Leonardo Pereyra

Leonardo Pereyra

Historias mínimas

El efecto Librumface

Un blog dedicado al humor demostró que la confusión en la red de redes es cosa seria.
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24 de abril de 2013 a las 00:00

Las redes sociales, se sabe, son terreno propicio para sembrar infamias, calumnias y todo tipo de información falsa que, mayormente, es difundida por fundamentalistas del tuiter y del facebook con mucho tiempo libre, pocos escrúpulos y ninguna capacidad.

Las falsedades no deberían inquietar a nadie cuando surgen de cuentas –a veces anónimas- desde las cuales la gente aprovecha para despuntar su ingenio o ventilar sus miserias y sus egos sin aspirar a la veracidad. En eso micromundo nacen y en ese micromundo mueren.

Pero el asunto se pone denso cuando son periodistas con nombre y apellido los que, sin quererlo, replican mentiras. Algo de esto sucedió en los últimos días cuando los relatos apócrifos del blog de nombre Librumface fueron dados por ciertos en medios de comunicación, y en cuentas de cronistas de facebook y de tuiter, y de algún que otro político.

Los muchachos de Librumface publicaron dos presuntas noticias: una acerca de un periodista español que se equivocaba de país y llegaba a Uruguay para cubrir las elecciones de Paraguay, y otra en la que el gobierno amenazaba con sacarle el título nobiliario a la princesa Laetitia D`Arenberg.

En ambos caso, los artículos tienen aunque más no sea un párrafo que los tornan sospechosos. Esa es una condición básica para que los blogueros persistan como humoristas y no se conviertan en simples cazabobos sin gracia.
Con esas exageraciones, los impostores nos avisan de su impostura y de su buena fe.

Por ejemplo, este párrafo escrito por el periodista de ficción de Librumface debería haber llamado al orden a quienes le dieron validez a la noticia: “Fuimos a por la nota de uno de los principales personajes de esta elección: Lugo. Y allí nos enteramos de la triste noticia: Lugo Batalla (ese es su segundo apellido) ha fallecido. Vayan nuestras condolencias a los familiares, amigos y correligionarios”.

La confusión entre Lugo y Hugo Batalla, y el imprevisto y básico arranque de piedad del periodista, parecen signos evidentes como para, por lo menos, sospechar que detrás de la noticia hay una comedia.

Los periodistas y políticos que cayeron en esta broma para inocentes no deberían avergonzarse porque nadie está libre de este tipo de patinadas. Pero su inocencia debería llamar la atención para que, la próxima vez, el humor absurdo y la información veraz no se mezclen en el mismo vaso.

Las trampas y las falacias están a la orden del día en la red de redes. Y no parece haber otro remedio contra hackers y cronistas truchos que andar más atentos que nunca para que las noticias no sean confundidas con el humor bien intencionado o, lo que es peor, con la guarangada o la malicia de un gil de goma.

Hasta que se demuestre lo contrario, buena parte esa tarea de hilado fino le sigue correspondiendo a los periodistas. Si ellos no entienden que todo post o todo tuit es falso hasta que se demuestre lo contrario, entonces quedarán atrapados en esas confusas redes sociales en donde cualquier pescado boquea de lo lindo.

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