Alberto Prunetti

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Alberto Prunetti: "La justicia poética es muy buena, pero de todas formas necesitamos de la justicia real"

El autor italiano visitó Montevideo en el marco de la Feria del Libro y habló sobre su obra
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08 de noviembre de 2022 a las 05:03

Alberto Prunetti no tenía la intención: él quería contar lo que había pasado con su padre, en su casa, y terminó creando un relato que cruzó fronteras, traducciones, editoriales y que se convirtió en historia universal.

Editado en español por Hoja de lata, Amianto, la primera novela de este autor toscano de 49 años, evidenció sin filtros ni volteretas innecesarias las peripecias de un trabajador metalúrgico, Renato, y los problemas de salud que le generó la exposición al mineral del título y que, tiempo después, le provocó la muerte. En las páginas de este libro, Prunetti se aboca a la historia de ese señor, su padre, con la convicción de estar consiguiendo algo de justicia poética para su memoria, pero también con las ganas de contribuir a una lucha en la que cree: aquella que, desde la literatura, busca generar debates y discusiones en torno a la situación de los trabajadores y obreros del mundo.

A Amianto le siguieron dos libros más y se convirtió en una trilogía (108 metros y El círculo de los blasfemos, también publicados por la misma editorial) que consolidó a Prunetti como uno de los exponentes contemporáneos de la narrativa working class en Europa, una corriente en la que él asegura no estar solo y que cada vez más se parece a una ola. "Hay algo estructural de fondo" dice el autor desde un rincón del centro de Montevideo, a donde vino como uno de los invitados de lujo de la Feria Internacional del Libro.

"Después de la crisis del 2008, la precariedad laborar se volvió un tema muy importante. Hay ahora una ola internacional bastante fuerte de la narrativa working class, hay novelas como Maid que se adaptan a series de Netflix, el Booker prize fue en 2020 para Historia de Shuggie Bain de Douglas Stuart, una novela que sigue esta línea, hay también una ola de escritoras que mezclan feminismo y clase obrera. La victoria de Annie Ernaux en el Nobel, además, también habla de eso: ella habla de las clases, de pasar de una clase a otra, de no sentirse parte de ninguna", agrega.

En el marco de esta visita, que incluyó una presentación en la Intendencia y hasta un encuentro con la cúpula del PIT-CNT, Prunetti dialogó con El Observador.

¿Qué surgió primero? ¿Las ganas de escribir sobre la historia de su padre o la idea de abordar de alguna forma la realidad de los obreros italianos a fines de siglo?

La historia de mi padre. Él se enfermó en el 2002 y murió en el 2004, y cuando alguien se enferma de esa forma en una familia, todos lo hacemos. En mi padre, además, hubo una especie de vergüenza por eso, se avergonzaba de su propia enfermedad. Cuando él se enfermó, los doctores no se interesaron por la razón por la que había caído, para ellos era un problema de pulmones. Él, en cambio, siempre me habló del tema del amianto, como trató de conseguir el reconocimiento de la exposición profesional a ese mineral, para poder jubilarse antes por la ley italiana, y cómo se lo negaron. Todo eso hizo que hablar de su enfermedad y de su muerte fuera difícil. Su caso era como una herida abierta para la familia. Con el tiempo empecé a querer contar su historia y además surgió la posibilidad de pedir otra vez mediante un juicio la exposición profesional al amianto. Nosotros no buscábamos el dinero, porque es realmente insignificante la reparación económica, pero si ganábamos podíamos lograr que esta muerte, en la que había responsabilidad social, no fuera culpa del trabajador sino evidenciar que sucedió por algo más estructural, por la forma de trabajar. El juicio fue muy largo, tuvimos que documentar toda la historia profesional de mi padre, todo lo relativo a la enfermedad, los lugares donde trabajó, buscamos testigos. Cuando empecé a hacer todo eso me ayudó mi madre, porque era ella la que tenía que intermediar. Ella es una mujer muy sencilla e incluso le molestaba hablar con el fiscal de la historia. Yo la ayudé reconstruyendo la historia de Renato y ella me contaba historias de cuando ellos eran jóvenes. Mezclaba historias de trabajo, historias muy personales, divertidas, y yo tomaba notas. Mi madre fue casi la segunda autora del libro. A medida que íbamos encarando el juicio, se armó el libro. Empezamos de una historia muy personal, íntima, y se volvió algo más universal, sobre la inseguridad laboral, la explotación, el desempleo.

