¿Por qué en medio de la noche recordamos algo que nos pasó hace veintitantos años atrás sin saber cómo la memoria lo regresó al presente contra nuestra voluntad? ¿Por qué en un momento de estabilidad emocional sentimos un miedo súbito que nos hace creer que todo puede empeorar y acabarse pronto? Vivir es atenerse a la falta de certezas. La mente está llena de preguntas carentes de respuestas, aunque a veces pasa también que las respuestas llegan sin que exista una pregunta. La vida es un viaje a un lugar desconocido que puede terminar en cualquier momento y mientras vamos –¿adónde?– creemos saber lo que nos sucede, aunque no sea así. La existencia es una suma incesante de incertidumbres. El viaje es la pregunta, y la falta de respuestas el destino. Al fin y al cabo, solo se trata de mantenerse vivos como sea, lo cual no es fácil, una vez que el cuestionamiento ante la futilidad de todo se instala en nosotros como norma.
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