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Conaprole sin paz ni autoridad sobre sí misma

La lucha de clases ataca de nuevo
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16 de septiembre de 2018 a las 18:38

El Uruguay vive preso de dos contradicciones fundamentales que le impiden y le impedirán despegar. Son dos fuentes de  preconceptos y de rispideces evitables que, de persistir, nos condenará indefectiblemente a la mediocridad. 

Una de esas falsas contradicciones que nos frenan gravemente es la idea pseudo científica de la lucha de clases. Es fundamental dar un debate que vaya a lo más profundo de lo teórico para luego ir a lo práctico y proponer que la idea se archive en el anaquel donde van las ideas probadamente erradas.

Filosóficamente es un típico producto errado del idealismo alemán y del platonismo. El creer que por alguna razón existen categorías ideales perfectas que de alguna manera determinan la realidad en la que nos movemos día a día.

Hegel creía que todo se movía en función de “la dialéctica” todo tenía que necesariamente ser visto como una lucha de opuestos de la que emergía una nueva realidad y una contradicción subsiguiente.

Marx leyó a Hegel y a Darwin y creyó encontrar la piedra filosofal de la historia. Tomó la idea y postuló que la contradicción fundamental de la sociedad era la económica entre los capitalistas captadores de plusvalía y los obreros expoliados de esa plusvalía. Y que esa lucha era, como en la selección natural, una lucha indefectible, irreconciliable y en la que –final feliz– los obreros triunfarían, serían felices y tendrían la abundancia y la felicidad aseguradas. 

Una idea que asume dos errores. Uno que esa relación es congelada y necesariamente contradictoria. Marx no pudo imaginar por ejemplo una empresa donde los obreros sean partícipes de las ganancias, teniendo acciones o ganando terneros o corderos por hacer un trabajo de calidad en un establecimietno ganadero. No imaginó las empresas del silicon Valley donde los trabajadores explotados viven en la opulencia y el estímulo intelectual permanente.

El segundo error fundamental es suponer que la economía es un juego de suma cero en el que si el empresario gana más es porque el trabajador lo está pasando peor. La economía fluída de este siglo es  todo lo contrario de eso. 

Lo que se viene es la economía colaborativa de mil maneras, el trabajador nómade que realiza tareas por internet mientras recorre el mundo, la lógica de la red es la de la sociedad contemporánea.

Es necesario debatir teórica y prácticamente respecto a la lucha de clases hasta explicar las mil razones por las que la idea es equivocada. En el plano teórico, evidentemente las contradicciones sociales no son contradicciones perpetuas e inamovibles. Son problemas a resolver. Como bien señalaba el siempre lúcido Russell, no hay una dialéctica inevitable más que en la imaginación de Hegel. En sociedades de primates racionales, surgen conflictos y se resuelven de una manera cada vez más razonable y de esa manera se prospera. 

Por supuesto que si alguien asume el poder y roba el dinero de los empresarios, los empresarios no lo tomarán con alegría, porque nadie hay que asuma un robo con alegría. Se irán. Y eso generará un shock económico. El concepto de lucha de clases es incompatible con el de inversión. Algo tremendamente obvio que a la larga genera contradicciones inevitables que hacen que baje la inversión y atrás de ella el empleo. Quien quiere invertir quiere socios y aliados, no enemigos irreductibles en nombre de la dialéctica marxista.

El otro conflicto a levantar inexorablemente si queremos que nuestros nietos se queden aquí y vivan en un país desarrollado es la ridícula contradicción campo/ciudad. Cada vez más creo que instancias como la Expo Prado, la expo Activa, las diversas exposiciones que se realizan en el interior deben servir urgentemente para que urbanos y rurales se sientan integrantes del mismo equipo celeste.

Algo casi obvio. Pero cuando alguien visita la Expo Prado 2018 y ve lo menguada de la participación lechera, puede entenderlo fácilmente: la lucha de clases está hiriendo y desangrando a la principal empresa, Venezuela ha dejado cuentas sin cobrar que debe cargar la lechería uruguaya, de la que siempre nos sentimos orgullosos.

