Opinión > COLUMNA/EDUARDO ESPINA

El sonido del corazón humano

La música de Neil Peart (1952–2020) encapsuló los latidos de la vida a todo dar
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25 de enero de 2020 a las 05:00

"No importa cómo lucho y me esfuerzo / Nunca saldré vivo de este mundo”, dice la canción I’ll Never Get Out Of This World Alive (1952), de Hank Williams, pionero del rock and roll, la cual fue grabada meses antes de la muerte del cantante, a los 29 años de edad, ocurrida mientras dormía en el asiento de atrás de su Cadillac. Por tres años y medio, Neil Peart luchó con titánico esfuerzo contra un glioblastoma –agresiva forma de tumor cerebral–, pero perdió. No salió vivo de este mundo. Son esas guerras que uno sabe de antemano que va a perder, por más que antes del final se ganen batallas. Tenía 67 años de edad. Mentalmente estaba impecable. El 7 de enero de 2020 será recordado por haber sido el día en que murió uno de los mejores bateristas de la historia. 

El protagonismo de Peart en la definición de un sonido inconfundible transformó a Rush en una de las más influyentes, innovadoras y poderosas bandas de rock, aunque solo la integraran tres músicos que juntos eran una máquina sonora arrolladora. Después de verlo ejecutar sin errores un solo de batería por casi diez minutos, manteniendo la energía al máximo, alcanzando una cima sublime de perfección, uno se preguntaba: ¿cómo puede hacerlo? En todo gran artista original siempre está eso que lo distingue: una técnica que tiene mucho de aprendizaje y tantísimo de originalidad innata. 

Hay quienes nacen con una cuota mayor de cromosomas de genialidad y a fuerza de persistencia consiguen perfeccionar ese regalo divino carente de explicación. Es siempre lo mismo: la técnica. Para triunfar en cualquier disciplina, es fundamental. Marca la diferencia. La técnica de Peart tuvo tanto de inexplicable, como de prodigiosa. Fue un prodigio en constante ascenso, el cual, vaya paradoja vital, tuvo al paso del tiempo como aliado. Los años parecían no pasarle, aunque en 2015 se retiró de los escenarios porque dijo que ya no podía mantener un alto rendimiento físico durante los conciertos, los cuales incluían solos de batería que duraban cerca de diez minutos. Cada concierto de Rush tenía una duración aproximada de tres horas. Eran rituales impresionantes, en los que lo sublime salía recompensado.

La influencia del baterista permanecerá por la simple razón de que cualquiera de las canciones de la casi veintena de álbumes que grabó Rush destaca su extraordinaria técnica. Subió la vara respecto a cómo tocar la batería. Peart inventó una técnica y la puso al servicio de una manera trascendente de concebir los sonidos del instrumento que como pocos ha replicado la intensidad de la época moderna. En todas las canciones que escribió destaca la magnificencia de un compositor con ojo perfecto para elaborar la sintaxis, y con oído innovador. Es considerado uno de los cinco mejores bateristas de la historia del rock, aunque hay argumentos suficientes como para demostrar que pocos lo superaron en cuanto a capacidad de descubrimiento de nuevas técnicas  para hacer hablar con ritmos diferentes a la batería, los platillos y a una variedad de herramientas de percusión, instrumentos a los que tocaba con oídos de chamán.

Junto con el cantante y bajista Geddy Lee y el guitarrista Alex Lifeson, Peart integró la banda que transformó al llamado rock progresivo. Con su incomparable forma de utilizar los palillos, a cada canción le ponía la firma. Fue un virtuoso que sacó de la  galera un estilo. David Grohl, quien fuera el baterista de Nirvana, comentó (y la cita va completa pues vale la pena): “El mundo perdió un verdadero gigante en la historia del rock & roll. Una inspiración para millones con un sonido inconfundible que generó generaciones de músicos (como yo) para tomar dos palos y perseguir un sueño. Un hombre amable, atento y brillante que gobernó nuestras radios y tocadiscos no solo con su batería, sino también con sus hermosas palabras. Aún recuerdo vívidamente mi primera escucha de 2112 (cuarto álbum de estudio de Rush, de 1976) cuando era joven. Era la primera vez que realmente escuchaba a un baterista. Y desde ese día, la música nunca ha sido la misma. Llegué a 2112 cuando tenía ocho años, cambió la dirección de mi vida. Escuché la batería. Me hizo querer convertirme en baterista. Su poder, precisión y composición eran incomparables”.  

