Analía Pereira

El pescador y legislador que anhela un reconocimiento postergado

Marcelo González, mientras vendía su última pesca en Piriápolis, explicó los secretos del oficio y por qué trabaja para que exista el Día del Pescador Artesanal

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14 de diciembre de 2020 a las 06:00

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A los 13 años, Marcelo González pidió trabajo para limpiar embarcaciones en el puerto de Piriápolis. A fines de la década de los 80 se unió al Sindicato Único del Mar (SUMA), con el que caminó desde esa ciudad al Palacio Legislativo, reclamándole al gobierno que encabezaba Julio María Sanguinetti mejoras en los puertos, cuando quebraron Astra y Urupez. Hoy tiene 48 años, es pescador y anhela que exista el Día del Pescador Artesanal.

Además de pescador, es edil en la Junta Departamental de Maldonado y es suplente del diputado frenteamplista Eduardo Antonini. La pesca y la militancia política se han desarrollado a la par en su vida, admitió.

La iniciativa para declarar el Día del Pescador Artesanal “es una utopía que se viene construyendo en sueño”, dijo, y contó que se trata de un proyecto nació en una conversación “de pasillo” en el Palacio Legislativo, cuando suplantó a Antonini.
Si bien aún no se decide el día, la idea está sobre la mesa y ha recibido buena aceptación.

“Queremos que se reconozca el día del trabajador de la pesca artesanal, reconocer a un trabajador que no depende de la zafra, que defiende una tarea manual y sacrificada. Queremos que la tarea no quede solo en el número de captura, de importación o exportación. Significaría mucho, identidad más que nada”, explicó, hablando con emoción sobre un tema que le apasiona.

Analía Pereira
Marcelo González en la feria de Piriápolis

Armar nudos, alistar las barcas y encarnar

Marcelo comenzó lavando chalanas (embarcaciones chicas), aprendió a armar nudos, alistar las barcas y encarnar. Cuando “entró al agua” comenzó como grumete. Con los años se fue desarrollando y hoy tiene patente de pesca artesanal de siete millas, lo que le permite ejercer como patrón de pesca y dirigir la embarcación.

Tiene muchos recuerdos de sus trabajos en el mar y la mayoría son anécdotas buenas, aunque también hay duras, como las veces que se hundió, o cuando tuvo que recuperar a compañeros caídos al agua. Por eso, declarar el Día del Pescador Artesanal “significaría mucho, sería el cierre de un ciclo”.

Tanto lo conmueve el tema que se emociona hasta las lágrimas al considerarlo, “porque nuestros viejos se van muriendo arriba de los puertos sin reconocimiento de años y esfuerzo, jubilados sí, pero nunca como trabajadores de la pesca artesanal”.

Analía PereiraChalana, embarcación para pesca artesanal en el Puerto de Piriápolis

El enemigo del pescador 

En Piriápolis los pescados más vendidos son la brótola y la pescadilla, además de los de estación, comentó.
Y el enemigo de los pescadores artesanales, señaló, es el pangasio, una especie del sudeste asiático que ingresa en importaciones de 600 a 1.000 toneladas por año.

“Nosotros defendemos un pescado de calidad, recién sacado, fileteado dentro de las cuatro horas de captura, ese pescado que sale a media hora del puerto y el vecino o la vecina lo compra con un mínimo traslado. El pescado artesanal sacado con los sistemas selectivos que tenemos, como el palangre o la malla, viene sin apretarse, cae vivo y tiene otra calidad. El pescado de la industria viene de 14 días de traslado, aplastado en una red, sube muerto a la embarcación, va al hielo y viene apretado en cajas de 30 kilos”, detalló Marcelo.

Analía Pereira

No se aprende en un libro 

Los pescadores piriapolenses  pescan con palangre (un tipo de aparejo), con trasmallo o trabajo manual. Cada barca lleva tres tripulantes: grumetes y patrón, y todos trabajan a la par. “La pesca artesanal se aprende arriba de la embarcación, no la puedes aprender en un libro, tienes que estar en el agua”, enfatizó.

