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4 de agosto 2019 - 5:00hs

De Magdalena Reyes Puig para Leslie Ford, del Trinity College
Estimado Leslie:

 

El viaje del héroe

Advierto en su carta un vasto conocimiento de las más diversas sagas de superhéroes que, debo admitir, alimenta en mí una sensación de insufrible ignorancia.  En efecto, yo por mi parte, puedo referir como mucho a la Mujer Maravilla (encarnada por la hermosísima Lynda Carter), la amazona de ojos azules agraciada por los dioses mediante la concesión de superpoderes especiales.  Sus brazaletes y su tiara me resultaban fascinantes, pero de todas sus armas la que, ¡por lejos!, más me asombraba era el “Lazo de la Verdad” con el que apresaba a sus enemigos obligándolos a confesar todas sus fechorías y pecados. Ningún detector de mentiras llegará jamás a los talones del lazo de nuestra superheroína, devenida en ícono feminista. 

Debo confesar que supe ser una auténtica fan de la Mujer Maravilla, tanto como para recibir de regalo un traje de baño que imitaba su soberbio disfraz. Claro que éste no venía con los superpoderes incluidos, y creo que esa es la razón por la cual, bien en el fondo, siempre me sentí un poco ridícula cuando me lo ponía para ir a la playa.  Porque enfundada en él,  se desvanecía la fantasía y me acuciaba la engorrosa conciencia de mi irremediable insignificancia. Podía tener el traje, sí, pero eso no me convertía en una superpoderosa amazona: aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Ahora pienso que aquel fue, seguramente, una de los primeros encuentros con mi inherente vulnerabilidad.  

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Coincido con usted en eso de que “héroe y superhéroe son especies distintas”. Sin embargo, no creo que los superhéroes necesariamente falseen la noción de héroe. Porque si bien es posible que algunos se convenzan que pueden ser Superman sólo con ponerse el traje (como la mona que, adornada con sedas, se cree reina de un concurso de belleza), otros –la mayoría, presumo, y no porque éste haya sido mi caso- se dan de bruces contra su humana, demasiado humana fragilidad. 

Carl Jung identifica el “Viaje del Héroe” con el camino hacia la autosuperación que todo ser humano es invitado a emprender. Pero para que el llamado sea efectivamente recibido, debemos encontrarnos en una situación de consciente vulnerabilidad. Porque sería absurdo emprender aquel viaje sin obstáculos internos o externos que superar. Para el Hombre Araña es el extravagante y temible pulpo mecánico, mientras que para Príamo es la debilidad que le valían sus años y el miedo a la irritada voz de Aquiles. Pienso que este paralelismo ilustra con claridad la diferencia entre la naturaleza de los desafíos que tienen que enfrentar héroes y superhéroes. Para éstos últimos, los obstáculos son siempre externos: el enemigo es siempre un otro que se le opone en esa disyunción maniquea donde el bueno y el malo son tan claros como distintos.  Para el héroe, sin embargo, la lucha es fundamentalmente consigo mismo, donde donde bien y mal coexisten. 

En “Insumisos” (un libro maravilloso, que le recomiendo enfáticamente) Tzvetan Todorov identifica dos formas de insumisión: la de los que se enfrentan a enemigos externos más o menos poderosos, y la de aquellos que luchan contra fuerzas que actúan dentro de ellos mismos. “Decimos así que nos negamos a someternos y resistimos a la tentación, o a nuestras pasiones, o a la facilidad, o a la intolerancia y al resentimiento que sentimos crecer dentro de nosotros”.  A estas fuerzas –que, paradójicamente, representan nuestras debilidades- se debió enfrentar Príamo para poder manifestar abiertamente su dolor al asesino de su hijo y lograr, así, su cometido. El rey de Troya recupera el cadáver de su hijo luchando, no contra Aquiles, sino contra su propia fragilidad de padre viejo con el corazón partido por la muerte de su hijo.  Fue, precisamente,  su capacidad para gobernarse a sí mismo lo que conmovió y venció a la cólera del irascible guerrero de pies ligeros.  

Estoy de acuerdo en que hay una nobleza en Príamo que brilla por su ausencia en cualquier superhéroe. Pero, como dice Nietzsche,  todo carácter noble da cuenta de una inmensa fortaleza espiritual.  Una fuerza que no nos viene de balde, sino que tiene un precio, como usted bien dice. Y ese precio es la terrible conciencia de nuestra esencial vulnerabilidad que –estoy absolutamente convencida- a fin de cuentas, sí podemos llegar a apreciar como un don que nos faculta a ser héroes a pesar, y gracias a, nuestra imperfecta humanidad. 

