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Desigualdad: una amenaza para la democracia

Una posible consecuencia es el aumento del 'populismo plutocrático'
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23 de diciembre de 2017 a las 05:00
*Financial Times

Entre 1980 y 2016, el 1% de mayores ingresos captó el 28% del aumento de ingresos reales en EEUU, Canadá y Europa Occidental, mientras que el 50% de menores ingresos captó el 9%. Pero esos totales ocultan diferencias: en Europa Occidental, el 1% de mayores ingresos captó tanto como el 51% de menores ingresos. En América del Norte el 1% de mayores ingresos captó tanto como el 88% de menores ingresos. Estos hechos prueban que el crecimiento total por sí mismo nos dice muy poco acerca las mejoras en el bienestar económico para la población en general.

Los datos provienen del Informe sobre Desigualdad Global 2018 del World Inequality Lab. "Desde 1980, la desigualdad de ingresos ha aumentado en América del Norte y Asia, ha crecido moderadamente en Europa y se ha estabilizado en un nivel extremadamente alto en el Medio Oriente, África subsahariana y Brasil", establece.

Walter Scheidel, historiador del mundo antiguo y autor de 'The Great Leveler' (El gran nivelador), diría que el aumento de la desigualdad es justo lo que habría de esperarse. Argumenta que después de que se inventó la agricultura (y el estado agrario), las élites tuvieron un sorprendente éxito extrayendo todo el superávit que la economía creaba.

El límite de la depredación era establecido por la necesidad de permitir que los productores sobrevivieran. Sorprendentemente, numerosas sociedades agrarias desesperadamente pobres se acercaron a este límite. En tiempos de paz y tranquilidad, argumenta Scheidel, los poderosos manipularon a la sociedad de una manera que aumentara su porción (y la de los descendientes) de las ganancias. El poder crea riqueza y la riqueza crea poder. ¿Existe algo que pueda detener este proceso? Sí, sostiene el libro: los cuatro jinetes de la catástrofe. Guerra, revolución, peste y hambre.

Algunos argumentarán que el pasado no fue tan sombrío como lo sugiere el libro. Cuando los Estados dependían de la movilización militar, por ejemplo, tenían que tomar en cuenta la prosperidad de la gente. Pero, en general, la desigualdad en las sociedades premodernas a menudo era impactante.

¿Qué tiene esto que ver con las sociedades posindustriales mucho más prósperas? Pareciera que más de lo que nos gustaría. Nuevamente, en el siglo XX, las revoluciones (en la Unión Soviética y en China, por ejemplo) y las dos guerras mundiales redujeron dramáticamente la desigualdad. Pero, cuando los regímenes revolucionarios se suavizaron (o colapsaron), o cuando las exigencias de la guerra se desvanecieron, procesos similares a los de los antiguos estados se afianzaron. Surgieron élites enormemente ricas, obtuvieron poder político y lo usaron para beneficiar sus propios fines. Quienes lo duden debieran mirar de cerca la ley fiscal aprobada en EEUU.

La implicación de este paralelismo sería que, salvo algún evento catastrófico, estamos en camino de vuelta a una desigualdad en aumento. Una guerra termonuclear global sería un evento 'nivelador'. Pero una catástrofe no es una política.

Sin embargo, tenemos tres razones más atractivas para sentirnos relativamente optimistas. La primera es que nuestras sociedades son mucho menos desiguales de lo que pudieran ser: nuestros pobres son relativamente pobres, pero no al margen de la subsistencia. La segunda es que los países de altos ingresos no todos comparten la misma tendencia hacia una alta y creciente desigualdad. La última es que los Estados poseen una gama de herramientas con que corregir la desigualdad de ingresos y de riqueza, si así lo desearan. Una comparación entre la distribución de los ingresos disponibles y los ingresos del mercado en los principales países de altos ingresos (Canadá, Francia, Alemania, Italia, España, Reino Unido y EEUU) demuestra adecuadamente el último punto. En todos estos casos, los impuestos y el gasto público reducen la desigualdad. Pero la medida en que lo hacen varía significativamente, desde EEUU, el menos activo, hasta Alemania, el más activo.

La pregunta es, sin embargo, si las presiones que ocasionan la desigualdad seguirán aumentando y la voluntad de compensarlas disminuirá. En referencia a lo primero es bastante difícil ser optimista. Parece poco probable que el valor de mercado de la labor de personas relativamente no especializadas en países de altos ingresos aumente. En referencia a lo segundo se podría señalar, con optimismo, un deseo de disfrutar de un cierto grado de armonía social y la abundancia material de las economías modernas como razones para creer que los ricos pudieran estar dispuestos a compartir su abundancia. Sin embargo, a medida que la movilización militar de mediados del siglo XX y que las ideologías igualitarias que acompañaron a la industrialización y a la guerra masiva se desvanecen, y el individualismo se torna cada vez más fuerte, puede que las élites se empeñen más en apoderarse de todo lo que puedan para sí mismas.

De ser así, eso auguraría un mal futuro, no solamente para la paz, sino incluso para la supervivencia de las democracias estables de sufragio universal. Una consecuencia es el tipo de "populismo plutocrático" que se ha convertido en una característica tan importante de EEUU (el país que garantizó, debiéramos recordar, la supervivencia de la democracia liberal durante la agitación del siglo anterior). El futuro pudiera consistir de una plutocracia estable, la cual se las arreglaría para mantener a las masas divididas y dóciles. La alternativa pudiera ser el surgimiento de un dictador, quien ascendería al poder apoyando una falsa oposición a esas élites.

Scheidel sugiere que la desigualdad seguramente aumentará. Debemos demostrarle que está equivocado. Si no lo hacemos, la desorbitada desigualdad puede que, al final, acabe con la democracia.

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