El Río de la Plata nos divide tanto como nos une. Somos dos expresiones de ciudadanía que se dieron diferentes formas de relacionarse con el mundo exterior, sus instituciones y entre sus individuos. Ellos tienen la lucha por la soberanía de las islas Malvinas, nosotros no. Ellos tienen al peronismo, nosotros no. Ellos a Diego Armando Maradona como máximo ídolo deportivo, nosotros a Diego Forlán o la propia selección uruguaya en su conjunto. Nosotros tenemos a Punta del Este, que ellos ayudaron a construir. Ellos tienen a Buenos Aires y nosotros les dimos a Carlos Gardel para que le cante.
Los argentinos son la expresión más parecida en el mundo a la nacionalidad oriental. Somos diferentes pero parecidos, distintos, pero con demasiadas cosas en común.
Cuando los uruguayos se miran en el espejo de Argentina ven lo que pudimos haber sido y no somos ni queremos ser. Por un lado, los envidiamos un poco, sobre todo por la autoestima alta, pero por otro lado nunca jamás querríamos ser como ellos, ni siquiera parecernos demasiado. Somos más humildes y ubicados, cosa que ellos admiran de nosotros. Ellos tienen un papa en el Vaticano, nosotros somos bastante ateos.
Es probable que a ellos les pase con nosotros lo mismo, pero diferente. Hablan de Uruguay como el país que les gustaría ser en sueños, pero en la realidad si pudiesen nos darían vuelta. Dicen admirar el trámite cansino de nuestras decisiones, la ausencia de protestas prepotentes, nuestros sindicalistas pobres; pero nunca podrían vivir a nuestro ritmo, protestar civilizadamente o con tibieza, ni tener gremialistas que no sean millonarios.
En el fondo nos queremos a pesar de nuestra rivalidad centenaria. Ellos se enojan cuando no les seguimos el paso y a nosotros nos subleva que nos vean como el hermano chico. Por eso todo lo que pasa en la vecina orilla repercute tanto en esta margen del Río de la Plata. Nos reconocemos en ellos, nos muestran lo que nunca vamos a querer ser. A veces nos creemos superiores y en varios aspectos es posible que estemos mucho mejor que ellos, en otros decididamente no.
El domingo se celebró en la ciudad de Santa Fe un debate presidencial entre los seis candidatos en liza. El presidente de la nación, Mauricio Macri compareció ante los medios junto a su principal rival Alberto Fernández, el liberal José Luis Espert, el nacionalista conservador Juan Gómez Centurión, el izquierdista radical Nicolás del Caño y el solemne economista Roberto Lavagna.
Fue un intercambio bien planificado donde los candidatos expusieron y debatieron sobre cuatro temas del quehacer nacional: Relaciones Internacionales, Economía y Finanzas, Educación y Salud, Derechos Humanos y Diversidad de Género. Demostraron que, pese a las grietas reales e imaginarias, el sano intercambio de ideas y posiciones es fundamental para la libertad y la salud de la democracia. No hubo proscritos ni beneficiados, todos iguales ante la opinión pública. Algo a imitar de nuestros queridos hermanos argentinos.
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