El prodigio: misterio, milagros y fanatismo en una película de Netflix para escaparle al calor

La película de Sebastián Lelio está protagonizada por Florence Pugh y se estrenó en los últimos días de diciembre

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04 de enero de 2023 a las 12:25

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Antes de empezar, un aviso: esta nota pretende ser una suerte de reseña o crítica de uno de los últimos estrenos —uno de los últimos que valen la pena— de Netflix, la película titulada The Wonder o El prodigio, si prefiere la traducción. Sin embargo, esta nota también es una oda encubierta al trabajo de la actriz británica nacida hace 27 años exactos en Oxford —el 3 de enero, día en que se escribe esto, es su cumpleaños— llamada Florence Pugh. Ella ha demostrado con apenas un puñado de películas que su presencia es suficiente para pagar la entrada, encender la televisión o castear la plataforma de streaming en la que su trabajo esté presente. Ella ha sido capaz de mezclarse en el universo de Marvel sin enchastrarse demasiado, se ha consagrado como reina del horror a plena luz del día en Midsommar, ha hecho que fiascos como el de No te preocupes, cariño sean mirables, ha colaborado en amables reinterpretaciones de clásicos de la literatura y ha sido reina —Legitimo rey—, será princesa —en la segunda parte de Dune— y posiblemente en algún momento ganará lo que ya, a muy corta edad, se le escapó: el Oscar. Estuvo nominada por Mujercitas.

La advertencia anterior puede parecer exagerada pero es necesaria para hablar de El prodigio, una película donde Pugh se roba la pantalla una vez más y pone su tremenda calidad al servicio de una historia que, al menos en cuanto a paisajes y vestidos, es bastante parecida a su impresionante debut en Lady Macbeth (2016). En términos estrictamente narrativos, en cambio, El prodigio es algo totalmente diferente y va por otros rumbos: en su última película Pugh no es una esposa bovarista que rompe con los códigos de su casta como en esa primera aparición, sino una enfermera inglesa que, en el siglo XIX, es convocada desde una remota aldea irlandesa para comprobar si un aparente milagro es, en realidad, un embuste.

Así, el personaje de Pugh, la enfermera Lib Wright, llega a un lugar aparentemente alejado de la mano de Dios, donde la más reciente y gigantesca hambruna de la época todavía genera pesadillas y dolores de cabeza en los habitantes, y donde la ciencia se rasca la cabeza y se rinde ante la idea irrebatible de la intervención divina. Es allí, entre el barro y la pobreza y la fe ciega, que una niña ha dejado de comer y, a pesar de una ayuna que ya cuenta cuatro meses, está en perfectas condiciones. En la aldea todos prefieren creer en el milagro. La cínica enfermera Wright, en cambio, procurará agachar la cabeza, abrir los ojos y hacer su trabajo. 

Los tres párrafos anteriores omiten información importante: Primero, que El prodigio es la realización más reciente del cineasta chileno Sebastián Leilo, un hombre que ha probado ser de fiar con películas destacables como Gloria, la oscarizada Una mujer fantástica y Desobediencia. Segundo, que la película es una adaptación de la novela homónima de Emma Donoghue publicada en 2016. Donoghue ya sabe lo que es que tus palabras lleguen al cine y tengan éxito: ella es la responsable de la novela detrás de La habitación, la película que catapultó y le dio una nominación al Oscar a Brie Larson, otra gran actriz generacionalmente cercana a Pugh. 

Además de contar con una interpretación implacable de su actriz protagónica —es admirable cómo el rostro de Pugh puede transmitir la dureza más absoluta y pasar a la vulnerabilidad suprema casi de forma imperceptible— y de un trabajo visual deslumbrante a cargo de la directora de fotografía Ari Wegner —responsable, entre otras películas, de la espectacular fotografía de El poder del perro—, El prodigio tiene las capas suficientes como para ser mucho más que una historia acerca de la posibilidad de un engaño, de la habilitación o no de un fraude milagroso.

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Por debajo, los cables de la película se mueven al compás de la ceguera absoluta de una sociedad quebrada, de un vínculo impensado que se genera, de las represalias autoinfligidas que se permiten las personas para escapar del dolor, de las huellas del daño y de cómo en determinados contextos el trauma empieza a ser casi tan necesario para subsistir como “el cuerpo de Cristo”. La película habla, claro, del fanatismo y sus extremos. 

Sobre su película y estos temas, Lelio le decía esto hace un tiempo a la Revista GQ: “Desde el primer momento me atrapó la sororidad transgeneracional, la complicidad y el apego que surge entre las dos protagonistas. Es una relación muy especial que nunca había visto en el cine. Pero sobre todo, me fascinó el viaje de Liv, el personaje de Florence Pugh, una enfermera inglesa racionalista que llega al peor lugar al que una mujer de su origen podía ir en ese momento: la Irlanda de después de la hambruna de 1862. Mi objetivo era analizar las dinámicas de esta comunidad cargada de fervor religioso, de gente que ha encontrado una verdad y no está dispuesta a moverse de esa postura: la pura definición del fanatismo. Y ella, la científica, es lo opuesto a una fanática. A diferencia, quizás, de la fe, la ciencia tiene la duda en el centro, la pregunta más que la certeza. Ese choque frontal entre dos sistemas de creencias antagónicos me pareció fascinante: por un lado, el de la ciencia, una forma de leer la realidad que está en flujo, en constante cambio, y alcanza su máxima gloria cuando es corregida, y por otro, el de ideas fijas, que es la forma en que la fe se manifiesta en el pueblo.”

Netflix

El prodigio no es perfecta y peca de tener ciertos personajes que terminan siendo cabos sueltos que no encajan del todo en el ecosistema de la relación que, como espectadores, nos importa de verdad: la de la enfermera y la niña milagrosa. Pero la sobriedad de Lelio y su puesta en escena, la compañía de su apartado visual y sobre todo el poder absoluto de Pugh como intérprete hacen que la película sea una propuesta sólida, absorbente y cautivante para estos días donde las ofertas de estrenos tampoco abundan.

El prodigio está en Netflix, es oscura, no le hace asco al dolor, pinta un fresco inquietante de un rincón del corazón humano y está Florence Pugh. De ahora en más, esto último debería pasar a ser excusa suficiente para darle una oportunidad.

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