La escritora colombiana Carolina Sanín anunció que una editorial mexicana canceló su contrato

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Mariana Enriquez, Carolina Sanín, la cultura de la cancelación y las Terf: una división en el ambiente literario

Una editorial canceló el contrato con la escritora colombiana por sus declaraciones sobre las identidades de género y despertó reacciones de algunas de las autoras más relevantes de la literatura latinoamericana, entre ellas Mariana Enríquez
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18 de noviembre de 2022 a las 05:02

"Suele decirse que estamos viviendo bajo la 'cultura de la cancelación', un fenómeno inédito de exclusión al que piensa o hace por fuera de los mandatos sociales. Sin embargo, no hay nada nuevo bajo el sol copernicano”, escribe Andrea Calamari en El libro de las diatribas y deja clara que este es un cuento tan antiguo como el tiempo. De todas maneras, es una vara útil para medir el estado de ciertos enfrentamientos culturales.

La escritora colombiana Carolina Sanín, de 49 años, inició –una vez más– el debate en las redes sociales. La editorial mexicana Almadía decidió cancelar los contratos que tenía la escritora y fue la chispa para un incendio en el mundo editorial, el ámbito literario y –claro– los círculos virtuales.

“Quiero contarles que Editorial Almadía, después de haber comprado y pagado por los derechos de mis libros Somos luces abismales y Tu cruz en el cielo desierto para México, me hizo saber hoy que no los publicará debido a mis cuestionamientos a la política identitaria”, escribió Sanín en Twitter a principios de noviembre. “Me parece que la decisión de cancelar un contrato ya firmado por unos libros (que, además, no tienen que ver con el tema en cuestión) sienta un precedente tenebroso”, agregó.

A lo que se refiere Sanín con “política identitaria” es a su postura sobre las identidades de género. Días atrás, la autora publicó un monólogo de una hora y trece minutos en la revista digital Cambio en el que cuestionaba lo que ella entiende por “tensiones entre el transactivismo y el feminismo” –“tensiones” inexistentes para gran parte del movimiento feminista– y “la división, o no, entre sexo y género”.

Sanín anticipó que el video podría tener repercusiones en su vida personal y profesional. Lo dejó claro al comienzo del video. Es que la postura de la colombiana tampoco genera sorpresas: ha escrito al respecto al menos desde 2017, cuando publicó una columna titulada El mundo sin mujeres para Vice y desde entonces recibió críticas y acusaciones que la llamaban transfóbica. “Me atacaron muchísimo, me tildaron de reaccionaria, conservadora, fascista, en un momento en que solían atacarme por izquierdista, crítica del clero y de los roles de género. Me sorprendió muchísimo ese nuevo papel que me hacían hacer. Me convertí en una persona no grata, y cada vez menos grata”.

Yo alguna vez he dicho que soy Terf. No me importa serlo o no serlo, no llevo esa sigla tatuada en ningún lado y soy libre de cualquier sigla que me quieran poner”, sostuvo la escritora en su columna de opinión. Ese tatuaje al que se refiere lo comparte, por ejemplo, con la escritora JK Rowling, quien ya podría ser considerada la epítome de las Terf y sus declaraciones la llevaron casi hasta el ostracismo por la misma generación que se enamoró de sus historias de magos y muggles. Aunque sigue vendiendo como antes.

Pero, ¿qué quiere decir el término? La sigla en inglés refiere al Feminismo Radical Trans Excluyente. Es una idea que circula desde los años setenta y abarca a aquellas feministas que no comprenden a las mujeres trans dentro del movimiento. En claro, no creen que las mujeres trans se puedan efectivamente considerar "mujeres" o que los varones trans adquieren “privilegios patriarcales”. Una postura que, según los expertos, está ligada a los discursos de odio que se perpetúan hacia la comunidad transgénero.

La creadora de la sigla, que tiene más de 14 años en el ciberespacio, fue Viv Smythe y la describió en una columna en The Guardian como “un término para describir una cohorte de feministas que se identifican como radicales y que no están dispuestas a reconocer a las mujeres trans como hermanas, a diferencia de quienes sí lo hacemos”.

Recientemente, el filósofo Paul B. Preciado se refirió a las feministas trans excluyentes en una entrevista con La Vanguardia y agregó a la discusión una perspectiva de privilegios: “Cada vez que oigo a las feministas Terf, estoy oyendo todavía a las feministas del siglo xix que rechazan a las feministas negras o incluso a las obreras y trabajadoras. Es una batalla de privilegios. No entienden que es una posición de una tremenda fragilidad política”.

¿Censura o política editorial?

Volviendo al mundo literario, desde que la escritora colombiana hizo pública la cancelación de su contrato, autoras latinoamericanas e internautas genéricos tendieron a tomar postura. Quienes creen que Sanín fue “censurada” y quienes entienden que la empresa tomó una “decisión política”.

