El 11 de mayo, el mundialmente conocido escritor peruano Mario Vargas Llosa estuvo de visita en Montevideo invitado por el Centro de Estudios para el Desarrollo (CED). Los lectores y las lectoras probablemente sepan que Vargas Llosa ganó el Premio Nobel de Literatura (entre otros premios literarios) y que es el autor de las novelas Conversación en La Catedral y La ciudad y los perros (entre tantas otras). Quizás sepan también que durante las últimas décadas, Vargas Llosa ha dedicado gran parte de sus esfuerzos intelectuales a defender las ideas liberales, como en su libro La llamada de la tribu, una memoria autobiográfica de su conversión al liberalismo que se organiza en la forma de una discusión de los autores (Adam Smith, Karl Popper, Isaiah Berlin y José Ortega y Gasset, entre otros) que motivaron en él esta elección político-ideológica. Además, su defensa de la libertad, la democracia y las sociedades abiertas aparece en muchos de sus escritos sobre literatura y cultura, a las que ve como medios para la creación de individuos críticos, capaces de oponer resistencia a cualquier intento de abuso de poder por parte de la autoridad.
En su alocución en Montevideo, Vargas Llosa realizó un análisis crítico de la coyuntura latinoamericana actual. Argentina, Chile, Nicaragua, Perú y Venezuela, entre otros países de la región, fueron los ejemplos que el escritor utilizó para argumentar que América Latina no está avanzando hacia el futuro de progreso tan celebrado por el liberalismo, sino todo lo contrario. Sin embargo, en su discurso apocalíptico fue notoria una excepción: el caso uruguayo.
Entre otras cosas, Vargas Llosa dijo de Uruguay que “ha elegido bien”, que “está en la buena dirección” y que “muy pocos países siguen [su] ejemplo”. El autor se declaró “un entusiasta del Uruguay”, al que tildó de “país sosegado y tranquilo”. Además, confesó su agrado al llegar al país y “encontrarse con una democracia que funciona”, con un país “donde las leyes funcionan” y “donde los gobiernos trabajan por la mayoría”. Vargas Llosa concluyó que Uruguay “es el ejemplo que hay que seguir en América Latina”, en línea con un editorial publicado en junio de 2020 en El País (Madrid) titulado “El ejemplo uruguayo”.
Rápidamente, las críticas y reacciones a la presencia e intervención del Premio Nobel se dejaron ver, especialmente en redes sociales (donde todo ocurre rápido), junto a los adjetivos orientados a descalificar al escritor por sus opiniones político-ideológicas. Muchos de los comentarios en redes sociales (muchos de ellos como reacciones a las noticias publicadas por los medios de prensa sobre el discurso del escritor) destilan ideología política, según una fórmula en la que, dijera lo que dijera Vargas Llosa, el mensaje descalificativo se iba a publicar de todas formas.
Toda democracia es perfectible. Sin embargo, saber reconocer el estado de salud de una democracia concreta es una condición necesaria para su supervivencia. A nivel global existen mecanismos para medir el estado de salud de un sistema democrático. La revista británica The Economist tiene un Índice de Democracia que publica cada año y que permite comparar la solidez de las democracias de decenas de países alrededor del mundo. En Suecia, el Instituto V-DEM hace lo mismo con su reporte anual sobre democracia. En estos dos índices, que son solamente dos de los varios que existen para chequear qué tan robusta es una democracia, Uruguay se encuentra en una posición privilegiada. Para The Economist, en 2021 la democracia uruguaya se posiciona en el puesto 13 a nivel global. Además, es la única democracia plena en América Latina (y es seguida relativamente de cerca por la de Costa Rica). En el reporte V-DEM correspondiente al año 2022, Uruguay se encuentra en el puesto 23 a nivel global.
Vargas Llosa tiene razón al señalar que la democracia uruguaya es plena y funciona. Sin embargo, como ocurre a nivel global, se notan ciertos rasgos de deterioro y erosión que, de no ser atendidos a tiempo, pueden conducir a situaciones poco convenientes para un sistema democrático. La más importante de ellas es la polarización, un fenómeno que durante los últimos 15 años se ha visto potenciado por las redes sociales, que funcionan como caldo de cultivo para la generación de emociones y reacciones afectivas, incluso en el campo político.
La democracia es un sistema dialógico y consensual: para que funcione, los que piensan distinto deben ser respetados, considerados, escuchados y comprendidos. Para lograr consensos, la negociación constructiva es fundamental. Sin respeto, consideración, escucha y comprensión, no hay negociación constructiva posible, sino simples ‘intercambios de caballos’. Se puede estar en radical desacuerdo con las ideas del otro, pero ese desacuerdo no justifica una descalificación en términos morales, es decir, según los calificativos “bueno” y “malo”. Es a partir de este mecanismo de valorización moral que el cuerpo social comienza a resquebrajarse y se forma la famosa grieta que caracteriza, a modo de ejemplo, a la sociedad argentina en lo que a política refiere.
Visitas y comentarios como los de Vargas Llosa deberían servirnos a los uruguayos como palmadita en la espalda por lo bien que las cosas se han venido haciendo durante décadas, pero también como llamado de atención respecto a lo que debemos hacer para que las cosas sigan siendo como son. Como en la medicina, existen ciertas ‘banderas rojas’ que equivalen a síntomas que permiten detectar posibles patologías en el cuerpo social. Detectarlas a tiempo es fundamental para poder curarlo. Halagos como los de Vargas Llosa a nuestra democracia deberían ayudarnos a pensar críticamente qué estamos haciendo, tanto lo bueno como lo malo.
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