¿Cómo vivió ese proceso en el que la historia de su padre y de su familia se convirtió en un éxito nacional e internacional?

Del carácter universal de esta historia me di cuenta cuando el libro salió. Pero mientras lo escribía sabía que el punto estaba ahí, en que podía hablar de una historia que fuera universal. Por eso menciono a Renato por su nombre y no como papá. Él es un obrero, una figura, lo presento como un trabajador para que lo puedan entender todos. De todos formas no esperaba el éxito que el libro tuvo. Pensaba que iba a ser algo muy particular de mi zona de la Toscana, pero no. Muchos me escriben diciendo que era la historia de sus padres o sus abuelos.

¿Siente que la novela es un acto de justicia para la historia de su padre? ¿La literatura puede funcionar así?

Sí, claro. La exposición al amianto finalmente se demostró en el juicio, y le reconocieron a mi padre el derecho de la prejubilación. El problema es que, si estás vivo, eso es muy bueno; si estás muerto, es una broma muy fea. Así que no hubo realmente justicia y este libro fue una suerte de justicia poética. No solo para Renato, sino para todos los trabajadores que sufrieron algo similar. Y si bien la justicia poética es muy buena, de todas formas necesitamos de la justicia real. La literatura puede ser un vehículo de justicia si logra transformar la realidad. Si el libro se vuelve una herramienta que puede transformar el mundo, sí. En este libro hay una fuerza emotiva que creo que puede ayudar a ilustrar mejor el tema de las muertes por siniestros laborales o de enfermedades profesionales, que es una cuestión muy fuerte en Italia. Somos los peores en Europa por ese tema. En Italia mueren tres trabajadores por día; en Suecia uno por semana. Es un problema social que nadie quiere enfrentar.

En ese sentido, en Italia acaba de asumir como primera ministra la ultraderechista Giorgia Meloni. ¿Cómo evalúa ese giro político del país?

Es algo muy malo, y lo que va a pasar es que a los problemas sociales no solo no los van a enfrentar, sino que el debate se corre a otros temas. Ahora el debate que tenemos es sobre prohibir toda música que no sea autóctona. Y es nuevo, porque ayer era la prohibición de las raves. Castigar cada vez que haya agrupamiento de personas, algo que el fascismo ya hacía antes. Empieza en el rave y termina en una manifestación o la toma de una escuela o fábrica. Y prohibir las manifestaciones de música no autóctona, que es lo que están haciendo en estos días, golpea a los migrantes que se juntan los fines de semana a escuchar y practicar su música. Estamos viendo cosas peligrosas y ridículas. El fascismo italiano es así: peligroso y al mismo tiempo ridículo. 

¿Tenía un vínculo con la literatura obrera antes de empezar a escribir?

En Italia tenemos una tradición desde los 60 y 70 de este tipo de libro, donde hay dos formas: obra escrita por poetas obreros, que son buenas, y novelas con historias de fábricas pero escritas por autores de clase media que son muy comprometidos pero tienen una visión ajena a la situación. Son historias un poco tristes y grises. A mí, cuando las leía, no me divertían para nada, me parecían muy distintas a la vida obrera que conocía a partir de mi padre, donde el tema del trabajo quedaba en segundo plano cuando llegaba a casa. Él hablaba de fútbol, de sus cosas, pero no del trabajo. Me pareció que eso decía mucho más de cómo eran los obreros. Cuando me fui a vivir a Inglaterra como trabajador migrante conocí la novela inglesa obrera, la literatura working class. Eran historias que, en realidad, se enfocaban en lo que pasaba cuando los obreros salían de trabajar. Hablan de ir al pub, del fútbol, y son muy divertidas. Hay conciencia de clase pero no se ve solo en el trabajo. Como motor narrativo sentí que eso era mejor. En Amianto busqué una mezcla entre ese tipo de novela, pero también con la investigación y, en ese sentido, hay algo que tiene mucho que ver con América Latina. Mientras la escribía tuve mucho en mente a escritores como Rodolfo Walsh, que escribían metidos en la no ficción, algo que en Amianto lo siento muy fuerte. Me propuse juntar cosas de América Latina e Inglaterra para hacer una novela working class sobre la sociedad italiana. No es muy autóctono, lo siento por la Meloni (risas).

