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El calvario armenio en el Alto Karabaj

El gobierno de Azerbaiyán ha recuperado su soberanía sobre un territorio que le pertenece pero es históricamente armenio. Y dice que va por más, ojalá alguien pueda detenerlo
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22 de septiembre de 2023 a las 05:03

Siempre a la caída de los imperios se desatan una cantidad de guerras y conflictos locales sobre los territorios que controlaban. Estos suelen ser los más sangrientos. Pasó en la Partición de la India, cuando el Imperio Británico daba sus últimos estertores. Pasó en los Balcanes donde, tras haber permanecido primero bajo el yugo otomano y luego bajo el de Austria-Hungría, Tito pudo mantener una unidad que a su muerte se hizo trizas. Y pasó y sigue pasando en lo que era el espacio que controlaba la Unión Soviética. Son los llamados conflictos postsoviéticos, entre los que desde luego cabe la actual guerra de Ucrania.

El otro que ha estado muy activo últimamente –aunque ni se le acerca en cobertura mediática– es el del Cáucaso Sur, entre Azerbaiyán y Armenia por la zona del Alto Karabaj, también conocido como Nagorno Karabaj. El martes las fuerzas azeríes recuperaron este territorio a punta de misiles, drones y bombardeos aéreos, después de 10 meses de un brutal bloqueo dispuesto por el gobierno de Ilham Aliyev, en abierta violación al derecho internacional, que había dejado a la población armenia del enclave al borde la inanición.

Armenios y azeríes se han disputado el Alto Karabaj por más de un siglo. En 1921, poco después de la llamada sovietización de Armenia y Azerbaiyán, Moscú le concedió el enclave a Azerbaiyán, a pesar de que la población de allí era abrumadoramente armenia. Ahora algunas connotadas plumas históricas del Cáucaso se debaten si fue Stalin o no quien hizo esta concesión a Bakú. Siempre se había dicho que Stalin, por entonces comisario soviético para las nacionalidades, les había “entregado” el Alto Karabaj a los azeríes, a quienes Moscú necesitaba por sus ingentes reservas de crudo, y a su vez para complacer a sus aliados kemalistas en Turquía. Ahora eso no está tan claro según algunos destacados estudiosos de la región como Arsene Saparov.

Sea como fuere, lo cierto es que le concedieron a Bakú tierras históricamente armenias, pobladas desde siempre por mayorías armenias que han llamado a este enclave Artsaj. Aunque, todo hay que decirlo, las limpiezas étnicas en la zona se han cometido de lado y lado. Y después de la guerra tras la desintegración de la URSS, que Armenia le ganó a Azerbaiyán, los armenios además del enclave tomaron otros territorios circundantes, expulsando de allí a la población azerí.   

Hasta este martes, que Azerbiyán recuperó la soberanía sobre el Alto Karabaj, el enclave había funcionado de facto como la “república” independiente de Artsaj, con evidentes lazos con Ereván pero sin ningún reconocimiento internacional.

Más de un centenar de armenios perdieron la vida en el ataque azerí de esta semana, aunque el gobierno de Bakú dice que fueron una treintena. Y los medios occidentales se han hecho eco de los informes de Azerbaiyán, ubicando vagamente la cifra de muertos en “docenas”.

Tampoco se ven en los medios occidentales reseñas sobre el presidente azerí, Ilham Aliyev, un autócrata que gobierna desde hace 20 años tras suceder a su padre, Heydar Aliyev, que a su vez había gobernado Azerbaiyán durante una década.

En total la familia Aliyev lleva 30 años en el poder, pero no verá usted muchas referencias a ello por estos días, ni al “puño de hierro” con que gobierna el señor, con el cual -él mismo ha dicho- ha recuperado el Alto Karabaj confinando el sueño armenio al baúl de los recuerdos para siempre.

Del mismo modo, las condenas de Washington y Bruselas al gobierno de Azerbaiyán han sido sumamente tímidas, casi imperceptibles. Y cero sanciones.

Y es que en el conflicto del Cáucaso Sur confluyen un sinfín de piezas en el ajedrez geopolítico que tal vez ayuden a echar un poco de luz sobre tanta oscuridad mediática y política.

Por un lado Aliyev es hoy pieza clave para la Unión Europea por ser su principal proveedor de gas, tras haberle cerrado el grifo a Rusia. El año pasado, después cerrar ese acuerdo con Bakú, la poderosa presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, dijo que Aliyev era un “socio confiable”. Y así lo han tratado desde entonces, no lo han querido tocar ni con el pétalo de una rosa.

Luego está el apoyo “inquebrantable” de Turquía, que le suministra armamento, equipamiento y respaldo político en una región donde comanda muchísima influencia. Como se sabe, los azeríes son un pueblo túrquico, y ese apoyo de Ankara es ancestral.

Y por si algo faltaba, Israel también le vende armas a Azerbaiyán, que en los últimos años ha gastado más en defensa que todo el PBI de Armenia.

Por último, pero no menos importante, está Rusia, que se suponía era el garante de la paz en este conflicto y no ha podido hacer nada. Vladimir Putin ha debido aceptar, aun con sus tropas de paz en el terreno, que un supuesto aliado suyo ataque a otro aliado suyo en su zona de influencia. Amén de que el primero es apoyado en su beligerancia por Turquía, que juega un juego geopolítico muy ambiguo, con un pie en la OTAN, otro en Medio Oriente, otro en el Cáucaso que se extiende al Asia Central; se ofrece como mediador en el conflicto ucraniano y en general parece simplemente practicar un neo-otomanismo que no es necesariamente amigable a los intereses de Moscú.

Hay que ver también cómo queda su relación con el gobierno armenio de Nikol Pashinián, este hoy además algo complicado en el frente interno en la propia Armenia, donde se le reclama la inacción ante el avance azerí. Más allá de que el mismo Pashinián ha ido y venido entre Moscú y Occidente, y Putin no confía del todo en él. No es de su palo, no es el típico autócrata postsoviético y se comporta a todo efecto práctico como un demócrata liberal.

Pero mucho más habrá que estar atentos a lo que hace Aliyev, que ya ha anunciado que invadirá territorio armenio para conectar a Azerbaiyán con Najicheván, otro enclave, este sí de población azerí, que se ubica del otro lado de Armenia, en la frontera con Irán. Aliyev se propone abrir una brecha, una “lengua de tierra” (seguramente será algo más que eso) para unir los dos territorios.

Ojalá que alguien lo pueda detener. Pero no se ve a nadie levantando la mano.

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