Eduardo Espina

Eduardo Espina

The Sótano > COLUMNA/EDUARDO ESPINA

El Chapo, muerto en vida

El criminal podría pasar el resto de su vida en la cárcel más segura del mundo
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18 de febrero de 2019 a las 08:49

Joaquín Guzmán Loera podría haber hecho un pacto con la fiscalía estadounidense y le hubieran rebajado la condena. El fiscal le dijo que si confesaba y daba detalles sobre el funcionamiento de su organización, además de nombres de los involucrados en el narcotráfico, la pena sería de 30 años, en lugar de cadena perpetua. El Chapo hizo cuentas y respondió negativamente, dio un no rotundo. Tiene 61 años, y duda que pueda estar vivo como para salir de la cárcel a los 91 años de edad.

Además, de haber aceptado el trato, habría quedado como soplón, y recordado en la historia del crimen por la ignominia cometida contra sí mismo, porque nada peor que cuando un jefe se convierte en delator. Si nada fuera de lo normal ocurre, morirá solo, tras las rejas. Digo, si “nada fuera de lo normal ocurre”, pues ya ha escapado dos veces de cárceles mexicanas supuestamente de alta seguridad. La primera vez fue en 2001, después de sobornar a los guardias, escapando en una canasta de lavandería. En 2015 el escape fue a través de un túnel excavado bajo tierra.

De donde seguramente lo van a mandar el próximo junio, cuando se conozca su condena, nadie hasta la fecha pudo escapar. Es considerada la cárcel más segura del mundo, un modelo de enclaustramiento perfecto diseñado para derrotar a cualquier intento de fuga. El poema de Borges dice que “El general Quiroga va en coche al muere”. También Guzmán sabe que irá camino “al muere”, aunque el suyo va a ser uno lento, con un suplicio que podrá a prueba su capacidad de supervivencia. En esa cárcel los reclusos viven aislados, y no pueden recibir visitas por una cuestión de seguridad. Va a estar en compañía de algunos de los peores criminales de nuestra época, pero no los verá; no podrá conversar con ellos a la hora del almuerzo o de la cena, pues ahí cada uno debe sufrir su pena en privado, en compañía solo de sí mismo, de su desesperada soledad.

La prisión federal de alta seguridad ADX Supermax situada en Florence, en las montañas de Colorado, ha sido descripta como “la versión de alta tecnología del infierno”, de la cual no hay escape ni regreso. Ahí son enviados los criminales de mayor peligrosidad, los cuales cumplen pena de cadena perpetua. En el elenco de reclusos permanentes figuran: Ted Kaczynski, alias “el Unabomber”, quien envió bombas por correo que mataron a tres personas e hirieron a 23; Richard Reid, quien, llevando una bomba en un zapato, intentó explotar un avión en pleno vuelo; Terry Nichols, cómplice del bombardeo de Oklahoma City, en el que una bomba mató a 168 personas en un edificio federal de la ciudad de Oklahoma; Zacarias Moussaoui, quien conspiró con los terroristas que llevaron a cabo el ataque 11 de septiembre de 2001; Eric Rudolph, quien realizó varios atentados terroristas, incluido el de los Juegos Olímpicos de 1996 en Atlanta, donde murieron dos personas y otras 100 salieron heridas; y Dzhokhar Tsarnaev, quien en 2013 colocó bombas cerca de la llegada de la maratón de Boston, donde murieron tres personas y más de 250 resultaron heridas.

Los expertos en sistemas carcelarios la llaman “la prisión de las prisiones” y “la Alcatraz de las montañas Rockies”, no solo por el lugar alejado donde fue construida (hace casi imposible el escape), por estar rodeada de una gruesa barrera de alambres de púas y por la tecnología utilizada para garantizar la seguridad dentro de sus paredes, sino además por la cantidad de guardias armados hasta los dientes y con la cara tapada que en compañía de perros cuidan los movimientos de los presos las 24 horas del día.

Aunque se conoce poco sobre el interior de la cárcel, se sabe que los presos pasan unas 23 horas por día en confinamiento solitariodentro de una celda de 4 por 2 metros de tamaño, con  gruesas paredes y una pequeña ventana. Cada celda está diseñada para que ningún preso pueda tener contacto visual o auditivo con los demás ni con el mundo exterior. Cada una tiene un baño con ducha y una cama con un colchón delgado. Los presos reciben las comidas por aberturas ubicadas debajo de las puertas. Alguien que trabajó ahí por años dijo que “la cárcel no ha sido diseñada para la rehabilitación de los reclusos”, informando que “algunos días los presos pueden pasar una hora al aire libre, dentro de una jaula un poco más grande que las celdas”.

Si El Chapo leyó el informe de Amnesty International sobre dicha cárcel, debe estar aterrado. Dice en uno de sus pasajes: “Además de los momentos cuando son puestos en restricción y escoltados por guardias, los presos pueden pasar años sin tocar a otro ser humano”.

 

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