Sebastián Cabrera

Sebastián Cabrera

Biromes y servilletas > ciudad

De taxistas y mamparas

Siempre que puedo viajo adelante: me niego a reventar la cabeza contra la mampara, ese duro elemento que nadie se anima a sacar.
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15 de diciembre de 2015 a las 00:00

Es probable que Uruguay sea el país del mundo con más comisiones per cápita. Cada vez que un gobernante no sabe qué hacer con un tema, crea una comisión. Algo de eso pasó con la mampara.

El tema es así: en agosto la Unidad Nacional de Seguridad Vial (Unasev) convocó a un grupo de trabajo, el cual -tras cinco reuniones en dos meses- concluyó que la mampara debe seguir en todos los taxímetros montevideanos. Una resolución rápida, al menos para el ritmo cansino al que estamos acostumbrados los uruguayos.

El informe dice que “no se logró establecer la incidencia del elemento mampara en la morbimortalidad de los pasajeros de vehículos con taxímetro”, aunque sí la “siniestralidad y lesividad” de los taxis.

Desde 2013 se lesionaron en promedio más de 200 conductores de taxi al año y más de 300 pasajeros. Y se ha registrado un crecimiento de 15% anual en los heridos graves, dice el informe.

De los estudios también se desprende que, en proporción, en los taxis hay 7,33 más fallecidos y cinco veces más heridos graves que en los demás autos y camionetas. Esto, teniendo en cuenta la cantidad de autos y de taxis que hay en Montevideo.

La intendencia, el sindicato de trabajadores y la patronal del taxi aconsejaron mantener la mampara, un elemento molesto y sumamente peligroso para los pasajeros. Y de discutible eficacia en evitar los ataques a los taxistas.

En cambio, los representantes del Programa de Evaluación de Vehículos Nuevos para América Latina y el Caribe (Latin NCAP) y la Asociación Nacional de Consumidores por la Seguridad Vial (Anconsev) querían sacarla, pero no tuvieron éxito.

Nada dice el informe sobre la posición de la Unasev, cuyas autoridades habitualmente están muy preocupadas por la siniestralidad vial. Cualquiera que se tome un taxi en Montevideo sabe que un frenazo es un golpe casi seguro contra la mampara, aún en el caso de que los cinturones de seguridad de la parte trasera funcionen bien.

Hace unos años investigué el tema. El profesor de Medicina Legal Hugo Rodríguez me contó que en Uruguay la mampara generó un patrón lesional que antes no era frecuente en los accidentes de tránsito: los traumatismos cráneo faciales graves. "Los que hacemos pericias en materia penal y civil ya sabemos que los traumatismos graves de cara en accidentes de tránsito generalmente corresponden con pasajeros de taxímetro en el asiento de atrás", me explicó Rodríguez.

Su colega Domingo Perona, entonces director del Departamento de Medicina Forense del Instituto Técnico Forense, habló de los “traumatizados del taxi”, esos que llegan todas las semanas.

Y en aquellas conversaciones Arturo Borges, director del Instituto de Seguridad y Educación Vial, puso un ejemplo muy claro: el papel de la mampara en la seguridad vial es similar al de un motociclista sin casco, “potencia lesiones y puede provocar muertes".

Todos ellos, parece, no fueron consultados en el grupo de trabajo de la Unasev.

Yo soy un pasajero relativamente frecuente de los taxis montevideanos y siempre que puedo viajo adelante. Me niego a reventar la cabeza contra la mampara o al menos haré lo máximo posible para intentar que eso no suceda

Lo normal es que los taxistas accedan a que el pasajero viaje adelante. Y ahí uno se entera de un sinfín de anécdotas y cuentos, a veces el viaje se hace más ameno y esa es la parte agradable de esta cuestión.

