Opinión > ANÁLISIS

El apestoso submundo del encierro y la degradación humana

Se cumplen 10 años de que la inseguridad pública es el principal problema de los uruguayos y eso será el tema fuerte del 2019
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29 de diciembre de 2018 a las 05:03

Es esa fracción de minuto cuando la vida de una persona puede cambiar, cuando puede recuperar la libertad para reiniciar su vida, o puede seguir inmerso en el apestoso submundo del encierro, el hacinamiento y la degradación humana.
La disyuntiva no trata solamente de andar libre por las calles o estar encerrado en una celda. Pensar que la bifurcación de camino es simplemente eso, implica reducir a una caricatura benigna la inmundicia que es en Uruguay, como en muchos países, el cumplimiento de una pena de prisión.

Este año, como periodista, pude estar en esos días especiales, en el interior de una cárcel. Miré a los ojos a decenas de hombres y mujeres que esta primavera hicieron dentro de un penal, el desfile de la esperanza ante dos magistrados del más alto nivel, para que se considerara si merecían la gracia del final de un calvario. Unos pocos lograron el objetivo, y la gran mayoría, recibió con amargura una negativa.

La visita de cárceles es un régimen que establece que los ministros del Suprema Corte de Justicia van a los centros de prisión del país, analizan expedientes de reclusos que podrían acogerse a un beneficio de libertad anticipada, consideran si están encaminados en rehabilitarse y reinsertarse en la sociedad, y al final de una breve entrevista con cada preso, deciden si los sueltan.
 “Dada la magnitud de los delitos cometidos, mantendremos la situación”. Varios de los reclusos miraban a su abogado defensor para que le tradujera del español común a una comunicación más simple, cual era la suerte que le había tocado.

Un día, era una mujer que había quemado a su hijo con cigarrillos y que le había provocado fractura de huesos por los golpes. Al otro día, era el esposo de ella, que había participado en ese trato inhumano al hijo de la pareja. La madre del niño, que estaba presa desde el otoño de 2017, tenía 20 años. Perdía su tiempo de madre y condicionaba su vida.

Un día era una cuidacoches que había rapiñado a un automovilista por unos pocos pesos. Al otro día era un viejo en silla de ruedas que había matado “por error” a un vecino al que quería como un hijo, pero que parecía que lo tenía acosado por demanda de dinero y cosas.
Un día una mujer por proxeneta, al otro día un hombre por abuso sexual de niños, otro por dos asesinatos, uno por torturas y otros por copamiento.

Ante la preguntan de si habían aprendido algo, si tenían herramientas para conseguir un trabajo, las respuestas eran siempre ligeras, a veces desnudando una mentira que caía a los minutos, como que el hermano tenía panadería y lo iba a emplear ahí, pero en realidad no era el dueño sino un empleado y había hablado con el patrón para ver si…
Los cuentos, poco convincentes, mostraban que la realidad es que muchos, muchos, no tienen nada. Ni contactos buenos, ni oficio, ni habilidades para desempeñarse.

En algunos casos, el mérito era que “este recluso se ha esforzado, aprendió a dibujar su nombre, ahora sigue tratando de aprender para recuperar tiempo perdido”. Eso de “dibujar el nombre” en lugar de “escribir su firma”, implica reconocer un analfabetismo que duele.
Las películas o series sobre cárceles logran amplia aceptación de público. Es como si el submundo de las prisiones generara un atractivo que mezcla curiosidad y morbo.

Pero estar dentro de una cárcel, convivir en las desgracias multiplicadas, soportar la tensión del paso del tiempo sin actividad alguna, a veces sin espacio para intimidad mínima en momentos de orinar, defecar o higienizarse, enfrentar provocaciones sin sentido, absorber angustia y odios ajenos, todo eso, es un infierno para un solo día. Imagine el lector lo que es el paso de los días.
Desde el nacimiento de Uruguay como Estado independiente, la Constitución establece que “en ningún caso se permitirá que las cárceles sirvan para mortificar, y sí sólo para asegurar a los acusados”.

A esa expresión que se repitió en cada constitución reformada, la Carta actual agrega que esa pena para el recluso debe ser “persiguiendo su reeducación, la aptitud para el trabajo y la profilaxis del delito.

Hoy, cuando se cumplen diez años de que la inseguridad ha trepado al primer lugar de las preocupaciones de los uruguayos, el drama de las cárceles queda a un costado, porque “la prioridad” parece otra.

El gobierno inauguró un nuevo penal, se han pensado medidas, la oposición ha hecho propuestas, pero en realidad, para el sistema y para la gente, es mejor mirar para el costado.

El asunto ha estado en el tratamiento político, y la creación de un Comisionado Parlamentario para el tema, significó un avance significativo. Álvaro Garcé primero y Juan Miguel Petit actualmente, han generado informes permanentes que rompen los ojos de una realidad que merece atención.

Pero a la gente le cuesta entender. Y falta mensaje fuerte de los líderes políticos para explicar que vale la pena invertir en eso, no sólo por una cuestión de respeto a los derechos humanos, pero también por ello.
“Que se pudran en la cárcel”, es una expresión popular de estos tiempos de indignación por el delito. Sí que se pudren, pero luego salen. Cada día, unos 17 presos terminan su pena y salen a la calle, y ahí están de nuevo entre todos.
¿Cómo lo hacen? ¿Reeducados, con aptitud para trabajar y con profilaxis del delito, como dice la Constitución?

No.
Una minoría encuentra en la prisión condiciones para una recuperación; otros perfeccionan el oficio del robo, acumulan resentimiento, pierden sensibilidad, aptitudes, esperanza, y vuelven con aire vengativo contra la sociedad que los confinó al terror sin piedad.
La seguridad pública será uno de los principales temas de debate político en este año que se asoma, lo que implicará abordar la prevención y represión del delito, pero también la generación de oportunidades en zonas de pobreza con plan efectivo y contundente, y la reformulación del sistema carcelario.
En esos tres frentes, mejora social de alto impacto, combate efectivo al delito y rehabilitación de presos, estará la posibilidad de atender la principal preocupación de los uruguayos. 

 

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