Eduardo Espina

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El Don del escándalo

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28 de marzo de 2018 a las 05:00
El 17 de agosto de 1998, Bill Clinton se convirtió en el primer presidente estadounidense en testificar como sujeto de una investigación de un gran jurado. Por más de cuatro horas respondió preguntas, todas ellas relativas a un encuentro sexual en la Casa Blanca con una muchacha llamada Monica Lewinsky, quien estaba haciendo una pasantía y al parecer habría seducido al mandatario, algo, según el comité que lo investigaba, nada difícil de conseguir.

Bebiendo una lata de Coca dieta y mostrando a las claras que escondía algo, que no quería decir la verdad y nada más que la verdad, Clinton negó una y otra vez haber tenido relaciones sexuales con Lewinsky. Tal como cualquiera que lo estaba viendo supuso, ese testimonio falso llevó a la bancarrota a la imagen del presidente, quien fue acusado de perjurio y obstrucción a la justicia, perdiendo credibilidad por el resto de su vida.

De haber aceptado en forma franca la veracidad de las acciones en las cuales estuvo implicado, Clinton sería visto hoy de otra manera y no con el estigma de ser la versión estadounidense de Pinocho.

Han pasado casi 20 años del llamado "affaire Clinton-Lewinsky" y muchas cosas cambiaron en el mundo, como por ejemplo, es cada vez más universal la aceptación del matrimonio entre gente del mismo sexo, hay países donde se legalizó el uso de marihuana, los transexuales no necesitan esconderse durante el día, etc. etc. Es decir, la tolerancia y la aceptación de la otredad conquistaron territorios.

Sin embargo, el puritanismo mantiene completa vigencia cuando se trata de la imagen del presidente estadounidense. La vida privada de este reside en un espacio acotado, por lo que su intimidad puede ser fácilmente transgredida y cuestionada. Otra vez, la actividad sexual extramatrimonial de un mandatario ha puesto a este en la cuerda floja y al borde del abismo.

Donald Trump tiene escandalizados a millones de compatriotas, algo que parecía imposible en los tiempos actuales, en los cuales muchos daban por muerto al escándalo. La historia de alcoba del presidente con una actriz porno ha traído el recuerdo de otra historia ocurrida hace dos décadas, en la cual sexo, puritanismo y mentiras hicieron una muy peculiar combinación.

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