En “Insumisos” (un libro maravilloso, que le recomiendo enfáticamente) Tzvetan Todorov identifica dos formas de insumisión: la de los que se enfrentan a enemigos externos más o menos poderosos, y la de aquellos que luchan contra fuerzas que actúan dentro de ellos mismos.

 

Héroes vs superhéroes

 

De Leslie Ford,del Trinity College, para Magdalena Reyes Puig
Estimada Magdalena:

La semana pasada, según decía The Times, la película Avengers: Endgame se convirtió en la más taquillera de todos los tiempos. Y -memoria de indecible melancolía-, en lo que va del año, más de 1000 millones de personas han visto películas de superhéroes. 
La humanidad entera ha entrado en regresión si, como creo, la noción de superhéroe representa un falseamiento y una devaluación respecto de la noción misma de héroe. Porque héroe y superhéroe son especies distintas, aunque a primera vista puedan presentar similitudes que pronto se revelan superficiales. Empecemos por el superhéroe. 

He aquí un (arque)tipo cuya naturaleza viene dotada de ciertas “ventajas competitivas”: es más fuerte, más veloz y resistente, puede expandir o resumir su tamaño, y otras cosas por el estilo… Pero nada es gratis y, debido a las leyes de la tragedia, su destino no es gozar de sus propios superpoderes (aunque ocasionalmente lo haga, como cuando Christopher Reeve saca a pasear a Margot Kidder por los cielos de Manhattan con música de John Williams), sino enfrentar a los malos. Pero, ¿a qué malos? 

Es tal la superioridad del superhéroe sobre los malos ordinarios, sobre los patanes de dos al cuarto de la vida común, que muy pronto la tarea de perseguirlos y apresarlos deviene en una rutina insoportable para él -y aún más para el espectador en su butaca. (Si me permite: es como ver al Barça hacerle 8 goles al Eibar en la Liga de España: no es para eso que hemos pagado la entrada). Un superhéroe atrapando a torpes carteristas es un fracaso conceptual, un aborto narrativo. Por eso, sus superpoderes exigen una contrapartida adecuada de maldad que realmente suponga un desafío. Y entonces entra en acción, por necesidad impostada, el “archienemigo”, individual u organizacional que, a juicio de este Bibliotecario, constituye un error, tan repetido como irreparado. Porque, ¿qué puede seguirse de su aparición? Para no perder tiempo con fruslerías, supongamos que  el archienemigo plantea, de entrada, una amenaza para el mundo entero (o, incluso, para la galaxia). ¡Muy bien: por fin algo a nuestra altura! Pero esto sucede en Superhéroes 1… ¿Qué queda para Superhéroes 2? Usted lo ha adivinado: nada. Y no digamos para Superhéroes 3, etcétera: una decepción tras otra. En Jurassic World, el Dr. Henry Wu hace explícita una resignada reflexión sobre el archienemigo: “La gente no viene a ver a los dinosaurios, sino a bichos con dientes cada vez más grandes”. El negocio de engordar al archienemigo, de ponerle dientes cada vez más grandes, para que el superhéroe no se sienta solo, es la crónica de un intento imposible.

Pero lo peor está por venir. Porque la solución que los guionistas parecen haber estandarizado para resolver el supuesto conflicto entre el superhéroe y su archienemigo, es una pelea a bofetadas entre ambos -la de The Dark Knight Rises es quizás la más ridícula jamás filmada. Y al final prevalece, no el que tiene razón o el que está del lado del bien o de la verdad, sino el más fuerte (o, a veces, el más gordo). ¡Qué hermosa enseñanza! Homo homini lupus… (“Oye, ¿qué os parece si tiramos una bomba atómica sobre Hiroshima? No sé, se me ocurrió de repente, al salir del cine…”).

Ahora pasemos al héroe. Que es todo lo opuesto a un superhéroe. Veamos, por ejemplo, al anciano Príamo, en las últimas páginas de la Ilíada. En cuanto a dientes, quizás no le queden muchos. Su único poder reside en su nobleza. Lo vemos salir por las broncíneas puertas de Troya, humillado, quizás aterrado. Pero nada lo detendrá. Ni la vejez, de la que todos se burlan, ni la repugnancia de tener que abrazar las rodillas del asesino de su hijo, ni la inclemente voz de Aquiles… Pero así, sin armas, y con la sola fuerza de su llanto, Príamo conmueve al despiadado pelida y logra rescatar el cadáver de su hijo. Y esto, créase o no, sin necesidad de volar sobre Nueva York o de pelearse con un pulpo mecánico encarnado por Alfred Molina. Haciendo, en cambio, lo único que un héroe debe hacer: pagar, sin quejarse y de su propio bolsillo, el precio de la vida… 

¿En qué consiste ese precio? Advierto que me he quedado sin espacio para hablar de ello. Pero quizás quiera usted, Magdalena, decirnos algo al respecto. 

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