Llevamos un poco más de un año penando. La pandemia no afloja. Ha dejado crisis económica, desocupación, pobreza, indigencia. Y, muchos, muchos, demasiados muertos. La gravedad de la crisis puso de manifiesto, en los planos más diversos, nuestras fortalezas y debilidades, tanto coyunturales como estructurales. La deprimente estridencia de la confrontación entre gobierno y oposición en medio del desastre dejó muy claro, para mi gusto, todo el camino que nos queda por recorrer como sistema político en el plano de las prácticas. Pero hay una dimensión específica que merece ser especialmente destacada. Hace un año, cuando la incertidumbre era máxima, el gobierno que lidera el presidente Luis Lacalle Pou tomó la decisión de construir un puente con el mundo de la ciencia. El 16 de abril del año pasado se instaló oficialmente el Grupo Asesor Científico Honorario. Desde el principio quedaron claros los límites y las roles: la ciencia asesora, la política decide. En ninguna democracia el puente entre investigación y decisión es sencillo. La historia uruguaya, desde el siglo xix, ilustra muy bien esta regla general. La conformación del GACH, la excelencia de su trabajo, y su siempre constructivo vínculo con el gobierno, desde mi punto de vista, es lo más alentador que ha ocurrido en estos tiempos de dolor.
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