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El humor y la maldad

La rubia de Rombai fue denostada con crueldad y hay quienes dicen que eso está mal; pero están equivocados
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02 de septiembre de 2017 a las 05:00
Hay uno de esos chistecitos cortos que suele provocar incomodidad sin apelar a ninguna alusión racial ni sexual. Dice así: "¿Qué es una cosa verde que apretás un botón y se vuelve roja?" La respuesta es tremenda: "Una rana en una licuadora".

Es obvio que esa rana hipotética no tiene culpa ninguna. También es obvio que en la confección y manifestación del chiste no hubo daño a ningún ser vivo. Y se me ocurre una tercera obviedad: ninguna rana se va a sentir ofendida.

De todas maneras hay quienes no lo toman a bien. Los conmueve, de forma negativa, la maldad implícita en el chiste. Se imaginan, sin pretenderlo, esa operación en la que se produce el cambio de color; son capaces de sentir el sufrimiento del imaginario e infortunado batracio.

Ese hiperdesarrollo de la sensibilidad hace que muchos se molesten cuando alguien critica a los demás. Hay a quienes les desagrada, incluso, que se critique a figuras públicas, aunque ellos mismos no les tengan ninguna simpatía en especial. Aplican una máxima que sería algo así: "El que esté libre de defectos que escriba el primer comentario".

Según esa línea de conducta, no se puede criticar a ningún deportista, a menos que el que critica haya probado ser un crack en la disciplina a la que se refiere. Tampoco se puede criticar a ningún artista y ni siquiera a un político. "Hay que respetar".

Creo que están equivocados. Me parece que la crítica a los famosos es parte del contrato. La fama siempre tiene algo de mala fama. Y la manera más eficaz de criticar es por medio del humor. Yo lo he ejercido en la crítica y he recibido mi merecido. "Además de un pésimo columnista, usted es un imbécil", me escribió una señora enfurecida por una exageración que se me ocurrió.

A mí me pareció un comentario glorioso. Daba a entender que el hecho de ser un pésimo columnista era solo uno de los múltiples defectos que tenía el imbécil. Entendí que había llegado a conmoverla. Y ella me había conmovido a mí, con ese "usted", que por alguna razón, me parecía que me hacía más imbécil todavía.

El episodio me hizo entender, además, que no soy impune, que si pretendo que lo que escribo provoque emociones, entonces es probable que alguien se sienta herido u ofendido. No solo vale decirme: "che, qué bien lo que dijiste, me siento identificado".

Camila Rajchman, la exvocalista de Rombai, no es cantante. Ella misma lo ha dicho más de una vez. No tiene una gran voz y le cuesta afinar. Sin embargo, ha actuado de cantante en Rombai y ha tenido mucho éxito, hasta que un show en vivo desencadenó su alejamiento de la banda. Ahora se lanzó a grabar una canción de Rubén Rada a dúo con el autor. Y fue criticada con una severidad devastadora.

Creo que fue un error de la muchacha y que de los errores se aprende. Me parece que su carrera va más por el lado de llegar a cierta decencia vocal y encontrar una banda con tonadas fáciles y pegadizas que le devuelva el éxito que supo tener. Cantar con Rada debería requerir algo más que buena presencia y carácter extravertido.

Pero ella se lanzó y por eso se expuso al escarnio. La fama no es gratis y no debería serlo. El personaje humorístico Darwin Desbocatti la criticó duramente, y esa crítica debe gran parte de su éxito a la maldad que le pone. Es graciosa por eso y de eso se gana la vida su autor. Y está bien que así sea. En este caso cumple un doble rol: el de castigar la imprudencia de la chica en cuestión y el de divertir a quienes se entristecieron por la decisión de Rada, que desembocó en esta nueva versión de Muriendo de plena.

Muchos de quienes atacan al atacante dicen algo por el estilo de "que ella haga lo que quiera". Está bien, que lo haga, pero no se puede pretender que los humoristas se queden cruzados de brazos.

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