Amianto tiene momentos muy duros, pero si tomamos toda la trilogía que publicó, es casi una excepción: predomina en ella mayoritariamente el humor y, en última instancia, la sátira. ¿Cómo se vinculan el humor y estas reivindicaciones obreras?

Es un vínculo muy personal. En la historia de Renato abordé la escritura como una cicatriz que había que sanar, y cuando lo hice fue fácil tomar distancia de lo trágico para volver a la parte más cómica del asunto. Eso una herencia de mi padre, él era una persona muy divertida y por eso no podía contar su historia solo con lo feo o lo trágico, porque no sería un buen homenaje para él. Y más allá de eso, en Toscana tenemos una forma de vivir bastante menos seria que quienes son del norte o del sur. Nos reímos mucho de nosotros mismos, incluso solemos reírnos mucho de la muerte, es algo muy típico de la cultura toscana. Yo quería disfrutar eso, porque es una forma de pararse ante la vida. 

Fuera de la historia de su padre, ¿por qué le resulta atractiva la figura del working class hero, o héroe de la clase obrera?

Es un tema muy inglés. Existe desde hace mucho, pero se volvió famoso con la canción de John Lennon (Working class hero, de 1970). Pienso que hoy se utiliza mucho para hablar de jugadores de fútbol, que nacen en contextos muy humildes y terminan siendo millonarios. Que consiguen un éxito que también es un fracaso al mismo tiempo, porque son personas que salen de la comunidad obrera y se vuelven muy importantes, pero cortan la raíz con la comunidad que lo vio nacer. Ese camino que se rompe, por ejemplo, es típico de la narrativa de la working class y hay varios jugadores que son un ejemplo de ello, como George Best. Es un tema que lo siento muy personal, además. La figura del héroe es bastante peligrosa. El héroe tiene una fuerza destructiva, y no hablo del héroe machista que le gusta a los fachos, sino del héroe como protagonista de historias colectivas. Una idea no conservadora del héroe. Pero hasta en la mitología tienen una fuerza negativa. Es alguien que es exitoso pero hace daño a la gente que está a su alrededor. Los héroes de la working class me encantan y me preocupan al mismo tiempo. No siempre sale bien esa ecuación. Para quienes salimos de la clase obrera, el éxito es complicado. Siempre va a hacer que te miren mal, te van a decir “quedate en tu lugar”. El éxito y el fracaso en esta situación están muy relacionados.

En su paso por Uruguay visitó al secretariado ejecutivo del Pit-CNT. ¿Cómo fue esa reunión?

Fue un encuentro muy amistoso. Mi padre se sentía muy relacionado a los sindicatos. Él no era un hombre que hiciera política con la bandera roja, era algo más físico. Para él, más que el partido, era importante ser fiel al sindicato metalúrgico. Lo que sucede es que en Italia el tema del sindicalismo es muy diferente que aquí. Allí están muy divididos políticamente, son más independientes en ese sentido. Los independientes de izquierda trabajan mucho con inmigrantes, por ejemplo, los demás van más por el lado de los trabajos formales. Para mí fue muy importante para comprender mejor la forma en que se trabaja acá. Me sorprendió conocer que la rama del servicio en restaurantes está sindicalizada, porque en Italia el sindicato a los restaurantes no entra. El panorama es muy distinto y creo que Uruguay ha tenido una mejor historia en el tema de las relaciones laborales. En Italia los sindicatos tienen muchas dificultades. Trabajan bien en las grandes corporaciones, pero no tanto en las empresas chicas.

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