Desde los tiempos de la época renacentista, cuando la noción de lo sublime se instaló en las prácticas estéticas, el arte y la literatura se han encargado de representar la delgada línea que separa la vida de la muerte, a una de la otra. En el medio camina la belleza. Camina, aunque a veces deambula. Aunque no vaya a ninguna parte, siempre llega a algún lado. El arte trascendente siempre ha intentado desde todas las perspectivas dar una respuesta a las preguntas imposibles que hace la muerte, esa entidad tantas veces representada por una mujer vestida de negro, con guadaña en mano, que aparece y desaparece sin tener que pedirle permiso a nadie.
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