Un pacto
Leonardo Pereyra

Leonardo Pereyra

Historias mínimas

Chorros eran los de antes: una propuesta contra la inseguridad

Los lúmpenes de ahora no entienden que el negocio pasa por afanarte, dejarte ir para que ganes más plata y poder afanarte de nuevo.
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24 de septiembre de 2013 a las 00:00

El mayor problema de la llamada inseguridad pública tiene menos que ver con la cantidad de delincuentes que con su ética. Ya casi no hay chorros-chorros. Gente que se acerca para encañonarte, pedirte toda la guita e irse.

Resulta que ahora, además, te matan. ¿Por qué? ¿Cómo no entienden que el negocio pasa por chorrearte, dejarte ir para que trabajes y ganes más plata y, entonces, poder afanarte de nuevo? No. Estos lúmpenes de ahora van y te matan aunque les des toda la guita. Eso es una deslealtad. Porque si me vas a afanar me tenés que dar la posibilidad de salir corriendo o de darte la plata. Así se hacen las cosas.

Acá lo que se necesita urgentemente no es tanto bajar la delincuencia como la declaración de un pacto social. Se precisa, por lo menos, volver al tiempo en que las escuelas y las iglesias eran intocables. Según se cuenta, a los ladrones de antaño ni se les ocurría mancillar esos lugares en los que sabían –o tal vez lo intuían- se trabaja con cosas importantes como el saber y la fe.

Ahora se afanan hasta las tizas y las crayolas e incluso fingen confesarse con el cura para luego apuntarle a través de la rejilla. No te dejan ni la imagen de San Antonio y no dudan en traficar con estampitas.

Si ellos se portaran mejor, nosotros podríamos otorgarles algunos beneficios. Por ejemplo, se podría discutir la posibilidad de cederles a los chorros –si lo piden con buenos modales y sin sacar el bufo en la nave principal- la décima parte de los diezmos del templo, aunque más no fuera en recuerdo del Buen Ladrón que acompañó a Jesús en su primer viaje al cielo.

Por otro lado, a aquellos chorros que demuestren que pudiendo afanar una escuela no lo han hecho, se les otorgaría por única vez el sueldo de un maestro para que puedan vivir decentemente durante cuatro días.

Eso sí: en caso de que violen estos acuerdos se les aplicará la pena máxima. Podrán elegir entre ser sometidos a una reprimenda por parte de un dirigente sindical del magisterio o ser liberados, con los pies atados, en medio de una marcha contra la inseguridad.

Veamos otro de los viejos preceptos vejados hasta la saciedad por los nuevos ladrones: en el barrio no se roba. Ahora le afanan a la vecina, al quiosquero de la cuadra y al que toma el consumo de la luz.

Con este desvío hay que ser implacable aunque sin dejar de apreciar la obviedad de que los amigos de lo ajeno solo pueden hacer su agosto allí donde hay plata. Por tanto, a los chorros que, pongamos por ejemplo, viven en La Teja y ejercen en esa zona, se les aumentará la pena al doble.

Pero a quienes viviendo en Las delicias de Punta del Este le roban a sus vecinos, se los beneficiará poniéndoles como vigilantes permanentes a alguno de los ministros del Interior del quinquenio pasado.

Es decir, deberíamos aprender a cohabitar sin arruinarle la existencia a nadie. Cada uno con su herramienta: el que trabaja con sus manos y el que roba con un revolver pero con la única intención de llevarse la plata que no es suya. Entonces sí, acaso, todos podremos vivir un poco más tranquilos nuestras viditas.

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