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El balotaje: un caballo de Troya

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28 de noviembre de 2019 a las 05:01

En el contexto mundial, en el que las sociedades parecen abandonar el contrato político, como cauce natural para depositar sus aspiraciones y demandas, lo ocurrido en Uruguay manifiesta ante todo el síntoma planetario que, en nuestro caso, en la noche del 24 de noviembre dibujó una forma en el firmamento social que puede ser vista como una grieta o una muralla. Pero en todo caso, su común denominador es el de un fenómeno de muy difícil interpretación y asimilación, para implementarlo en la realidad que debería empezar a manifestarse desde el primero de marzo del 2020.

Se trata de la configuración de un mapa de poder real que no se refleja en la distribución del poder formal representado en el Parlamento, surgido este como resultado de las elecciones de octubre. Este mapa señala que en el Poder Legislativo se resolverá la verdadera dinámica sobre la que se administrará la gobernabilidad. Sin embargo, la irrupción de la paridad introduce una incertidumbre adicional que complica la viabilidad de una coalición, cuyas suturas presentan aun ciertas debilidades, visibles en el incidente de las desafortunadas declaraciones de Manini Ríos. Además, se incorpora una hipótesis, efectiva a partir de febrero: ¿se instaló esa noche y en los hechos, una democracia parlamentaria, por la vía de la decisión ciudadana? Sin duda que la paridad fomenta una cierta neutralización del poder real y ejecutivo de la presidencia, convirtiéndola en forma directa o por delegación de autoridad, en una figura similar a la de un primer ministro, con demandas y capacidades negociadoras aumentadas ahora a todo el espectro político.

Una segunda interrogante desafía a la estructura de nuestro sistema de gobierno, en sus limitadas posibilidades de responder en cuanto a cómo se canalizará esta paridad que mandata a ese poder legítimo –tanto en lo formal pero también en el ámbito de la realidad– a manifestarse en términos políticos. ¿Es viable que éste transite por el cauce parlamentario?, y, ante la potencial emergencia de presiones y crisis externas al sistema formal y de carácter disruptivo, ¿será necesario, una suerte de conducto de negociación paralelo, reservado exclusivamente a Lacalle Pou y a Martínez una vía similar a la “línea roja” entre Washington y Moscú, durante la Guerra Fría? Y si fuera éste un recurso necesario, ¿terminará siendo Martínez un mejor apoyo en determinadas instancias complicadas, al que Lacalle Pou deba recurrir como eventual presidente, cuando en el parlamento su coalición enfrente dificultades para actuar como tal?

Naturalmente, esta posibilidad está sujeta a lo que al interior del Frente Amplio ocurra a partir de ahora en materia de liderazgos. Así como en la Segunda Guerra los aliados de Occidente recurrieron a Stalin como un mal menor para enfrentar a uno mayor, Lacalle Pou, de resultar ganador, deberá ver en Martínez a una figura ambivalente pero necesaria, como un impensable e ineludible interlocutor, un rol que ni el propio candidato del Frente Amplio imaginaba tener hasta anoche. Otra gran interrogante que gestó el balotaje.

Del resultado también deriva una fuerte señal a tener en cuenta. Si la convocatoria de Manini Ríos a las Fuerzas Armadas tuvo incidencia negativa en el resultado, la fuga resultante de la coalición hacia el Frente Amplio, muestra que en su conjunto hay todavía escotillas no bien selladas en materia de adhesiones o afinidades inamovibles. Lejos de ello, si se asume tal causalidad, la inestabilidad de alineamientos parlamentarios sería más una constante que la excepción.

Otro hecho concluyente refiere al aparente fracaso colectivo de las encuestas, aunque la recurrencia de este fenómeno no indica las carencias de los atributos profesionales que estas empresas sí poseen y mantienen. El problema trasciende a estas capacidades, y afecta al objeto que observan, el cual atraviesa grandes transformaciones que exceden los rigores científicos y empíricos. Este territorio, ha mutado en algo que, lejos de ser estático o de realizar lentos movimientos en largos ciclos, se está convirtiendo en un fenómeno camaleónico, cambiante e inestable. Lo que determinaría esta nueva condición, también de carácter mundial, es que los apegos ideológicos, las identidades partidarias y el sentido de pertenencia a un sistema de ideas o visiones, han perdido validez referencial.

Este proceso es más notorio entre los jóvenes, para quienes el impulso al voto estaría mucho más marcado por las emociones que por la razón o el conocimiento político. Tendría así sus raíces en factores psicológicos y sociológicos. De allí su creciente condición de volátil o impredecible en el mediano plazo. De allí también, surge una rudimentaria explicación del porqué hoy las calles y plazas son los teatros de operaciones en los que se manifiesta esta naciente cosmovisión generacional.

Finalmente, en un país tan adepto a la construcción de mitos autocomplacientes, una segunda mirada a lo que viene ocurriendo, estaría señalando que nuestra democracia, contraria a demostrar firmezas y garantías en sus instituciones, manifiesta síntomas de estar bajo grandes desafíos, desconocidos hasta ahora en el periodo posdictadura.      

Esta fase crítica a la que ingresó a partir del balotaje, exige la actuación de liderazgos políticos que sepan sintonizar con un nuevo tiempo, interpretando estos síntomas, y actuando en consecuencia. El triunfalismo de Daniel Martínez está lejos de la imperiosa demanda de las circunstancias. Su alegría se asemeja a la de los troyanos cuando recibieron al legendario caballo. Por ello, como en Troya, a lo acontecido en el balotaje se le llama “presente griego”. Es bueno que relea su significado. Si lo entiende, esa alegría se extinguirá de inmediato, y, ojalá, se ponga a la altura de esas circunstancias.                                  

Así, todos tendremos mejor suerte que la de los troyanos.

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