Cuando muere una persona, se recrean usos y costumbres familiares afectuosamente guardados y que el tiempo no puede borrar. Es el cariño, el afecto, que se vuelca con un cuerpo que fue templo de un alma. Por eso se lo honra con la mayor dignidad y respeto.
Los mayores conservamos muy nítidas las escenas de los entierros de otros tiempos. Hoy, un coche fúnebre es una mezcla de ambulancia y de transporte elegante. Sin embargo el sentir popular distingue rápidamente el paso de un entierro. Ante él, rezamos, nos santiguamos, nos descubrimos.
En los últimos tiempos se observa como un regreso a las antiguas formas. Es la tarea gigantesca por dignificar los momentos impregnados de dolor. También los cementerios privados se encargan de todo aquello vinculado a los entierros. Hay calma, hay sosiego. Es el descenso de un féretro en la fosa, los puñados de tierra o los pétalos de flores que se arrojan sobre el mismo. Es el adiós. En los cementerios públicos también se cuidan las formas y es de alabar el comportamiento respetuoso de las personas que se desempeñan en cementerios públicos y privados.
La manifestaciones de afecto con las personas allegadas a los difuntos serán siempre agradecidas. Los “Quitapenas” de siglos atrás han cedido al sentido común. Los saludos dichos con afecto, son acompañados a veces con palabras. Sin embargo todo lo que está unido a la muerte viene de muy lejos. Los Reyes Católicos dieron normas sobe “Luto y ceremonias”. Fueron nomas llamadas reales pragmáticas. Transcurridos muchos años, un virrey del Río de la Plata murió en la Banda Oriental y la descripción de su traslado hasta el Fuerte de Buenos Aires fue una verdadera epopeya. Precisamente se narra acerca del color blanco de las colgaduras dispuestas en una sala.
No es necesario poseer un posgrado en lo funerario, para dar una saludo a la esposa, al esposo, al padre o a la madre que padecen “a pie de féretro” como dicen los españoles. Aquello de “le acompaño el sentimiento” parecería cursi. Quizás con cariño podemos decir otras cosas como: “Recé por tu padre” o “mi pésame” pero sin caer en aquello de “pero si está mejor que nosotros” o “como se nos fue de repente ni nos dimos cuenta”...
El color negro fue sancionado por los Reyes Católicos para España y sus territorios ultramarinos. Siglos después, “Lutos en 24 horas” lucía en el escaparate de un comercio. Estaba el luto riguroso, el medio luto, el aliviado....Los hombres llevábamos brazalete negro o un pico (trozo de género) en la solapa con ese color.
“Ven a este sitio a aprender/del hombre la duración...”, son los versos de Francisco Acuña de Figueroa que tantas veces leí de niño y de grande, al entrar al cementerio de Salto. Ante la muerte hay una forma de comportamiento que vivimos con cariño o simplemente con respeto.
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