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Conservadurismo

Réplica a un artículo de Soledad Platero
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28 de enero de 2019 a las 05:04

Soledad Platero, en su artículo Quiere soplar un viento del norte (La Diaria, 27/11/2018), comentó mi artículo Populismos, diciendo lo siguiente: “Yo creo que hay que reconocerle a Bonifacio de Córdoba su meridiana claridad para explicar la diferencia sustancial entre un conservador y un progresista (…): mientras el primero cree que el mundo está bien por definición, porque así fue dado directamente de las manos del Señor (…), el segundo cree que las cosas no están necesariamente bien cuando son injustas, y que para modificarlas existe la política. Para el conservador, lo político no existe: es apenas el formato jurídico e institucional del que se vale el orden natural para protegerse y perpetuarse. El progresista, en cambio (…), en su afán de ir contra natura, no vacila en criticar las estructuras institucionales que le parecen injustas o abusivas (ni en derribarlas, si fuera menester)”.

Hay distintos tipos de conservadurismo, que se distinguen entre sí en función de lo que pretenden conservar. Seguramente existe un conservadurismo interesado en conservar el statu quo, o sea mantener el orden social vigente con todos sus defectos e injusticias. En mi artículo Populismos queda claro que no es ese el tipo de conservadurismo que defiendo. Lo que a los cristianos nos interesa conservar (además del depósito de la fe, pero ese es otro tema) no es ningún orden social injusto, sino el apego a la ley moral natural, que es la ley intrínseca que rige nuestro desarrollo en cuanto personas. Precisamente nuestra adhesión al orden moral objetivo es la que nos impulsa a rechazar todo orden social injusto, y a trabajar por el crecimiento del bien común y la justicia social.

Ciertamente, los cristianos alabamos a Dios por el orden maravilloso de la Creación. ¿Cómo no contemplar con admiración y gratitud, por ejemplo, el “ajuste fino” de las constantes físicas fundamentales que hace posible la existencia de la vida en el universo? ¿Cómo no extasiarse ante la intrincada trama de las complejísimas y eficientes “máquinas moleculares” que componen las células o ante el cerebro humano, el objeto más sorprendente del universo material? No obstante, es evidente que el reconocimiento del diseño inteligentísimo del orden natural no impide a los cristianos afirmar la existencia del mal físico y del mal moral. No puedo sintetizar aquí, en unas pocas líneas, la respuesta cristiana al problema del mal, ni la doctrina cristiana sobre el pecado original, el pecado personal y el pecado social. Empero, basta aludir a ellas para darse cuenta de que el conservadurismo cristiano (el que yo sostengo) no consiste en considerar que todas las cosas de este mundo están bien como están. Para subrayar este punto, citaré una sola frase del Nuevo Testamento: “El mundo entero yace en poder del Maligno” (1 Juan 5,19).

El artículo de Platero contiene al menos otras dos caracterizaciones de los conservadores que en mi opinión son erróneas. Por una parte, la autora afirma que la visión conservadora “insiste en que con fe y voluntad puede lograrse cualquier cosa”. Sin embargo, esa afirmación no es propia de la doctrina cristiana tradicional, sino más bien del “pensamiento positivo” de la New Age. No se debe confundir la esperanza cristiana con el optimismo psicológico o ideológico. Sobrellevar con paciencia y esperanza sobrenatural los contratiempos inevitables de la vida es una parte integral de la propuesta cristiana.

Por otra parte, Platero dice: “Hay dos formas opuestas de entender la vida en común. Hay una perspectiva según la cual el bien común es meta y responsabilidad colectiva, y hay otra que, en cambio, entiende que la meta es el éxito personal, y que la responsabilidad del resultado es exclusivamente propia”. Es claro que la autora atribuye a los conservadores esa segunda forma de entender la vida en común. En mi caso, nada más alejado de la verdad.

En Populismos, citando a Aristóteles, recuerdo que las formas de gobierno adecuadas son las que buscan el bien común. Y en otros artículos publicados en El Observador he rechazado explícitamente el individualismo y el liberalismo y he subrayado la importancia que el socialcristianismo otorga al principio de solidaridad, que debe ser entendido en conexión con el principio de subsidiariedad.

Concluyo este artículo señalando que la antropología individualista hace estragos no sólo a la derecha, sino también a la izquierda del espectro político. La profunda desconfianza izquierdista frente a todo lo privado (propiedad privada, empresa privada, etcétera) está bastante relacionada con la premisa individualista según la cual, como pensaba Hobbes, en el estado de naturaleza (es decir, antes del mítico contrato social) “el hombre es un lobo para el hombre”.

La sociedad no sería algo natural y bueno de por sí sino un mal necesario para alcanzar una mayor seguridad, desarrollo e igualdad. Y de hecho no pocos izquierdistas, pese a su abstracta solidaridad con la humanidad, no son solidarios con el prójimo real que tienen a su lado. Cabe sospechar que esa clase de izquierdistas busca que el Estado se ocupe de los necesitados (incluso los de su propia familia), para no tener que ocuparse de ellos por sí mismos. 

 

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