En la escena final de Estación Central, película entrañable de Walter Salles, el personaje principal interpretado de manera antológica por Fernanda Montenegro (y pensar que ese año el Oscar no se lo dieron a ella sino a Gwyneth Paltrow), escribe en una hoja de papel mientras viaja al amanecer en un ómnibus: “Josué. Hace tiempo que no le mando una carta a nadie, ahora te mando esta a ti”. Y agrega luego: “Cuando quieras acordarte de mí, mira la foto que nos sacamos juntos. Te lo digo, porque tengo miedo que algún día tú también me olvides. Extraño a mi padre, extraño todo. Dora”. En sus últimas semanas de vida, Diego Maradona extrañaba a su madre y a su padre. La nostalgia lo estaba matando. Miraba las fotos por las cuales la felicidad había pasado, sin poder entender la bestial fugacidad de todo. A la vida lo menos que se le puede preguntar es cómo pasa el tiempo. Al astro le costaba cada vez más descifrar los mensajes de la existencia. Vivía obligado a tener todas las luces del alma prendidas para poder así seguir un día más. La edad había empezado a perseguirlo y venía acompañada de epílogo anticipado. “Yo ya viví”, repetía cuando sus hijas le recordaban que la vida puede ser bella aún.
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