Serafín J. García

Estilo de vida > COLUMNA: SERAFÍN J. GARCÍA

El cronista menos pensado

El realismo literario ambientado en la capital uruguaya tiene un buen precedente de Benedetti; bastante antes, el olimareño Serafín J. García le había echado el ojo a la ciudad
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30 de mayo de 2014 a las 20:58

Domingo de tarde, esquina de Magallanes y La Paz, en pleno “off Tristán Narvaja”. Una sábana blanca sucia tirada sobre el pavimento y algunos libros desperdigados, como niños en un orfanato dickeniano. Cerca hay de todo, como en botica: repuestos herrumbrados, zapatos que no llegan al par, tocadiscos rotos de una era prehistórica y una serie de objetos que difícilmente puedan tener un comprador pero que la porfía de los vendedores exhibe a la luz del otoño con cierta impudicia. Miro, vicho, olfateo. De pronto, uno de los libros capta mi atención.

En su portada está escrita tres veces, de arriba abajo, la palabra “Asfalto”. A modo de subtítulo una inscripción reza “cuentos montevideanos”. ¿El autor? Serafín J. (de José) García. Una rareza de este tipo solo se encuentra en esa esquina ignota del Cordón, en unos desechos que fueron rodando en el tiempo a parar a esa mísera sábana. Miro a la mujer que “atiende” y le pregunto cuánto cuesta. Me responde $ 50, más por concepto de conjunto que por una valoración particular de la obra. Lo compro.

Se trata de una segunda edición, de 1964, de una obra que se editó originalmente en 1944. La edición le corresponde a la Librería Blundi, de la calle Cerro Largo. En las páginas de Asfalto aparece la ciudad de Montevideo con un realismo social explícito. El conjunto lo forman 14 cuentos cortos, que describen la alienación y los problemas de tipos humanos, hombres y mujeres, que deben sobrevivir con sus desgracias, sus miserias y sus pequeñas felicidades en la capital uruguaya a fines de la segunda guerra.

Cuando Serafín García escribió estos cuentos acababa de llegar a Montevideo desde su natal departamento de Treinta y Tres. Ya había escrito la obra fundamental de su producción literaria y de literatura uruguaya del siglo XX, Tacuruses, y había trabajado como funcionario del archivo policial del departamento.

Su llegada a la gran ciudad y sus impresiones quedan de manifiesto en estos cuentos crudos y desgarrados, que toman como protagonistas a personajes que el escritor debió conocer y haber tratado. Se despliega una galería de historias muy alejadas de la idílica visión del país modelo, batllista y paternalista que se ocupa de los más desplazados. Al contrario: Serafín García pone el dedo en la llaga de aquellos criollos o inmigrantes que no pudieron cumplir con “el sueño uruguayo” del empleo seguro, la casita en el barrio, el autito para pasear el fin de semana y la tibieza de la clase media, mezcla de asado, mate y fútbol.

No. Los protagonistas de los cuentos de Asfalto son desempleados que se demoran en un bar porque no tienen adónde ir; empleadas de oficina que soportan el infierno de vivir en una pensión mísera y extrañan el lunes para estar en un ambiente digno; voluntarios que volvieron psicológica y físicamente traumatizados de la guerra; niños solitarios que venden diarios o lotería por los bares, muertos de hambre; grises seres que enfrenta la lluvia, pero sobre todo la llovizna de una ciudad ingrata que los va moliendo de a poco. E incluso hasta un chinito que trabaja como empleado de una familia de dinero, que se quiere escapar y no puede. El intento de evasión de la realidad es una constante de estos cuentos sin esperanza, ambientados en el lejano y supuesto Uruguay de las vacas gordas, aunque las situaciones que se describen tengan una actualidad grande. En Asfalto, Serafín García pinta el negativo de la foto de una sociedad en muchos casos próspera y fructífera. Es un Montevideo muy palpable aún: en los bares de mala muerte de la Ciudad Vieja, en los muros y puertas con insultos, en los ómnibus apretados, en las colillas de cigarrillo aplastadas en las veredas, en los vagabundos y sus perros solitarios.

Una década y media después, Mario Benedetti recorrerá un camino similar, en su colección de cuentos Montevideanos, de 1959, al estilo de James Joyce y sus Dublineses. Pero había sido Serafín García, en este libro olvidado y tirado, quien había dado primero en el blanco. Un libro sepultado en una triste esquina de barrio, como las de los cuentos que contiene.

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