Dos hits uruguayos del 2020 y un paseo por el horror

La edición de octubre de la newsletter literaria de El Observador está cargada de historias de horror y por los nuevos títulos de Fernanda Trías y Daniel Mella, pero también guarda algunos secretos más

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23 de octubre de 2020 a las 10:00

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Dos hits uruguayos de octubre

hagamos una parada estratégica en dos novedades uruguayas que, seguramente, se van a colar en varias listas de lo mejor del año. De ambas escribiré eventualmente en las páginas del diario, pero lo cierto es que las leí la semana pasada y me urgía comentarlas y recomendarlas, aunque sea, brevemente.

La primera es Mugre rosa (Literatura Random House, $590), de Fernanda Trías. Resulta extraño pensar que Trías escribió esto cuando la pandemia no existía, porque precisamente toca temas que hoy estamos viviendo: la incertidumbre sobre un fenómeno que no podemos controlar, que nos ata a comportamientos inéditos y que representa un desafío real para el consumo, las relaciones y la vida. En la novela no hay una gripe mundial, pero sí una ciudad muy parecida a Montevideo en la que el río se pudrió, la carne fue sustituida por un producto inclasificable y donde un viento, el viento rojo, hace estragos en la piel de la gente. En este universo distópico la población huye al interior, escapa de la cercanía del mar y adopta extrañas maneras de reaccionar ante la peste. Trías, que sabe cómo crear escenarios sofocantes –véase La azotea (2001)–, entrega una historia absorbente que se lee de un tirón.

Pero absorbente también es la otra novedad: Visiones para Emma (HUM, $550), lo nuevo de Daniel Mella. El autor de la excepcional El Hermano mayor vuelve a la publicación todavía más pegado a la autobiografía que en su libro anterior. Acá, Mella explora sus comienzos como escritor, la relación de su familia con la fe de los mormones, su vida en Nueva York, su encuentro con Levrero y el vínculo con su padre. Al final, Visiones para Emma es un libro sobre la espiritualidad, sobre identificar las pasiones que nos mueven los hilos y encontrar el lugar de cada uno en el mundo. Hay que decir que la escritura de Mella se encuentra en su mejor momento, que tiene la madurez necesaria para ver su obra con ojos críticos y que eso resulta en un libro fascinante. Y, además, que su talento, ese que lo llevó a ser un camión de la escritura a los 19 o 20 años, sigue intacto. Les dejo por acá algo que subrayé: 

En la estantería: Formas de entender el horror

Ahora sí: al tema. Y en el tema, un aviso: no habrá libros de Stephen King ni de Mariana Enriquez esta la selección. Los quiero mucho pero ya los mencioné demasiado, incluso en varias de estas entregas. Hay que dejarlos descansar.

A los que sí podemos molestar sin miedo es a los clásicos, porque por algo lo son. Quizás es obvio apelar a ellos, quizás no, pero algo me dice que siempre queda alguien que, por las razones que sea, todavía no se ha metido con ellos. Y esta podría ser una buena oportunidad. Así que, en primer lugar, abramos las puertas del reino del mal para darle la bienvenida a mis dos monstruos favoritos: Drácula y Frankenstein. De ambos he escrito en El Observador y les dejo las notas acá acá, pero si ellos abren este segmento es porque reflejaron y definieron las pesadillas de toda una era y lo siguen haciendo. Son seres paradigmáticos y atemporales.

Drácula de Bram Stoker, por ejemplo, es la novela epistolar que cimentó al gótico, está cargada de personajes densos y un monstruo imparable que utiliza el deseo reprimido de la sociedad de la época como combustible. Sus ramificaciones son infinitas y, de verdad, la historia, a pesar de ser en extremo conocida, resulta cautivante. Hay una edición de tapas duras por ahí con prólogo de Rodrigo Fresán que vale sus pesos.

Frankenstein o el moderno Prometeo, por su parte, llegó al siglo XIX para marcar un debate que se inició hace doscientos años y que sigue tan vivo como el monstruo: ¿hasta qué punto el hombre puede jugar a ser un dios a partir de la ciencia? ¿Cuántas fronteras puede cruzar? La muerte, en la historia de Mary Shelley, logra ser derrotada, pero la humanidad paga un precio terrible. O, mejor dicho, lo paga Víctor Frankenstein, que termina siendo condenado a perseguir a su creación por el resto de su vida.

Hay otro clásico que me gustaría rescatar y representa un horror más abstracto, surrealista. Recientemente y por su 150 aniversario, HUM reeditó Los cantos de Maldoror, la obra más notable del poeta franco-uruguayo Isidore Ducasse, también conocido como El Conde de Lautréamont. El protagonista de estos seis cantos es un ser despreciablemente malvado, que dedica su vida a cometer actos atroces y a enemistarse con Dios, a quien insulta y se opone de manera constante. Es una creación misteriosa y despiadada, pero la prosa poética de Lautréamont es tan bella, que leer estos relatos se convierte en una experiencia hipnótica y conmovedora. Así como Las flores del mal de Baudelaire, Los cantos de Maldoror es un hermoso culto a la perversión y la maldad, y un pilar de la poesía romántica.

Cerremos los clásicos con dos títulos modernos que dieron, a su vez, películas icónicas: El exorcista, de William Peter Blatty, y La semilla del diablo, de Ira Levin. Ambos son una exploración de miedos de raíces bíblicas –la posesión y la llegada del hijo de Satán, respectivamente–, y a su manera logran inquietar e hipnotizar. Le guardo mucho cariño a los dos, así como a sus adaptaciones –El exorcista de William Friedkin (1973) y El bebé de Rosemary de Roman Polanski (1968)–.

