Epígrafe: ocho mujeres que están marcando el rumbo de la ficción

Una selección de lo mejor de la edición de marzo de Epígrafe, la newsletter de libros de El Observador

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19 de marzo de 2021 a las 12:14

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Ocho autoras, ocho perfiles

Cara de pan, Mi año de descanso y relajación y El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes

Sara Mesa: el peso de la sutileza
Si a Sara Mesa le dieran un euro cada vez que sus novelas deslizan un tema complejo y escabroso de la forma más sutil y original, a esta altura sería una de las escritoras más ricas de Europa. La sevillana es una máquina de abordar discusiones enormes en historias que se cocinan a fuego lento, que van socavando la realidad del lector y que, sin aviso, estallan y te dejan con los sentimientos al borde: no sabés si reír, llorar, cerrar el libro o volver a leer todo de nuevo. 

Un amor es su último trabajo y fue nombrado por Babelia como el mejor libro de 2020. Es cierto; es un ensayo sobre los micromachismos insertados en el ADN de la sociedad del que es imposible salir indiferente y que se plantea desde una historia bastante sencilla de amor, seducción y ruptura. Mi favorito, de todas formas, es su novela anterior: Cara de pan. El libro recorre los encuentros diarios en el parque entre una preadolescente y un cincuentón con problemas mentales, quienes se conocen por casualidad y que van forjando una amistad poderosa a medida que pasan los días. Ambos personajes son bellísimos. La última página te parte el corazón.

Ottessa Moshfegh: ácido corrosivo
Su nombre es el nombre que hay que recordar. Hija de madre croata y padre iraní, Ottessa Moshfegh es una de las grandes revelaciones de los últimos años en las letras estadounidenses. Ácida, implacable con sus personajes y universos narrativos, Moshfegh acumula publicaciones en revistas prestigiosas –The Paris Review o The New Yorker– y premios y nominaciones por sus obras, entre ellos el PEN/Hemingway que se llevó en 2017 y la candidatura al Booker Prize de 2016.

Acá en Uruguay podemos encontrar Mi año de descanso y relajación, una novela que disecciona el optimismo galopante que había en Nueva York pre 11-setiembre y todo lo que ese exitismo desaforado escondía: depresiones masivas, vidas infelices, ganas de, únicamente, tirarse a dormir para siempre. Eso quiere la protagonista de esta novela: tener un año para ella, hibernar sin que nada le importe y, así, dejar atrás un pasado turbulento y florecer a una nueva vida. ¿Sus aliados? Containers de somníferos, tranquilizantes y otros productos del estilo, y las películas de Whoopi Goldberg y Harrison Ford. Nada mal.

Tatiana Țîbuleac: dolores bellísimos
Los títulos en los libros son importantes. Fundamentales. Cuando vemos uno que es horrible dan ganas de salir corriendo. Cuando vemos uno realmente bueno dan ganas de guardárselo en el corazón. El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes está en este último grupo. Si no es el más bello que se me cruzó en los últimos años, pega en el palo.

Sin embargo, a esa belleza en la novela hay que ir desenvolviéndola: está oculta bajo capas de miseria y algún que otro trago amargo. Pero está. La historia que propone la moldava Tatiana Țîbuleac (se pronuncia Tchibulac) es la de un hijo rebelde con algunos trastornos particulares y una madre que nunca tuvo muy claro lo que significaba ser, en efecto, madre. Cuando a ella le diagnostican un cáncer terminal, ambos logran coincidir en un último verano en un pequeño pueblo que cambia su relación y los reconcilia definitivamente. 

Es probable que lo que Țîbuleac “fabricó” sea una de las cosas más devastadoras y hermosas que he leído en un montón de tiempo. Hay párrafos que te laceran la piel, otros que te curan, otros que te destruyen. El verano en que… tiene la cualidad de ser una historia que se sabe profundamente emocional y que consigue arrojar luz incluso en los momentos más sombríos. Seguramente volveré a ella más adelante. Y, también, leeré cada cosa que llegue a mis manos de esta escritora increíble que apenas acaba de comenzar. 

El viento que arrasa, La azotea y Matate, amor

Selva Almada: crónicas del interior
Ríos rodeados de monte, calores norteños, rondas alrededor de un fogón en los que el vino corre, la violencia en el aire, mosquitos, los pueblos chicos de infiernos medianos; así se materializa el universo de Selva Almada, una de las escritoras argentinas que están descentralizando la literatura de ese país y la están llevando de Buenos Aires a los agobiantes y pantanosos escenarios de Entre Ríos y otras provincias aledañas.

Para Almada, menos siempre es más. Su escritura, limpia y sin excesos, tiene la fuerza de una tormenta en el campo, con rayos incluidos. Su trilogía sobre la masculinidad –El viento que arrasa, Ladrilleros No es un río– es implacable y un pico en su obra, pero sus méritos van incluso más allá de la ficción: tanto Chicas muertas como El mono en el remolino son dos ejemplos que muestran a Almada como una todoterreno que funciona tan bien en las aguas rebeldes de la ficción como en los terrenos cenagosos de la crónica. 

