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Elefantes en un bazar de agua marrón

El Río de la Plata inventa problemas y funciona de espejo,porque como los puentes, este caudal separa a la vez que une
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21 de noviembre de 2015 a las 05:00
El agua vuelve a estas páginas, al igual que el sábado pasado. En esa ocasión nos referíamos a los océanos, que quedaron retratados en sendos libros por parte del investigador inglés Simon Winchester.

El agua regresa con un ímpetu diferente, con la misma justeza y porfía de las corrientes, pero con un paisaje diverso. Porque ahora, en sucesivas oleadas, las aguas verdes y azules, espumosas de las ondas del Atlántico se desplazan hasta las costas del Plata y chocan con las aguas que bajan turbias desde los ríos Paraná y Uruguay, y se mezclan en esta extraña y ancha desembocadura que los geógrafos denominaron estuario: el Río de la Plata.

Pasemos raya. Si existen cronistas de las aguas más eclécticas, cómo no va a haber del Plata. Conseguí como una ganga, a precio de oferta, esa maravillosa obra que es el libro Las puertas de la tierra, de Carlos María Domínguez. El autor es producto del río: porteño de nacimiento, Domínguez vive en Montevideo desde 1989. Tiene un pie en cada orilla, el cuerpo de este lado, la memoria de ambos, pues su obra ha hablado por los múltiples caminos líquidos que el Plata tuvo y tiene destinados para los seres que pueblan, sufren y aman sus riberas.

Las puertas de la tierra es un elogio al río ancho y a los hombres que lo navegaron y todavía hoy intentan navegarlo a pesar de sus enormes dificultades. Como las personas, el río-mar esconde escollos, inventa problemas, aflora bancos de roca y arena. Es muy bajo y se deben encontrar y dragar, todo el tiempo, los canales fundamentales para que los buques lleguen a destino.

En las páginas de Domínguez, que se remontan tanto a los primeros conquistadores que batallaron en estas aguas marrones como café con leche, que en días sorpresivos le regalan al observador casual una franja de color verdoso, como al presente de los gigantes cargueros Panamax, están las vidas de los marinos que sucumbieron y las de los que sobrevivieron a esa experiencia límite de navegar el Plata.
Aparecen los prácticos de los puertos de Buenos Aires y de Montevideo, los cúteres, los lanchones y los remolcadores que le indican a los enormes navíos mercantes el camino complejo para entrar al puerto sin caer en los bajos, sin encallar en los bancos, sin confundirse en la bruma, bajo la tutela sincopada de los guiños de los faros y las farolas.

Hay un mundo vivo y acuoso que reflota en las páginas. El libro habla de nosotros como comunidad surgida al borde del río, con los prácticos como una tribu especial que permitió el desembarco de personas y de bienes, y ayudó a que se construyeran las ciudades puerto que abrieron el cerrojo natural del territorio virgen.

El Río de la Plata es un infierno de agua superficial, solo surcado por sendas de profundidad que sufren el limo que se arrastra desde los ríos caudalosos, que traen el barro desde lejos. Los grandes cargueros son elefantes en un bazar, a punto de quebrar ese cristal líquido y amarronado que los rodea como aceite cuando se introducen en esta parte del mapa. Al leer las páginas, se tiene la sensación de que parecería casi un milagro que hayan arribado a lo largo de la historia tantos barcos a estas tierras, cuyas puertas son tan difíciles, cuyas aguas han embaucado tantas naves, cuyas costas hoy ven descansar tantos turistas fritos al sol del verano, que ni imaginan lo que descansa en el lecho del río, allí, tan cerca.

La madera o el acero de los barcos que llegaron o llegan al Plata lo puede decir mucho mejor que yo. El río habla en el tiempo y dice cosas para poner el oído: habla de porfía, de tozudez, de trabajo y de comercio, de riqueza pesquera, de tormentas que lavan los cielos y de ciudades dormidas que despiertan a veces. La rivalidad de los puertos fue y es. Fueron las llaves de estas puertas, vocal cambiada mediante. Un río separa pero también une, como un puente. Como un libro. Un río para naufragar y en la orilla encontrarnos un espejo.

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