Peart aportó a Rush una magia primal que arrancaba a la escucha de este mundo. Con fuerza de herrero en sus brazos, fue la quintaesencia del percusionista. Operó bajo reglas propias. Fue también uno de los músicos con mayor intelecto y cantidad de lecturas encima. Cuando no estaba tocando la batería, pasaba el tiempo leyendo. Se consideraba un experto en Shakespeare y en poesía moderna. Fue un tipo interesado en todas las formas de creación humana. Por algo le habían dado el sobrenombre de “El profesor”. Quienes lo conocieron, afirman que más que un músico, fue “un pensador”. Tal como alguien lo definió: “Fue un músico con corazón de poeta”.  

Políticamente, Peart fue un libertario enemigo de los templos ideológicos. Se guiaba por la erudición del corazón al momento de reflexionar sobre la vida y su escandalosa brevedad. Con la complicidad de su arte luchó contra el conformismo y los estereotipos. Un verso de Dreamline (1991), canción de su autoría, manual de vida y de cómo vivir con el tiempo en contra, resume su grandeza como compositor: “Somos inmortales solo por un tiempo limitado”. El presente es lo único que tenemos. Precisamente, Peart no desperdició en excesos típicos del mundo del rock el tiempo que le tocó en esta vida. Después de los conciertos se iba a la habitación del hotel a leer. 

Neil Peart nunca terminó el liceo, pero leía cinco libros por semana (filosofía, poesía, ciencia ficción, historia). Fue un genio autodidacta que en el mundo del rock parecía un sapo de otro pozo. Uno de sus familiares lo recordó así: “De chico era visto como un tipo raro, pues se pasaba todo el tiempo leyendo”. Como compositor, detestaba darle un contenido político a sus canciones. El arte es siempre superior a la política, solía decir. De ahí que su acercamiento a las canciones era lírico, incluso para hablar de los llamados “grandes temas” políticos. Tal como alguien observó con tino, sus letras iban mucho más lejos filosóficamente que la mayoría de los artistas de rock considerados “comprometidos políticamente”, como Bruce Springsteen, Sting, o Rage Against the Machine, las cuales resultan pueriles en comparación con la de Peart.

Donna Halper, profesora de Lesley University, comentó: “Era en muchos sentidos un extraño: el tipo que a menudo era diferente de los demás. Pero eso estaba bien con él. No quería ser como todos los demás. Solo quería ser Neil. Le encantaba ser un baterista de rock, pero también amaba la literatura. Amaba la poesía. Amaba el aire libre. No le importaba lo que la sociedad pensara que se suponía que era una estrella de rock: no tenía miedo de ser él mismo, y realmente no preocuparse por la fama. Él solo quería ser bueno en lo que hizo, ¡y lo fue! Y solo quería compartir su música con los fanáticos”.

El baterista intelectual aportó enorme creatividad al repertorio generoso de Rush. Si tuviera que elegir un álbum del gran trío de la historia de rock en el cual el trabajo del baterista resulta descollante, me quedo con Moving Pictures, de 1981, que contiene doce canciones, cuatro de ellas obras maestras: Tom Sawyer, Red Barchetta, YYZ (código aeroportuario de la ciudad de Toronto), y Limelight. Esta refiere a su insatisfacción con la fama (Peart detestaba ser el centro de atención y evitaba dar entrevistas): “Viviendo en/un ojo de pez/atrapado en un lente de cámara /no tengo corazón para mentir /no puedo hacer pasar a un extraño /por el amigo que he esperado por largo tiempo”.

Neil Peart publicó siete libros, entre ellos Ghost Rider: Travels on the Healing Road (2002), escrito tras la muerte de su hija Selena a los 19 años de edad (en accidente automovilístico en 1997), y de su esposa Jackie (de cáncer, al año siguiente). Volvió a casarse en 2000 y tuvo otra hija. También fue autor de The Masked Rider: Cycling in West Africa (2004), recuento autobiográfico de un viaje en bicicleta por África. Buenísimo. Ha muerto un genio amigo. Quienes en su música hemos encontrado felicidad (y tantas cosas más), lo recordamos agradecidos. 

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