Para trabajar con palangre se sale del puerto al caer el sol, así la herramienta está en reposo tres o cuatro horas durante la madrugada. Esta pesca lleva de 12 a 14 horas antes de ser levantada.

Para usar trasmallo se sale antes de que salga el sol, y la tripulación se queda casi todo el día en el mar. Según explicó Marcelo, ahora se usa tecnología, como sondas y GPS para saber hacia dónde se mueven los cardúmenes.

Por otro lado, el trabajo manual se hace a remo arriba de la costa, “correteando al pejerrey, la lisa o las corvinas”. Esta técnica de pesca se ha ido perdiendo con el tiempo “porque los viejos se van yendo.

El horario de trabajo depende de la captura, y hay días en los que no se vuelve a casa con el jornal. El clima y las mareas influyen mucho. En cada barca se trabaja “a la parte”, es decir, la captura se reparte entre los tripulantes.

En las zafras de pesca, una chalana puede sacar, por día, una captura promedio de 3.000 kilos de pescado. Al final de la jornada se reparten los gastos de combustible y carnada y se habla con los intermediarios: las pescaderías.

Según detalló Marcelo, “el intermediario se ha ido quedando con los permisos de pesca y eso ha deformado un poco la actividad. Pero todavía quedamos algunos que pescamos en la barca chica. Tenemos costos bajos y salimos directo para la venta al público”.

El desplazamiento de las barcas depende del de los cardúmenes; a veces se trabaja a varias millas del puerto y en otras las chalanas piriapolenses llegan a Neptunia, en la boca del arroyo Pando. Marcelo explicó que algunos cardúmenes salen en mayo de La Paloma y llegan en setiembre a la zona de Santiago Vázquez.

“Hoy se trabaja mucho más lejos, el esfuerzo de pesca requiere más capacidad en horas-hombre y económica. Pero por el aumento de la flota y la disminución de la captura, en algún momento deberemos hacer un equilibrio”, dijo, y añadió que si bien la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara) ha trabajado bastante en ese aspecto, “no comparte los datos con los trabajadores”.

Analía Pereira
Chalanas en el Puerto de Piriápolis

Una familia en el mar

Si bien los pescadores responden a distintas empresas, o a emprendimientos propios, el relacionamiento en el mar es diferente al que se da en tierra.
Marcelo González explicó que el relacionamiento que se da en el agua es igual al de una familia, porque el trabajo es en equipo y siempre se está a la orden del compañero, sea de la misma embarcación o de otra.

“En el agua somos un grupo compacto, si hay un compañero que tiene una dificultad salimos todos atrás, y sobre dónde está el pescado, el primero en llegar avisa al resto. Tenemos una cierta cofradía, un grupo compacto. Arriba de la chalana son todos familia y el que no es familia está por serlo, porque al que viene de afuera se lo trae y se lo enseña”, indicó.

La técnica es la de siempre

El paso del tiempo genera cambios. Antes el pescado valía menos y hoy se trabaja más, por ejemplo. “Las empresas han incidido. Antes trabajábamos con 900 metros de redes, hoy se trabaja en promedio con 10.000”, indicó.

Las técnicas siguen siendo las mismas, pero las barcas tienen motores más grandes, con más herramientas y lugar para la tripulación. La demanda de las pescaderías hace que se intente capturar más y eso cambió las embarcaciones, incluso hay proyectos que estudian cuál es el casco ideal para el Río de la Plata.

En Piriápolis, el deseo de los pescadores es cambiar chalanas de madera por las de fibra de vidrio, que son más fáciles de arreglar y más dinámicas.
Y, como quedó claro, que exista un Día del Pescador Artesanal. 

Analía Pereira
Puerto de Piriápolis

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