Opinión > MAGDALENA Y EL BIBLIOTECARIO

De máscaras rosas y bajo mis cipreses

Tiempo de lectura: -'
14 de octubre de 2018 a las 05:00

De Magdalena Reyes Puig para Leslie Ford, del Trinity College
 

Estimado Leslie:
De máscaras, rosas y cipreses
Después de leer su carta ruge en mí la pregunta con la que he incitado a mis alumnos una y otra vez a lo largo de todos estos años, ¡¿Cómo puede vivir sin leer a Nietzsche?! Espero que sepa disculpar mi insolencia; la vehemencia es excepcional en un inglés, mientras que en la idiosincrasia latina es casi siempre la regla. Recuerdo la expresión de desconcierto de algunos colegas extranjeros en un congreso de consultoría filosófica cuando me escucharon decir que el motivo por el cual había elegido a la Filosofía como profesión fue el placer de vivir junto a Nietzsche, de quien me había enamorado perdidamente cuando tenía dieciséis años. 

Fueron varios los encantos de éste pensador errante que hizo de su filosofía un canto a la vida. Uno de ellos fue su agudo olfato para adivinar el futuro. En una de sus obras él mismo presagia esa nietzschemanía que usted describe en su última misiva: “Todos ellos hablan de mí cuando por la noche están sentados junto al fuego –hablan de mi, mas nadie piensa– ¡en mi!”. Es cierto que la popularidad de Nietzsche amenaza con subsumir a su pensamiento en la cultura de la opinión prejuiciosa y frívola. Pero mientras algunos adornan sus perfiles con frases fuera de contexto, otros tantos pueden venturosamente descubrir en sus aforismos un fulgor de lucidez intelectual y, así, las ganancias justifican las pérdidas.  

Quizás le resulte cómico saber que mi perro responde al nombre de Sócrates. Claro que sólo un crédulo puede esperar encontrar en un cándido mastín inglés el significado auténtico de la figura del gran maestro griego. Mas el bautismo –no en el sentido sacramental, por supuesto– de mi perro, y también de la moto de su trotamundos, puede quizás sorprender a algún alma desprevenida animando la pregunta acerca del sentido que reposa tras el nombramiento. 

Usted me pide que le enseñe al Nietzsche que, mas allá de frases en remeras y tatuajes,  nos dona una verdad con significado.  Y no se me ocurre una forma más sugestiva que contarle como ha impactado su pensamiento en mi vida. 
Confesarle, por ejemplo, que Nietzsche me ha dolido y sanado profundamente, todo al mismo tiempo.  La intuición poética de Walt Whitman, “Soy inmenso, contengo multitudes”, expresa lúcidamente esa vivencia intensa de la contradicción que da un sentido humano, demasiado humano, a mi existencia. 

Usted me pide que le enseñe al Nietzsche que, mas allá de frases en remeras y tatuajes,  nos dona una verdad con significado.

Pero el influjo más potente que ha tenido Nietzsche sobre mí es el de su profundo amor por el ser humano.  Es este afecto el que anima mi práctica como filósofa y psicóloga: en el aula, los cafés filosóficos, la radio o el consultorio, lo que me mueve es siempre ese deseo de encontrarme con otros para transitar juntos el camino hacia un mejor conocimiento de nosotros mismos.  Y en ese amor que aspira a comprender brotan mancomunadamente la compasión y la fuerza espiritual. Porque la comprensión disuelve al prejuicio moralista que nos separa de nosotros mismos y de los demás, habilitando esa comunión donde descansamos y encontramos el vigor para seguir buscando. Junto a Nietzsche aprendí que sólo en la fortaleza prospera la auténtica bondad: las rosas son hermosas pero frágiles, y se marchitan rápidamente sin un bosque tupido y resistente que las resguarde. 

No debería, pues, sorprenderle que me niegue a coincidir con su alusión a Nietzsche como un  “entertainer.”  Asumo que su equívoco responde a que nunca lo ha leído… De haberlo hecho estoy segura de que, con María Zambrano, reconocería que “la gran fuerza atractiva de Nietzsche está en que pasó por el mundo arrancando máscaras”.  Contra todo lo que nos retiene en la mediocridad del ni fu ni fa,  él empuña su potente “martillo” para demoler creencias acomodaticias y limitantes.  Nietzsche se descarna y escribe con su sangre, franqueando esa caparazón que mantiene al espíritu cautivo y triste en la modorra intelectual del entretenimiento.  

Pero asumo que, aún sin saberlo y con sus huesos en la cárcel de Reading, comulgó ya con una de sus sentencias más célebres: “Lo que no me mata me fortalece”.  ¿O cree que de todas formas hubiera terminado convirtiéndose en bibliotecario al tan honorable Servicio de Su Majestad?
 

