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El estadounidense Horace McCoy da vida a la novela más negra

¿Acaso no matan a los caballos? es una novela negra ejemplar donde pesa más la crítica social que los crímenes que se describen
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10 de marzo de 2019 a las 05:00

Aunque tratada ya mil veces por el cine y la literatura, la crisis estadounidense de 1929 y la posterior depresión económica que se extendió hasta la segunda guerra mundial, sigue siendo uno de los períodos más estremecedores de la historia del gran país del norte. La miseria generalizada, las migraciones internas que conformaban verdaderos éxodos de este a oeste, la pérdida de valores y el aumento del crimen, marcaron a una sociedad que paso en un pestañeo de la efervescencia de los llamados “años locos” a la ruptura social y el pesimismo crónico.

La mejor forma de entender lo que paso es ver Las uvas de la ira, de John Ford, película extremadamente buena que nace de la también notable novela homónima de John Steinbeck. Pero también es posible bucear en el fenómeno de la mano de Horace McCoy, un nombre perdido entre los grandes íconos de la novela negra que publicó en 1935 ¿Acaso no matan a los caballos?, una novelita de poco más de 100 páginas que conmueve por su fuerza narrativa y el fresco desolador que traza. Porque por debajo o a nivel de superficie, mezclado con el sudor y los perfumes baratos del concurso de baile donde se centra la acción, emerge en toda su crudeza la miseria moral y económica que azotó aquellas tierras, llevando a hombres y mujeres a vivir la vida con desesperación.

Lo extraordinario es como McCoy, fiel a la mejor tradición literaria de Estados Unidos, no juzga a sus personajes, sino que se limita a narrar su historia a considerable distancia de los protagonistas, Robert Syverten y Gloria Beatty.


La otra proeza, evidente, es que desde la primera página el lector sabe qué el hombre asesinó a su compañera de baile y que va a ser condenado, seguramente, a la pena capital. Aunque, y esto no es nada menor, se diga también desde el primer capítulo que lo hizo porque ella se lo pidió.

La novela es por tanto un flashback ininterrumpido narrado por Syverten, desde la mañana cuando se conocen por casualidad con Gloria y deciden anotarse en la maratón de baile, hasta que le dispara en el muelle de la ciudad. En el medio lo que hay es una pintura social notable, que describe con maestría esa especie de circo romano moderno donde los concursantes son espoleados sin parar por unos organizadores sin escrúpulos, ante un público sediento de sangre y desmayos, con patrocinadores que apoyan ya a unos u a otros, dependiendo de su carisma y posibilidades de triunfo.

De entrada queda claro que Syverten es un hombre roto, pero que aún conserva la esperanza de salir adelante en la vida. Sueña con ser director de cine, aunque intuye que nada en su vida va a salir bien. Pero, comparado con Gloria, es un optimista, ya que ella está verdaderamente muerta en vida. Viene de Texas y arrastra consigo una historia personal marcada por abusos sexuales y orfandad, además de una evidente pobreza económica que hace que no tenga dinero ni para comer.

Horace McCoy es un nombre perdido entre los grandes íconos de la novela negra 


Los secundarios también son memorables y sólidos caracteres, desde el asesino camuflado que baila como si nada y que la policía detiene por una casualidad, hasta la chica que trata de ocultar su embarazo mientras baila hasta la extenuación, pasando por los organizadores del evento, que cachiporra en mano, dirigen la función. 

Las normas del concurso son un capítulo aparte. Un sistema infernal que muta según la conveniencia de los patrones, a los que solo les preocupa vender entradas y atraer estrellas de cine a la platea para que le tiren monedas a sus parejas favoritas y gasten dinero en el bar del lugar.

Algún pasaje, como cuando el protagonista baila en puntas de pie para que le dé un poco de sol en la cara, solo puede calificarse de magnífico. Lo mismo puede decirse de la escena cuando dos mujeres de la Liga de la Moral llegan al lugar para intentar clausurarlo.
Con pocos tiros, nada de investigación y mucho menos un detective, Horace McCoy firma una de las novelas más negras de aquel período sombrío. También se puede ver, como complemento, Baile de ilusiones (o Danzad, danzad, malditos), adaptación de la novela a cargo de Sydney Pollack. 

Ficha

¿Acaso no matan a los caballos?
Editorial: Ediciones de la Banda Oriental
Páginas: 142                                              

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