Nancy y Gabriel se conocieron de niños en Rocha.

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Una historia de amor, de almejas y trabajo familiar en la Barra del Chuy

Nancy y Gabriel se conocieron cuando eran niños, siguiendo a sus padres en la pesca de almejas; hoy le dan trabajo a 30 familias con el rubro que los unió
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30 de mayo de 2022 a las 05:00

Nancy Schauch y Gabriel Rocha llevan la pesca artesanal en su ADN. Se conocieron en la costa de Rocha cuando eran niños y el padre de Nancy recolectaba almejas y el de Gabriel compraba. De chicos los dos conocieron el mar y el trabajo que de allí salía: la pesca artesanal, algo que años después los llevaría a tener su propia empresa y a darle trabajo a 30 familias de almejeros en la zona de la Barra del Chuy.

Nancy es montevideana, pero cuando tenía ocho años se fue con su familia a vivir a la Barra del Chuy. Cuando su padre bajaba a la playa para sacar almejas, lo acompañaba para ayudar con la colecta, lo que la divertía mucho.

Ella fue a la escuela con Gabriel. “Nos criamos juntos”, contó a El Observador. De joven volvió a Montevideo con su familia, y por unos años no lo vio, solo una vez cuando él fue de viaje a la capital con su padre y visitó la casa de la joven.

Unos años después de que se mudaran a la capital, en la década de 1990, Rocha sufrió una alta mortandad de almejas, por el calentamiento de la temperatura del agua y hubo veda de colecta de ese producto de la pesca. Muchos pescadores se quedaron sin trabajo y debieron cambiar de rubro. Algunos, como el padre de Gabriel, se mudaron al Chuy para trabajar. Durante 14 años la pesca de almeja se detuvo en esa zona.

Años después Nancy volvió a Rocha y se reencontró con Gabriel. “La vida me devolvió al lugar donde fui más feliz, a pesar del sacrificio que pasábamos”, indicó. Allí creció una historia de amor y de trabajo, un emprendimiento y el sueño de mejorar las condiciones del rubro que de chicos disfrutaron como un juego en la costa.

La pesca de almejas es un trabajo que se disfruta en familia.

Un sueño cumplido y varios cambios en el camino 

Hace 11 años se embarcaron en busca de un objetivo: tener su propia planta de pesca artesanal, habilitada por la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara) del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP), lo que en ese momento “era todo un desafío”, por que era la única en el país.

Además, no había muchas mujeres en el rubro, y las que estaban no tenían permiso para comercializar almejas –se vendían principalmente para carnada, y lo que se destinaba a restaurantes se vendía a intermediarios–.

Cada pescador trabajaba por su lado y a veces los intermediarios ni siquiera levantaban la producción, lo que era un problema.
Otro problema era que “existía mucha depredación”, no se respetaban los tamaños ni las cantidades de la captura, “y no había respeto por las vedas”, contó.

Un sueño era incluir a las mujeres en el sector, unir a los pescadores, quitar a los intermediarios, subir el precio que se le pagaba a los pescadores y “conquistar al cliente, el restaurante o el comensal”, y tras mucho trabajo lo lograron, contó.

Todos los días un pescador baja a la playa, ve que la marea esté baja y avisa a la planta cómo está. Nancy y Gabriel se comunican con los restaurantes para saber cuántas almejas necesitarán en el día y, sabiendo ese número, contactan a los pescadores para saber quiénes pueden ir. Luego se dividen los kilos entre la cantidad de trabajadores y se va a la costa. Por día bajan cerca de 10 almejeros y se van turnando en la semana. “Ahora se extrae lo justo y necesario, no se tira ni depreda nada y el trabajo es más justo”, sostuvo.

Nancy y Gabriel se encargan del trabajo en la planta.

Las condiciones de precio mejoraron para el rubro. Cuando los pescadores recolectaban para intermediarios estos les pagaban $ 200 por un balde de 12 kilos con almejas, pero ahora Nancy y Gabriel pagan $ 150 el kilo para la planta.

“Hemos logrado cerrar el círculo, unir a las familias, que se derive la almeja para un lugar solo, generar trabajo, confianza y tranquilidad para los restaurantes de que es un producto de calidad”, expresó.

En dos ocasiones la empresa ganó el premio Siri –organizado por una revista argentina– al mejor productor local. Los jurados de la actividad, que son dueños de restaurantes, premian a productores locales de diversos rubros.

Dos veces ganaron el premio Siri a mejor productor local.

De habitación abandonada a planta industrial 

Fue en 2011 cuando abrieron la planta de procesamiento “Almejas Palmares”, restaurando una habitación abandonada. Hicieron la primera pileta de hormigón y allí comenzaron a trabajar, “a prueba y error, y con aciertos”. 

La planta –en la que trabajan únicamente Nancy y Gabriel– recibe todas las almejas que recolectan los pescadores, así como berberecho y camarones. La producción se vende fresca o congelada, para consumo humano.

Ahora los pescadores cuentan con un permiso de la Dinara que les da un cupo para sacar almejas. Cada uno puede sacar hasta 100 kilos por temporada.

La mitad de los abastecedores de la planta son hombres y la mitad mujeres.

“Lo que más me gusta es poder generar trabajo para tantas familias, jóvenes, veteranos y mujeres. Hoy llevamos el emprendimiento adelante soñando que podemos hacer lo mejor para no volver al método antiguo”, expresó Nancy.

Si bien hay jornadas en las que trabaja hasta 18 horas, ama lo que hace, y la hace feliz lo que ha logrado.

Fue en 2011 cuando abrieron la planta de procesamiento “Almejas Palmares”, restaurando una habitación abandonada.

Uno de los grandes desafíos que tienen es que todo lo que se extraiga del mar se venda para consumo humano, para restaurantes.
Para cumplir ese objetivo hicieron un acuerdo con la Dinara para que la dirección analice las almejas extraídas en temporadas de veda por marea roja, dado que han notado que productos, en algunos casos, no son afectados por esas bacterias. Si se prueba que la almeja está en condiciones, se permite su comercialización. Llegar a lograr confianza con la Dinara para poder hacer esos estudios fue uno de los desafíos a los que se enfrentaron en el camino. Y de esta manera se logró separar a las almejas del resto de los moluscos cuando se declara marea roja.

De generación en generación

Nancy y Gabriel tienen hijos. Algunos trabajan en el rubro y el más pequeño, que tiene nueve años, ya dice que quiere trabajar de lo mismo cuando sea grande. “Antes no pedíamos plata, hoy en día los niños les cobran a los papás por juntar almejas, es hasta divertido verlos”, comentó con gracia y destacó que para los pequeños es divertido llenar los baldes con almejas.

El trabajo lleva mucho esfuerzo, remarcó, no solo porque hay que dar vuelta arena con una pala, sino porque hay que trabajar con frío o calor si toca bajar a la playa. Es un trabajo “forzoso y sacrificado”, pero reúne a las familias en la playa, en un oficio que se pasa de generación en generación.

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