El hombre se ríe, hace bromas, disfruta del inesperado cono oscuro que ve en el horizonte y, por supuesto, lo filma con su celular. Un minuto después, ese mismo hombre está tirado en el piso de un galpón, aterrado, mientras encima de él se vuela todo lo que se puede volar.
Esa es una de las tantas grabaciones registradas por vecinos de la ciudad de Dolores durante el tornado del viernes 15 y, al igual que las otras, muestra a seres humanos enfrentando una circunstancia para la que no estaban preparados.
Estos seres humanos, animales de costumbre, son, además, uruguayos. Es decir, gente nacida en un rincón del mundo en el, como ya se sabe, las cosas demoran muchísimo en anunciarse.
Pero los tornados y las derivas del clima ya están llegando y es de esperar que, tal como está siendo tratado el planeta, esto no termine acá.
Lo que no es seguro es que uno aprenda de las tragedias –en general no es verdad eso de que a los golpes se aprende-. Es más, uno ni siquiera parece aprender de lo que ve casi todos los días o casi todos los años.
Porque, después de abismarse con el tornado, los uruguayos tuvieron que enfrentarse al espectáculo más común pero no menos brutal de las inundaciones. Inundaciones que desplazan a miles de personas pobres a las que solo vemos cuando las corre el agua. Es decir, previsiblemente, lo nuevo nos encuentra desprevenidos y lo conocido ya se nos hizo familiar.
Se me ocurre que, entre tanta imagen espectacular filmada y tanta letra escrita en los últimos días, una de las historias más contundentes fue narrada por la periodista de El Observador Macarena Saavedra en un redondo y desolador tuit. “Lucía va a la escuela descalza porque la corriente del río Santa Lucía se llevó una de sus chancletas”, contó Macarena brevemente mientras miraba las aguas que inundaban parte de la ciudad.
La eficacia del microrelato reside en su ambigüedad no buscada. Al volver de la escuela, ¿Lucía se encontrará con otro par de chancletas? ¿o la chancleta que perdió Lucía era la de su único par? Es probable que la primera posibilidad sea la correcta. Pero lo terrible es que la segunda hipótesis no nos resulta nada extraña. Y uno no puede dejar de imaginarse a Lucía, antes de la inundación del Santa Lucía, yendo a la escuela en otoño con su único par de chancletas.
Y se pregunta por qué, en un país en el que tanta gente es bendecida con la abundancia, Lucía era tan pobre aún antes de que llegara tanta lluvia. Y espera, ya con muy poca esperanzas, que la próxima tormenta no pueda encontrar ningún par de chancletas al que convertir en impar.
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