uno de ellos Uruguay
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29 de septiembre de 2019 a las 05:00

Este martes 1º de octubre se celebra el 70º aniversario de la República Popular China, desde que Mao Zedong la proclamara en 1949 en la Plaza de Tiananmen como un Estado de partido único controlado por el Partido Comunista. Pero esta de hoy es tanto la China de Mao como la de Deng Xiaoping, el líder que sentó las bases de la China moderna, inició y consolidó su apertura económica y lanzó al gigante asiático en una espiral de crecimiento fenomenal.

Gracias a ello, China es hoy la segunda potencia del planeta, y se espera que supere a Estados Unidos como la primera en algún momento antes o después de mediados de siglo. 

En la actualidad, China es el primer socio comercial de 130 países, entre los que se encuentran varios latinoamericanos: Brasil, Chile, Perú, Uruguay, Ecuador. Es también el segundo socio comercial de otros países, como Argentina y Colombia. Y tiene grandes proyectos de infraestructura en varios países de la región a través de su iniciativa de expansión conocida como Belt and Road (la Franja y la Ruta), una estrategia de inversiones astronómicas en megaproyectos de infraestructura lanzada en 2012 por el actual presidente Xi Jinping con la que China pretende conquistar el mundo. De hecho, lo está haciendo.

Es por todo ello que muchas veces suele pasarse por lo alto lo más obvio: que China es una dictadura donde se violan los derechos humanos, se prohíbe el disenso político y se persigue a las personas por sus ideas. 

Nadie dice nada

Más que celebrarse el aniversario de un Estado totalitario que ha asesinado y encarcelado a varios miles de ciudadanos, debería recordarse con respeto y duelo otro hecho sucedido en la misma Plaza de Tiananmen, que hoy en China ni siquiera se puede mencionar en público: la masacre en 1989 de miles de manifestantes por la democracia ordenada por el propio Deng Xiaoping, esa especie de “Dr. Jeckyll y Mr. Hyde” del pasado reciente chino capaz de concebir todo el potencial económico de su gran nación y  al mismo tiempo emparentarlo con la “necesidad” (en esos términos lo planteó Deng entonces) de masacrar a sus nacionales.

Incluso millones de chinos han comprado el relato del régimen de que quienes en el exterior critican su autoritarismo y represión interna lo hacen solo por desmerecer el advenimiento de China como potencia mundial, en un típico argumento nacionalista negador de la realidad. 
Quienes no se ciñen a ese guión dentro de China, simplemente son tachados de subversivos, perseguidos o encarcelados, como el Premio Nobel Liu Xiaobo, que purgó condena en las mazmorras chinas hasta unos días antes de su muerte en 2017. 

Y luego, todos los abusos y atropellos conocidos en los diferentes enclaves más calientes de China: desde Hong Kong hasta el Tíbet, pasando por Xinjiang, en el Noroeste del país, donde el gobierno de Xi Jinping mantiene detenidos en campos de concentración a más de 1 millón de musulmanes iugures. El mes pasado, el régimen liberó a algunos de ellos y declaró en conferencia de prensa ante los medios internacionales que ahora todos los uigures “viven una vida muy feliz”.

Parece una broma de mal gusto, pero esa es la política de derechos humanos de la seguramente próxima primera potencia del planeta, de la cual hoy varios países ya tienen una profunda dependencia, y cuyo crecimiento exponencial ha sido responsable de las recientes bonanzas económicas de varios países de América Latina y el mundo. 

Por eso nadie dice nada. La única líder occidental que ha dicho algo al respecto fue Angela Merkel, quien visitó Beijing a principios de mes y exhortó a Xi a “respetar los derechos y libertades” del pueblo de Hong Kong. El resto calla en forma elocuente.

La trampa de Tucídides

Con Washington lo que hay es una disputa comercial y tecnológica, tal vez el único asunto sobre el que Donald Trump no enfrenta resistencias al interior de Estados Unidos. Y no son pocos los analistas que vaticinan que esa pugna habrá de terminar en un conflicto bélico. 

Es lo que el académico de Harvard Graham Allison llama “la trampa de Tucídides”, según la cual cuando hay una primera potencia declinante y una segunda que emerge, todo termina en un enfrentamiento armado por la hegemonía mundial. 

¿Qué tan realista es esta hipótesis? ¿Puede todo esto desembocar en una guerra entre Estados Unidos y China? Imposible saberlo. 

Lo que sí se debe señalar es lo inconsistente de la teoría de Allison: Tucídides era un griego de la Grecia Clásica que escribía sobre las Guerras del Peloponeso. Desde entonces, han sido tantas las veces en que la primera y segunda potencias de un período histórico determinado no se han enfrentado militarmente, como las que sí lo han hecho. 

Es simplemente una hipótesis fallida, como tantas otras teorías de Harvard sobre las relaciones internacionales a las que se les ha dado una gran difusión y bombo y luego han demostrado ser puro humo: ‘El choque de civilizaciones’ de Samuel Huntington, que pronosticaba un gran conflicto mundial a partir de lo que identificó como las nueve civilizaciones del mundo. Y un par de años antes, ‘El fin de la historia’, donde Francis Fukuyama imaginó un mundo en que la democracia liberal había triunfado para siempre.

No conviene dejarse llevar por estos “bestsellers” del pensamiento. Así, China y Estados Unidos tienen hoy tantas probabilidades de terminar en una guerra, como no.

Lo que habría que pensar, más bien, es qué futuro le espera a un mundo en que la primera potencia es un Estado totalitario donde no se respetan las libertades y los derechos humanos. 

Xi Jinping y los voceros del gobierno chino insisten en que lo suyo es un “poder blando”, que no tienen intenciones de exportar su modelo y, mucho menos, de imponerlo en ninguna otra parte del mundo. Ellos solo quieren hacer negocios, dicen.

Sin embargo, aunque no lo exporten, su modelo autoritario de partido, sino único, todopoderoso, y capitalismo de Estado ya ha sido replicado en Rusia por Vladimir Putin –con matices, desde luego– y empieza a cobrar fuerza en algunos países de Europa del Este.

Pero peor aún, ¿qué significaría una primera potencia con las características de China para el futuro de América Latina? 

La respuesta está en el presente: hoy el gobierno de Xi apoya al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela. Si los muertos de Tiananmen hace 30 años no son un llamado de atención suficiente, deberían serlo los que recientemente han perecido en las cal

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