Ricardo Peirano

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El autócrata y el secretario

Sobre la disputa entre el secretario general de la OEA, Luis Almagro, y el presidente venezolano, Nicolás Maduro
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22 de mayo de 2016 a las 05:00
La disputa entre el Secretario General de la OEA y el presidente de Venezuela Nicolás Maduro ha alcanzado ribetes extraordinarios, tanto en la forma como en el fondo. Desde el palacio Miraflores, Maduro disparó el agravio más común de la izquierda latinoamericana cuando quiere denostar a una persona, cualquiera sea su cargo, sin tener pruebas ni argumentos: "es un agente de la CIA, es un espía del imperio". Ya no hace falta decir nada más. El enemigo ha quedado descalificado y estigmatizado.

Este es el típico recurso de quien no tiene argumentos para debatir civilizadamente y muy probablemente no tenga razones ni razón. Maduro, apretado contra las cuerdas de su inoperancia, de su incompetencia, de la inviabilidad del nefasto "socialismo del siglo XXI" que aún se empeña en aplicar a pesar de que su fracaso está a la vista de propios y extraños, es como un boxeador que lanza golpes al vacío, ya sin otra esperanza que la de caer tirando abajo todo lo que lo rodea: adversario, juez, ring y espectadores. No hay quien pueda explicar cómo una nación extremadamente rica en petróleo carezca de alimentos de primera necesidad, medicamentos, electricidad (se han recortado las semanas de trabajo del sector público y del sector privado, más los apagones en zonas residenciales) y en la que sus ciudadanos padezcan una tremenda inseguridad.

Sin argumentos, hay que recurrir a las teorías conspirativas y buscar chivos expiatorios. Y qué mejor que atacar al impero y, en este caso, al Secretario General de la OEA, que ha tomado la sana decisión de no mirar para el costado como hicieron sus sucesores con Hugo Chávez y con el propio Maduro. Venezuela hace años que ha dejado de ser una democracia y de ella solo conserva la forma de votación como mecanismo de acceso a la presidencia. Porque cuando la oposición gana la mayoría legislativa, el señor Maduro la ignora olímpicamente con la complicidad del Tribunal Supremo de Justicia de la República Bolivariana. Y así el TSJ, cómodo títere del presidente que lo designó, declara nulas todas las leyes que no le gustan a Maduro, entre ellas, la dictada hace varios meses para liberar a los presos políticos. Y es un tribunal que ratifica todos los decretos de emergencia y de excepción que Maduro decreta para amparar su autocrático poder.

De modo, que el amplio triunfo de la oposición en las elecciones legislativas pasadas no ha venido sino a agravar la situación. Y, ahora que se comienza a hablar de "otras formas de golpes de estado", si alguno habla de "golpe blando o parlamentario" en Brasil debería, con muchísima más propiedad, hablar de golpe "ejecutivo/judicial" en Venezuela. Allí no solo se desconoce la autoridad legislativa y controladora del parlamento, sino que además se violan sistemáticamente los derechos y garantías individuales, empezando por la libertad de expresión y siguiendo por las demás.

De los países de la Unasur y del Mercosur no se oyen condenas. A lo sumo, tímidos llamados al diálogo entre gobierno y oposición. Y ha sido el secretario general de la OEA quien ha reconvenido duramente a Nicolás Maduro para que respete la voluntad popular, las libertades individuales, el proceso de referéndum revocatorio y las decisiones legislativas. Por ello, por no callar, fue rápidamente descalificado como "agente de la CIA" con lo cual para Maduro se acaba la discusión.

Pero Almagro no se amilanó en la contienda y tuvo una muy dura respuesta que vale la pena recoger. En un lenguaje que difícilmente pueda calificarse de diplomático envió un mensaje a Maduro. "No soy agente de la CIA". "No soy traidor. No soy traidor ni de ideas, ni de principios, y esto implica que no lo soy de mi gente, los que se sienten representados por los principios de libertad, honestidad, decencia, probidad publica (sí, de los que suben y bajan pobres del poder), democracia y derechos humanos. Pero tú sí lo eres, Presidente, traicionas a tu pueblo y a tu supuesta ideología con tus diatribas sin contenido, eres traidor de la ética de la política con tus mentiras y traicionas el principio más sagrado de la política, que es someterte al escrutinio de tu pueblo".

Algunos quizá pensarán que no es el lenguaje más adecuado para dirigirse a un presidente electo democráticamente. Pero Almagro está hablando por los que callan y sabe lo que se juega en Venezuela. Y como los que callan son muchos, y porque es más fácil callar que hablar, eso tiene un valor especial. Ojalá que Venezuela retome la senda del diálogo porque de lo contrario va a tomar la senda de la explosión. Y los que callaron serán responsables de esa tragedia.

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