Sebastián Cabrera

Sebastián Cabrera

Biromes y servilletas > ciudad

Cómo tirar 100 pesos en siete minutos

Debuté con una máquina tragamonedas un miércoles a las 7 de la mañana. Eso sí, no estaba solo.
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01 de octubre de 2015 a las 00:00

La puerta está trancada. El guardia mira por una ventanita y abre: se ve que mi cara es medianamente fiable. Le digo buenos días, atravieso otra puerta y avanzo despacio en una sala repleta de máquinas tragamonedas.

Atrás queda una mañana fría, ventosa y con algo de llovizna en el centro de Montevideo. Son las 7.20 y en el local de Maroñas en 18 de Julio y Yaguarón unas 15 personas juegan en silencio, esparcidas en diferentes puntos de la sala. La mayoría son mujeres cincuentonas y sesentonas pero también hay algunos hombres solos más o menos de la misma edad, un muchacho que no tendrá más de 25 años y una pareja. Ellos dos están juntos pero cada uno con la mirada concentrada en su máquina.

Atravieso casi toda la sala y voy directo al cajero automático. No es cualquier cajero, es uno en el que siempre hay plata. Trabajé mucho tiempo cerca de esta esquina donde alguna vez funcionó el diario El Día y hay algo que tengo claro: cada vez que en los demás cajeros de la zona había problemas, yo sabía que en este iba a estar todo bien. Seguramente sea el cajero mejor abastecido de esta zona de la ciudad (esto me lo enseñó un día mi amigo Fabián y les aseguro que durante un tiempo le estuve muy agradecido).

Pero, es obvio, que un cajero automático esté adentro de una sala de juegos va en contra de toda lógica. Es casi surrealista: quien tiene adicción al juego no debe hacer el mínimo esfuerzo en ir a buscar más dinero.

Uruguay es un país lleno de contradicciones, esta es apenas una más. Por un lado el Estado fomenta el juego, gana dinero con las apuestas y demás juegos de azar y hasta permite que haya cajeros adentro de los casinos. Pero, al mismo tiempo, se preocupa por las máquinas tragamonedas en los bares (el presidente Tabaré Vázquez analiza regularlas y aumentar las penas a las que están en situación ilegal) y dedica recursos económicos a tratar la adicción al juego.

Desde hace seis años existe un centro de atención a ludópatas en el Hospital de Clínicas, que dirige el psiquiatra Oscar Coll. Hace unos días el semanario Búsqueda publicó un informe donde Coll, encargado del programa de Prevención y Tratamiento del Juego Patológico, dice que el 90% de las ludopatías son producidas por máquinas tragamonedas. Afirma, además que en los últimos seis años se duplicaron los casos de adicciones al juego y que sus proyecciones indican que para 2018 se triplicará el número de consultas.

-La sala no cierra nunca -me habían respondido por teléfono cuando llamé, hace unos días, a averiguar el horario.

Un lugar que esté abierto siempre, aunque sea un miércoles a las 7 de la mañana, debe ser un muy buen negocio. En eso pienso mientras saco algo de plata y voy rumbo a la caja. Nunca en mi vida jugué a la ruleta, al póker, a la quiniela ni al Cinco de Oro. Ni siquiera pongo plata en los colectivos de fin de año, me opongo al juego casi que por ideología. Tampoco jugué nunca en una tragamonedas, esta será mi primera vez.

La cajera me explica que puedo poner el billete directo en la máquina. Así que hago eso y elijo al azar una que se llama algo así como Illermaids Treasure. Pongo 100 pesos y arranco a jugar sin saber mucho cómo hacerlo.

Toco botones una y otra vez sin mucho criterio, mientras las figuritas dan vueltas en la pantalla y de a poco veo cómo mi crédito baja.

Una señora pasa a mi lado y entra a un ascensor que, creo, lleva al bar que está en el piso superior.

De fondo la musiquita de las máquinas empieza a estar cada vez más presente. No sé si le subieron el volumen o es que al principio no le había prestado atención. Es un ruidito machacón que, imagino, en un par de horas podría ser una tortura.

Seis o siete minutos más tarde la máquina queda bloqueada. Creo que me gasté los 100 pesos pero no estoy seguro. “El juego paga 10”, dice en la pantalla.

Pregunto en la boletería y me envían "con las chicas de marketing". Así que voy hasta un mostrador donde una morocha con cara de tener ganas de irse para su casa me pregunta en qué máquina estaba jugando.

-Una allá al fondo –le digo, y señalo la maquina.- ¿Qué significa que el juego paga 10?

-Que te da 10, pero no es mucho –me responde, y se encoge de hombros.

-¿No puedo seguir jugando? –le pregunto.

Se ve que le di pena porque me acompaña hasta la máquina y entonces me explica que tengo 29 pesos de crédito pero solo se puede jugar a partir de 30.

-¿Qué hago? –le pregunto.

-Ponés más plata o...

-¿Marché?

Ella hace un gesto como que sí, y entonces me doy cuenta que mi primera incursión con las máquinas tragamonedas terminará más rápido de lo que pensaba.

Salgo a la calle, la luz del día me da con todo en la cara. Un tipo duerme tirado en la vereda y en la esquina un policía custodia un banco al que le rompieron el vidrio de una ventana. Las tapas de los diarios hablan de manifestaciones y paros. Vuelvo a la vida real, esa en la que no hay musiquita de fondo, cajeros que siempre dan dinero ni chicas de marketing que te explican todo.

Nota: Hace unos meses escribí sobre los bares al amanecer. Este post podría tomarse como una continuación de aquel. El fenómeno, en el fondo, tiene unas cuantas cosas en común.

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