Mónica Ojeda, autora de Mandíbula –obra preseleccionada en el 2022 National Book Award for Translated Literature–  aplaudió la decisión de la editorial: “Amando a Almadia Editorial más que nunca”.

Camila Sosa Villada, quien obtuvo el premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz por Las malas, se refirió al tema sin explicitar nombres: “Quién tiene la culpa? Por supuesto que las travas. Y ahí tienen que alguien se benefició con todo esto. No hay que dignificar esas discusiones con respuestas, mis amores. La que responde es nuestra vida”, escribió.

Pero también hubo otras que quedaron en medio del fuego cruzado. Mariana Enríquez, autora de Las cosas que perdimos en el fuego y Nuestra parte de noche, fue crítica con la decisión de la editorial: “Solidaridad Carolina, no lo esperaba de ellos a quienes aprecio mucho. Creo que es importante discutir y no estar de acuerdo. Es importante inclusive para afirmar la posición propia, sin contrastar cómo saber”.
Enríquez hizo un llamado al debate, al contraste de ideas y la discusión.  A la argentina –que durante su trayectoria ha sabido construir representaciones queer de sus personajes– también le llegó el fuego de la cancelación. Cerró su cuenta y se fue de la red social empujada por los ataques que la equiparaban a la misma categoría: Terf. No por sus propias opiniones, sino por lamentar que a una colega no la dejaran expresar las suyas. Cancelada por estar en contra de la cancelación.

Antes de cerrar su cuenta, Enríquez concluyó: “Yo no soy terfa. Estoy feliz de vivir en un país con ley de identidad de género. Pero no me gusta que se decida no publicar a alguien porque piensa de una manera con la que no estoy de acuerdo –sus libros no tratan el tema en cuestión–. Pueden estar en desacuerdo con eso”. Y agregó: “Ya vi todos los posts con las cosas que ella dijo. También vi su video donde explica con más tranquilidad. Sus libros no tienen nada que ver con eso. La editorial puede decidir no trabajar con ella? Claro. Y yo puedo pensar que no corresponde”. Y cerró la puerta de la red social en la nueva era de Elon Musk.

El portazo de uno de los nombres más importantes de la literatura latinoamericana actual le echó leña al fuego. “Se fue la mejor escritora contemporánea que tenemos en Argentina de Twitter porque somos todos muy imbéciles. Que dinámica insoportable esta. Insoportable y adictiva”, escribió María Florencia Freijo, autora de Maleducadas.

“Compren, pidan prestados o saquen de alguna biblioteca libros de Mariana Enríquez. Háganse un favor. Yo en este momento mismo la estoy leyendo”, escribió Claudia Piñeiro, escritora finalista del premio Booker Prize por Elena sabe este año, y recomendó la novela Nuestra parte de noche, con la que Enríquez ganó el premio Herralde.

“No coincido con la posición de Carolina en este punto ni con muchas de las conclusiones a las que llega después de un trabajo de análisis que juzgo profundo y honesto aunque no comparta. Considero que el colectivo trans está dentro del feminismo, que las mujeres trans son mujeres y que no habría ni por qué aclararlo, pero de todos modos escucho sus charlas en YouTube y me resulta interesante conocer su posición. Por otro lado, me gusta mucho como escribe, tengo varios de sus libros, la seguiré leyendo y repudio esta y cualquier otra cancelación”, aclaró luego Piñeiro a Infobae.

Por otra parte, Samanta Schweblin también se refirió al incendio que envolvió al ámbito literario: “Tant@s ‘liberad@s’ atrapad@s otra vez en nuevas ataduras. Brindo por todo lo que nos ayude a pensar. Es decir, brindo por ambas”.

“Si quisiéramos convertirnos en el buen cancelador deberíamos procurarnos una útil y maniquea división entre buenos y malos, tomando la precaución de quedar del lado de los buenos”, escribe Calamari y observa que, para ser un cancelador o canceladora de manual, será “imprescindible evitar matices y relativismos a menos que sean funcionales a nuestro propósito: señalar nuestra propia altura moral”.

Tanto Enríquez como Piñeiro relativizaron, cuestionaron, matizaron. Pero no fueron aceptadas. La altura moral de los canceladores arrasa e intenta quitarle ese activo cultural a los cancelados, sacarlos del ámbito público y, de ser posible, callarlos para siempre. 

Pero el problema de la cancelación es que muchas veces la censura solo fortalece el desarrollo de esas voces que pretende eliminar. A fin de cuentas, quienes lo consideran un recurso efectivo lo que hacen es fortalecerlo.

En un nuevo mensaje, Sanín confirmó la hipótesis y, de paso, se permitió una chicana literaria: “Hola. He estado conversando con Octavio Paz en el paraíso que las mexicanas biempensantes han destinado a los escritores cancelados. La verdad es que, en cuanto a espacios virtuales, está mejor que este. Beso. Y hasta jamás”.

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