Hoy masivamente los trabajadores con vacas se preguntan si vale la pena seguir. Es muy grave el desprecio inadmisible a gente que trabaja desde antes de que salga el sol, sin pausa de domingo ni feriado, por parte de trabajadores urbanos que cobran salarios superiores al laudo. Pareciera que quieren tomar el timón de la empresa, al estilo “todo el poder a los soviets” y tratan a los tamberos de “comebosta” sin que eso pueda ser sancionado. Pero aún más que eso duele ver la indignación, la sensación de infinita injusticia que sienten tamberos y tamberas de todo el país que luego de tener el mismo precio de la leche en pesos por años, vieron una baja en el precio nominal de la leche hace pocos días.

Se sienten despreciados por un Ministerio de Trabajo que convalida que la empresa deba consultar al sindicato para organizar relevos de trabajadores, como si el técnico de la selección tuviera que consultar a la Mutual de jugadores a la hora de nominar una plantilla.

Pase lo que pase, saben los tamberos  que inevitablemente la lucha de clases atacará de nuevo, siempre habrá algo más que pedir para cumplir con el mandato histórico de arrancar algo más a los burgueses productores. Y se preguntan para qué seguir atados a un trabajo tan exigente. Alquilar, poner árboles, verlos crecer sin sindicato involucrado ni trabajadores. Todos lo piensan. Cero ocupación, cero conflicto arbitrario.

Si en Uruguay se cae la lechería no es porque no se sepan hacer productos de altísima calidad, no es porque los productores no estén buscando siempre las mejores tecnologías y prácticas posibles.

Es  porque hay una organización que cree  que dañar a “los grandes lecheros” es hacer el bien a la humanidad y ayudar a los pobres. No importa que en la práctica siempre haya funcionado mal la ideología del enfrentamiento inevitable: la tarea es intentarlo una vez más.

Es por lo mismo que los venezolanos huyen hambrientos de la devastación de su país. Es por lo mismo que Venezuela ha dejado un clavo de US$ 39 millones en Conaprole. La absurda idea de que el empresario es alguien a quien por razones filosóficas hay que perjudicar lo más posible hasta derrumbarlo.

El debate es ineludible. ¿Quién asume las consecuencias de seguir apostando a la lucha de clases que ha traído la destrucción siempre y en cada lugar donde se aplicó? ¿Los defensores de la idea de la lucha de clases, ¿qué caso de éxito tienen para mostrar? ¿Quién se hace cargo de que una cláusula de paz no funcione ni una semana, mientras el principal cliente de los lácteos está ante una super devaluación? ¿A quién le está importando la salud de Conaprole en el corto, mediano o largo plazo? Y quienes creemos que la sociedad es algo mejor que un ring. ¿Qué hacemos cada día para que eso suceda? Al menos debemos esforzarnos en ser didácticos: el objetivo compartido es hacer crecer la masa salarial, lograr salarios cada vez más altos y al mismo tiempo la menor desocupación posible. El objetivo es difícil. La única manera es con más innovación. Para que haya innovación tiene que haber inversión. Para que haya inversión no puede haber lucha de clases, tiene que haber equipos estimulados.  Es tan simple como eso.

Por supuesto que los trabajadores tienen todo el derecho del mundo a organizarse y es bueno que lo hagan. Debería ser para garantizar que los frutos de la innovación y la inversión se repartan, no para ver de qué nueva manera se puede perjudicar al que invierte. Algún día el odio de clase se recordará como una variante del racismo. Algo perimido y despreciable. Y entenderemos que nos irá tanto mejor cuánto mejores redes sepamos construir desde el muto respeto, trabajadores, empresarios, gente del campo y de la ciudad. Allí mejorarán sustentablemente los salarios y se mantendrá una desocupación baja. Lo que debería desear un sindicato.

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