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El drama de los refugiados y desplazados

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29 de enero de 2020 a las 05:04

Según las Naciones Unidas, en el acuciante problema de las personas que se ven obligadas a retirarse de sus hogares (“desplazados forzosos”), deben distinguirse dos categorías: “ refugiados” y “ desplazados internos”. Los primeros son aquellos que al trasladarse cruzan una frontera internacional, mientras que los segundos también huyen de su residencia habitual, pero permanecen dentro del territorio de su país.

Según datos de Acnur (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados), a fines de 2018 el total de personas desplazadas “forzadamente” había alcanzado un total de 71 millones; de los cuales 26 millones eran refugiados y el resto desplazados internos. Los motivos de estos movimientos migratorios son fundamentalmente: guerras, persecución política y/o religiosa, conflictos étnicos, violaciones de derechos humanos y/o graves situaciones de pobreza e indigencia. Más allá de la impresionante cantidad de personas afectadas por este problema, es necesario destacar que su condición de vida –en general hacinados en campamentos con asistencia sanitaria y alimentaria mínima– es infrahumana; sufren enfermedades y niveles de pobreza e indigencia alarmantes.

Un breve análisis de este drama humano exige un estudio tanto de los países que originan esta marea humana de famélicos, así como –para el caso de los refugiados– de las naciones que los albergan temporariamente y de las que, finalmente, los acogen en forma definitiva.

Para entender la gravedad cuantitativa del problema, basta mencionar que la cantidad de “desplazados forzosos” se incrementó de 45 millones en 2010 a 71 millones en 2018; es decir, un aumento del 60%. Más grave aún, a la exacerbación de los conflictos geopolíticos ya existentes –que generan por sí mismos cada vez mayor cantidad de desplazados– se le suman en forma continua nuevos problemas, tales como la reciente invasión de Turquía a la frontera norte con Siria, que ya ha provocado más de 100.000 desplazados de población civil kurda hacia el interior de un territorio todavía afectado por la destrucción y violencia generadas por la guerra civil iniciada en 2011. Todo esto hace que el flujo de damnificados sea cada vez mayor, estimándose que en 2018 su número fue de 13 millones (a un promedio de 36.000 diarios); de los cuales tres fueron refugiados y el resto desplazados internos.

En cuanto a los refugiados, los primeros cinco países que los originan abarcan un poco más de 60% del total: Siria (6,7 millones); Venezuela (3,2); Afganistán (2,7); Sudán del Sur (2,3), y Myanmar (1,1).

Respecto de los países que han recibido “temporariamente” el número mayor de refugiados, ellos son: Turquía (3,7 millones, de los cuales 3,6 son sirios que han huido de la feroz guerra civil que se desarrolla en su territorio); Pakistán (1,4 millones, casi exclusivamente afganos); Uganda (1,2 millones, principalmente sudaneses del sur y congoleños); Alemania (1,1, la mayoría sirios); Irán (1,0, casi 100% afganos); Líbano (1,0 mayoritariamente sirios) y Bangladesh (1,9, en su totalidad musulmanes de la etnia rohingya, expulsada por la mayoría budista de Myanmar).

Estos datos indican con claridad la magnitud del problema, que, además, exige a las naciones cuantiosos fondos para el sostenimiento de los respectivos campamentos. A este respecto, y solo como dato de referencia, basta mencionar que a la fecha el mayor campamento de refugiados se encuentra en Bangladesh y alberga nada menos que a 1,2 millones de personas.

A este dramático escenario debe agregarse el gravísimo problema de cómo ir solucionándolo. A este respecto, las soluciones no son muchas: ubicación definitiva en los países receptores, reasentamiento en naciones que puedan albergar refugiados y brindarles razonables condiciones de vida fuera de campamentos y/o retorno a sus lugares de origen. Sin embargo, a la fecha, el 80% de los refugiados están permaneciendo en los “campos transitorios” no menos de 5 años, sin encontrar salida alguna a su increíble situación.

El cuadro se completa con la existencia de gobiernos nacionalistas, xenófobos y racistas –especialmente europeos, prácticamente con la única excepción de Alemania– que se niegan a recibir refugiados, escenario que ha tensado en grado sumo las relaciones entre los países miembros de la Comunidad.

En síntesis, el drama de refugiados y desplazados no solo alcanza la friolera de 71 millones de personas que viven hacinadas en condiciones infrahumanas, sino que, además, su número es cada vez mayor. Más grave aún, al menos por ahora, no se vislumbra solución alguna. ¿No será tiempo, entonces, de que la comunidad global se una y encare en conjunto acciones que -al menos- atemperen el actual sufrimiento de este universo de marginados?

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