Está el taxista que cuenta que fue robado diez veces en 15 años; el que es novato y no le dice a la madre que trabaja de madrugada para que no se asuste; el que vivió en España 10 años y ahora se queja de lo horrible y decadente que es Uruguay; y también el que cuenta que el día anterior trabajó 17 horas seguidas pero no le importa porque hizo unos pesitos extra.

El otro día me llevó Limberg, un tachero que solo se maneja con Easy Taxi. Ya no usa la vieja radio.

-Lo de Easy Taxi es como en la política. Hoy la militancia está en las redes, en Whatsapp, en Facebook –me dijo Limberg, quien me contó que en sus horas libres cumple tareas como dirigente del Partido Independiente.

En la campaña electoral alternaba su día entre el taxi y la política.

-A Pablo Mieres le falta un poco de garra, de carisma –le dije, como para pincharlo, mientras el vehículo circulaba por Fernández Crespo.

Limberg hizo un silencio y luego sentenció:

-Pero a Pablo lo estamos armando. Nos propusimos sacarlo senador y lo sacamos.

Limberg me dijo que él es consciente de sus limitaciones y que no quiere un cargo político. No tiene problemas en seguir trabajando arriba del taxi.

El perfil de taxista-analista político es muy común, solo le gana el taxista-director técnico.

Luis, otro conductor, me explicó la semana pasada que, así como “se le acabó a Cristina”, ahora se le acaba a Dilma en Brasil pero hay que ver qué pasa con Tabaré.

-Está haciendo un peor gobierno que el anterior, la cosa está brava y Mujica dejó un país hecho puré –dijo, y se rió, en un taxi dominado por las pantallas: varios celulares, y un GPS.

Cuando se enteró que trabajo en El Observador, Luis me preguntó con genuina curiosidad si se siguen vendiendo diarios.

Le dije lo obvio, que la situación es compleja, que nadie sabe mucho hacia dónde va el negocio de los periódicos, no solo acá, en todo el mundo.

Luis se rió otra vez. Él lee El País y El Observador en la laptop, mira películas por internet y está a punto de borrarse del cable: le parece ridículo pagar 1.400 pesos por mes, cuando puede "bajase" las películas gratis y mira los partidos por roja directa.

-Pero que no me toquen Cuevana porque se pudre todo, se pudre todo –me dijo, y la cara se le llenó de odio.

-¿Es verdad que pueden cerrar Cuevana? –preguntó.

-No sé, pero igual tenés Netflix –le expliqué.

-Sí, pero hay que pagar –lamentó.

A Luis no le pregunté sobre Uber. De eso hablamos con Daniel, un cincuentón de voz algo cascada que movía la cabeza de un lado para el otro y me decía que no, que Uber no va a funcionar, que es inviable.

-No es para nuestra idiosincrasia. Pero en todo caso es un problema del Oscar –argumentó, como lavándose las manos.

Si Uber es un éxito y empieza a escasear el trabajo de taxista, Daniel quizás vuelva a Valencia, España, donde vivió ocho años.

-Mirá que este es un trabajo de semiesclavitud, laburás seis días a la semana y ganás 22.000 pesos –me explicó, y abrió bien los ojos-. Si saco menos guita, no me sirve.

El problema, según Daniel, es que Uber termine alejando del taxi a los conductores con cierto nivel cultural.

-Ahí van a quedar solo los choferes de los asentamientos.

-¿Hay muchos taxistas que viven en los asentamientos?

-Sí, muchos –respondió, y no dio más detalles, como quien está contando un secreto de estado.

Luego conversamos de la mampara, obvio. Daniel, como casi todos los taxistas con los que hablo de ella, se puso el casete y defendió ese rígido elemento que separa al conductor del pasajero.

Me dijo que ahora en los taxis hay más espacio y que si uno se pone bien el cinturón no pasa nada. No quise pelear ni discutirle. Pero los dos nos reímos cuando me contó que todavía quedan algunos taxis Fiat Uno en la calle.

-Sí, algún Fiat Uno queda –admitió-. Ahí la nariz viaja pegada a la mampara.

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