De Leslie Ford, del Trinity College, para Magdalena Reyes Puig

Estimada Magdalena:
Bajo mis cipreses

Disfruté mucho de la enorme y sincera pasión con que usted ha acometido la presentación del pensamiento de Nietzsche y, sobre todo, del bien que este pensamiento ha supuesto en su vida y en la vida de sus alumnos y de sus oyentes. En términos teatrales le diría que consiguió usted levantarme del asiento. Y estoy seguro de que no he sido el único, porque su amor por Nietzsche es conmovedor. Le deseo muchos años más de lecturas felices.

Sin embargo, no podré acompañarla yo por esos caminos. Equivocado o no, el caso es que percibo en el Nietzsche que voy conociendo un grado inaceptable de autosatisfacción y mesianismo. Cómo puede alguien que no es Dios pretender tener la capacidad de arrancar al hombre de sus prejuicios moralistas; martillar la mediocridad entumecida y las creencias acomodaticias y limitantes; arrancar las máscaras de los hombres; exaltar la fortaleza de los árboles, por sobre la fragilidad efímera de las rosas... Mientras leía su artículo y adelantaba en ese homenaje tan profundo, y usted iba encendiendo, una a una, las luces del escenario, en vez de alegrarme me entristecía. Y recordé un diálogo de la película Río Místico, de Clint Eastwood. Cuando la versión nietzschiana de Lady Macbeth susurra al oído de su siniestro marido: “Todos son débiles, Jimmy. Todos menos nosotros. Nosotros nunca seremos débiles”. 

Perdóneme por esta simplificación atroz. Ahora verá que no tengo yo la última palabra.
No quiero parecer indiscreto, pero al mismo tiempo me alegra contarle que, con cierta frecuencia -y siempre que recibo sus correos-, desayuno en mi casa con María, la joven que traduce al castellano mis cartas de bibliotecario (y secundariamente interpreta las expresiones de Magdalena que pudieran resultar menos obvias a los nativos de estas islas).

Esta mañana, no habíamos empezado casi a tomar café ni a leer su carta de hoy, que María se detuvo en el epígrafe inicial. Y comentó que, sin conocer el original alemán, se atrevía a suponer que la frase “encontrará también canteros de rosas debajo de mis cipreses”, admitía seguramente esta mejor traducción: “encontrará también canteros de rosas al pie de mis cipreses”. Porque -razonó-, la poética inherente a la imagen excluye que las  rosas estén verticalmente debajo, como aplastadas por los cipreses. 
Intenté retomar la lectura, pero María ya no estaba conmigo, sino buscando textos de Nietzsche en internet. Rápidamente encontró la cita en alemán. Y se quedó perpleja porque allí decía no otra cosa que “unter meinen Zypressen”, es decir, exactamente la versión de Magdalena: “debajo de mis cipreses”.

A lo largo de nuestra lectura inmediatamente posterior, María no cesó de argumentar, una y otra vez, que Nietzsche, aunque con su pluma había escrito “debajo”, con su espíritu había sugerido “al pie”. 
No me gusta discutir con María, ni quebrar los momentos de genuina empatía, pero contesté con vehemencia que no es aceptable atribuir a un autor cosas que no ha dicho, ni omitir las que sin duda ha dicho. Las grandes mentes, como decía Umberto Eco, tienen derecho a que les otorguemos el beneficio de suponer que no han escrito sus obras en un momento de distracción. Aunque el resultado sea algo que no nos gusta.

A lo largo de nuestra lectura inmediatamente posterior, María no cesó de argumentar, una y otra vez, que Nietzsche, aunque con su pluma había escrito “debajo”, con su espíritu había sugerido “al pie”. 

En fin, tales palabras no fueron del agrado de María que no entendía el porqué de tanta agresividad, ni la necesidad de ser tan puntillosos. La mesa se había dividido en dos: o estábamos con Nietzsche o contra Nietzsche. Y la cosa no tenía remedio.
He querido contarle estas cosas, Magdalena, para que vea usted que no soy insensible al talento de su amigo, aunque parezca insensible a su filosofía -por ahora. Mire si no es extraño que sólo tres palabras de Nietzsche, las únicas que María había leído en toda su vida (“unter meinen Zypressen”), hayan creado en ella un amor tan grande. Con sólo tres palabras, Nietzsche sacó a volar a María por sus bosques profundos de cipreses y de rosas. Porque eso es lo que hacen los poetas con nosotros: sacarnos a volar.
 

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