Leonardo Carreño

Emergencias sociales y oportunidades políticas

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18 de marzo de 2020 a las 05:04

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Poco a poco, a medida que hemos ido tomando conciencia de la inusual gravedad de los problemas de todo tipo (sanitarios, económicos, sociales) que se nos vienen, se ha venido instalando en el debate público una idea tan antigua como potente: toda crisis, por tremenda que sea, puede convertirse en una oportunidad. Aquí mismo, en las páginas de El Observador, durante la semana pasada se han publicado varios análisis que transitaron por este argumento1.  La crisis es un oportunidad para el gobierno, para la oposición, y para la sociedad en general. Nuestro destino no está escrito. Convertir la crisis en una oportunidad depende de cada uno de nosotros. Y, en gran medida, de la visión y el coraje de nuestros líderes políticos.

Nicolás Maquiavelo, en su obra El Príncipe, escrita hace más de 500 años, dejó páginas extraordinarias sobre este tema: “Admito que sea verdad, escribió, el que la fortuna rija la mitad de nuestras acciones; sin embargo, nos deja gobernar la mitad restante o buena parte de la misma” (capítulo XXV). Nunca está condenado de antemano. Su destino depende en medida relevante de sí mismo: de su conocimiento, de su temple, de su audacia. Un buen príncipe, a la hora de enfrentar circunstancias adversas, actúa como un buen general en medio de una batalla: estudiando las “lecciones del pasado” y los “hechos del presente” se atreve a tomar decisiones arriesgadas. El príncipe virtuoso es decidido e impetuoso. No duda en modificar su estrategia cuando las circunstancias cambian.

En Uruguay, por suerte, no gobiernan las personas sino los partidos. Pero el presidente de la República, en tanto jefe de gobierno, tiene una responsabilidad muy especial. La “fortuna”, siempre caprichosa, cambió brusca y completamente el escenario. Durante años, Luis Lacalle Pou planificó con cuidado cómo ganar la elección y cómo ejecutar su plan de gobierno. Un evento extraordinario, una verdadera catástrofe sanitaria, de golpe, lo colocó ante el desafío de “gobernar la fortuna”. Diseñar un nuevo plan de gobierno bajo presión y en tiempo récord está lejos de ser sencillo. Sin embargo, a la vez, puede ser una gran oportunidad política. La crisis puede ser una gran oportunidad para mostrar sensibilidad social, priorizando la atención a la emergencia sanitaria (y sus múltiples consecuencias sociales) a algunos de sus grandes objetivos macroeconómicos (como la reducción del déficit fiscal). Puede ser una gran oportunidad para solidificar la “coalición multicolor”. Puede ser, al mismo tiempo, una gran oportunidad para romper el clima de polarización con el Frente Amplio. Algo de todo esto ya está empezando a pasar.

Una catástrofe sanitaria colocó a Lacalle ante el desafío de diseñar un nuevo plan de gobierno bajo presión, pero esto puede ser una gran oportunidad política

Esta crisis, tan inesperada, es también una gran oportunidad para la oposición. El Frente Amplio está teniendo, todavía, grandes problemas para asimilar su derrota. Está muy herido en su orgullo: no termina de aceptar que, a pesar de todo lo que trabajó, a pesar de la pasión puesta en la tarea, terminó defraudando a la mayoría de los electores. Está demasiado enojado con quienes lo vencieron: le reprocha a la “coalición multicolor” haber exagerado los problemas del país, como si hubiera tenido un comportamiento más piadoso y comprensivo mientras gobernaron colorados y blancos. Estas reacciones, más emocionales que racionales, ayudan a entender por qué, desde la noche de octubre de 2019 en adelante, el liderazgo frenteamplista no ha podido encontrar una forma más razonable de vincularse con el nuevo gobierno. Demasiados dirigentes, militantes y votantes del Frente Amplio critican a un gobierno que acaba de instalarse y que está dando sus primeros pasos como si estuviéramos en campaña electoral. La crisis es una excelente oportunidad para cambiar el chip, para que los frenteamplistas encuentren una forma más constructiva de vincularse con la nueva mayoría. La crisis es una oportunidad para que se consoliden nuevos liderazgos. El que elabore el mejor discurso, el que encuentre el mejor equilibrio entre la defensa de la tradición frenteamplista y la comprensión de las restricciones del presente, en definitiva, aquél que esté a la altura de las extraordinarias circunstancias que vive el país, tomará ventaja respecto a sus competidores en la interna.

Las elites, por definición, tienen responsabilidades decisivas. Pero el destino de los países no depende solamente de sus líderes. También depende de cada persona. Las crisis pueden sacar lo mejor o lo peor de un pueblo. Hace casi cien años, después de la primera guerra mundial, la combinación de crisis económica, hiperinflación y derrota militar sacó lo peor del pueblo alemán y facilitó el ascenso de Adolfo Hitler. Treinta años después, después de la segunda guerra mundial, en circunstancias tan dramáticas como las anteriores, el mismo pueblo alemán tomó por un camino completamente distinto: el de la democracia, en el plano interno; el de la cooperación con el resto de Europa en el plano internacional. Nosotros también podemos elegir entre el egoísmo y altruismo, entre enfrentarnos o ayudarnos. 

1Ver, por ejemplo:

Editorial: Una oportunidad.

Lavarse las manos si pero no a “lavarse las manos”, de Nelson Fernández.

Un desafío Inédito, de Eduardo Blasina.

Adolfo Garcé es doctor en Ciencia Política, Docente e Investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, UdelaR

adolfogarce@gmail.com

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