Evidentemente, todos tenemos una tolerancia distinta al miedo. Y también nos horrorizan cosas diferentes. Por eso quería traerles Distancia de rescate, donde la argentina Samanta Schweblin hace mover al personaje de su novela –que no se inscribe precisamente en el género, pero lo roza– a través del miedo que tiene de que su hijo muera. Cuando nos metemos en esa cabeza entendemos, incluso los que no tenemos hijos, que existen pocos temores –y su dolor consecuente– más insoportables.

Hablando de meternos en cabezas, una prueba exigente para este mes podría ser adentrarse en la mente de Patrick Bateman, el retorcido protagonista de American Psycho, la novela de Bret Easton Ellis que Literatura Random House acaba de reeditar. Es una historia larga y meterse en ella es tener ganas de coquetear, casi como en Maldoror, con una maldad que no tiene redención. Y con uno de los asesinos seriales más célebres que la ficción dejó en las últimas décadas.

Y ahora vayamos un poco más al fondo. A recintos más densos del corazón humano. A un horror sordo y abismal que se manifiesta de formas aleatorias. Hay varios autores que se han animado a explorar esos bajos, pero elegí dos bien diferentes para el final. La primera es la estadounidense A. M. Homes, embajadora contemporánea del realismo sucio y una de las plumas más escabrosas que publica Anagrama. Si se juzgan con el estómago suficiente recomiendo El fin de Alice, la historia de un pedófilo irredento que está preso y recibe las cartas que le manda una admiradora y aprendiz. Estremecedor.

Y nos vamos con Daniel Mella. Si El hermano mayor está cargada de luz y de sentimiento, es porque Mella tuvo que conocer antes la oscuridad. Y en sus comienzos, eso hizo: sondeó los fondos de las tinieblas y sacó de allí Derretimiento, su segundo libro, una novela imposible de clasificar pero profundamente perturbadora que publicó a los 22 años. Si se animan a derretirse junto al personaje, un ser dominado por una sed de violencia incontrolable, nos vemos allí.

El foco: De cuando los muertos posaban en familia

El arte habla, siempre, de cómo concebimos el mundo. De cómo lo vemos y lo sentimos. Cómo interpretamos sus incógnitas. Y hay pocas incógnitas más grandes en la vida que la muerte, por lo que resulta lógico encontrarse con películas, libros y canciones que hablen sobre ella. ¿Pero qué pasa con la fotografía? ¿Hasta qué punto esa expresión se ha adentrado en los dominios del “después”? Eso es lo que discute La imagen desvelada, una serie de ensayos reunidos por la editorial Sans Soleil Ediciones que abordan ese tema y otros, entre ellos la enfermedad, desde las prácticas fotográficas.

Más allá de ser un libro pensado para los interesados en el universo de la fotografía, resulta fascinante descubrir que en el siglo XIX los álbumes familiares tenían casi siempre fotografías post mortem –literalmente, cadáveres fotografiados en sus funerales o hasta posando entre los parientes– y que eso se trataba de una práctica común. Y que, incluso, se llegaban a colgar en el living de la casa.

De caso en caso, La imagen desvelada funciona como un gran aterrizaje en la manera en la que el duelo y la aceptación de la muerte ha evolucionado en las últimas décadas, y de cómo incluso hoy sigue cambiando a partir de las redes sociales. En ese sentido, es un vínculo que se renueva y resignifica y que, dada su gravitación en la vida, merecía un ensayo de este calibre.

Entre libros: Diego Recoba

El encargado de contarnos Qué leen los que leen en octubre es el escritor y periodista cultural Diego Recoba, que por estos días está de estreno con el tomo que le dedicó a Sobredosis, el disco de Karibe con K, a la colección Discos de Estuario.

Con la excusa de su llegada a esa colección –que ha incluido desde investigaciones periodísticas y ensayos hasta novelas–, Recoba aprovechó para sacar de adentro suyo un texto que, más que con la música, tiene que ver con su historia. Dato extra: Recoba también es autor de varios libros más, entre ellos la novela Locas pasiones. No recuerdo un libro que en los últimos años me haya sacado tantas carcajadas como ese.

  • ¿Cuál fue el último libro que te dejó una huella?
    Poeta Chileno, de Alejandro Zambra. Me gusta mucho Zambra, pero con este libro me pasó algo raro. Cuando lo empecé sufrí una pequeña decepción. Las primeras 80 páginas son, te diría, tediosas. No entendés hacia dónde va, no es más que la cotidianidad de una familia. Y te podría decir que a partir de la página 90 cambia, pero no. Sí cambia, sin embargo, lo que te genera como lector. Poco a poco, no sé cómo, ese tedio se va. Ya en la mitad del libro no lo podés abandonar. Y cuando termina sentís que necesitás que siga. El tedio da paso a una fascinación, a un relato increíble que, si entrás en su juego, te queda en la cabeza. Luego te das cuenta que hablaba de la masculinidad, de esa familia, de la historia chilena, de lo que implica ser escritor, de la poesía. Es una novela como para desentrañar largamente y se nota que Zambra disfrutó escribiéndola.
     
  • ¿Qué estás leyendo ahora?
    En general no leo un libro solo, necesito leer tres o cuatro. En este momento leo Nuestra parte de noche de Mariana Enriquez, Elecciones internas de Leandro Delgado, Brujas de Brenda Lozano y Zona peligrosa, de Lee Child.
     
  • ¿Qué libros esperan en tu mesa de luz?
    Tengo Panza de burro, de la española Andrea Abreu, No es un río de Selva Almada, La hija única de Guadalupe Nettel, y Confesión, el último de Martín Kohan.

En octubre el epígrafe final es uno de los tres que aparecen en el mencionado American Psycho, simplemente porque son versos del gran David Byrne:

"Y mientras todo se desmoronaba
nadie prestaba mucha atención."

Talking Heads

 

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