Fernanda Trías: estallido oriental
Fernanda Trías se colocó en posición. Ya es, con seguridad, una de las escritoras uruguayas con mayor proyección internacional. Su última gran novela, Mugre rosa, le dio las alas para despegar una obra entera signada por un yo atribulado en donde confluyen las maternidades en disputa, las relaciones interpersonales aparatosas, personajes atrofiados emocionalmente y lo inesperado colándose por debajo de la puerta.

Ya con La azotea –un debut impresionante y mi título favorito de todos los que ha escrito–, Trías impulsó una carrera llena de hitos, marcas, señales. Desde los cuentos de No soñarás flores a las furiosas historias que confluyen en La ciudad invencible, la uruguaya desparrama talento literario, manejo del tiempo, personajes implacables. Le esperan grandes cosas a Trías. Acaba de empezar. El camino recorrido hasta ahora es más que auspicioso.

Ariana Harwicz: contra todos y contra todo
Ariana Harwicz no para de combatir. Lo hace contra Twitter, cuando la red social le censura la cuenta por incentivar al suicidio con el título de su novela más famosa, Matate, amor. Lo hace contra el mercado editorial que no quiere traducir su última historia, Degenerado, por tener a un pedófilo como protagonista. Lo hace contra el establishment de la literatura pacata y conservadora cuando se sienta en la computadora en su casa de un pueblito francés perdido y empieza a teclear.

Esta escritora argentina apareció en el mapa como un estallido. Sus historias son duras, enfermizas, de una perversidad abrumadora, pero hablan del perturbado mundo en el que vivimos de maneras irrebatibles. Hay que tener coraje y estómago para entrar en lo que propone Harwicz, pero es una experiencia que transforma. Que sacude. Que, de alguna manera, también combate contra el lector.

“Nunca vi al mundo tan uniformado, tan en bloque. Antes los artistas podían ir a ver cómo piensa un serial killer, un violador o una mujer que viola a la hija o un torturador o un genocida. Pero ahora no se puede, no está permitido. Sos tratado de perverso o de narcisista”, le decía hace poco a la edición argentina de El Diario. A juzgar por su experiencia, razón no le falta. 

Mándibula y Vernon Subutex

Mónica Ojeda: horror desde los Andes
Si venís siguiendo estos envíos con atención, ya la conocés: la ecuatoriana Mónica Ojeda es una de las grandes escritoras que tenemos hoy en la región. La particular manera que encontró para unir los grandes temas contemporáneos –la violencia intrafamiliar, el lugar de la mujer en la sociedad, el concepto del cuerpo– con un horror bien puro y andino nos ha hecho a todos apuntar las miradas hacia el norte del continente a la espera de una obra que crece y mejora cada vez más.

Tanto sus novelas Nefando Mandíbula, como ese impresionante tomo de cuentos titulado Las voladoras, dan cuenta de un universo macabro finamente calculado, construido y diseñado para calar hasta en los huesos del más valiente. 

Virginie Despentes: revolución francesa
La literatura de Virginie Despentes, una de las voces más revulsivas de la literatura francesa contemporánea, es un cóctel molotov: hay punk, psicodelia, fiestas interminables, la cara más sucia de París, adultos que no dejan de ser adolescentes, feminismo, humor, acción, intriga y muchas drogas. 

Despentes es la autora de uno de los ensayos feministas más sonados del último tiempo –Teoría King Kong–, de la road novel Fóllame y de esa gran trilogía sobre el fin espiritual de la década analógica que es Vernon SubutexHace un par de años escribí una nota sobre su obra y su turbulenta vida, que la podés leer acá. Y después, andá a leerla a ella.

Una charla con Siri Hustvedt

Siri Hustvedt

La historia oculta de las mujeres en las artes y en la ciencia: sinestesia, memoria y recuerdos intergeneracionales. Ese es el título de uno de los eventos del mes: la entrevista que la editora de Criatura Julia Ortiz le hará este jueves a Siri Hustvedt, una de las grandes firmas estadounidenses contemporáneas, en el marco de las actividades que Escaramuza generó en torno al 8 de marzo.

Escuchar a Hustvedt es siempre enriquecedor. Es capaz de imponerle al lenguaje hablado la contundencia de su prosa, la cadencia de una mente acostumbrada a delinear discursos que calan hondo en sus receptores. Entre otros títulos, los textos de su libro La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres dan cuenta de ello, pero para más información no tenés más que conectarte al canal de YouTube de la librería este jueves a las 19 horas y comprobarlo. Es gratis, obviamente. Y es una oportunidad que no hay que dejar pasar. 

Las lecturas de Rosario Lázaro Igoa

Rosario Lázaro Igoa

La vida de Rosario Lázaro Igoa está bien aferrada a las letras. Es traductora literaria, periodista, investigadora y colaboradora usual de La diaria o Lento, pero también publicó Mayito (2006) y el elogiado libro de cuentos Peces mudos (2016), así que su inmersión en el mundo literario es completa.
 
Los libros la rodean permanentemente. Lo hacían acá en Uruguay, en los países por los que ha transitado, y también en Australia, en donde está radicada desde hace años. Desde allí fue que mandó estas respuestas, que dan cuenta de una voracidad lectora envidiable.
 
¿Cuál fue el último libro que te dejó una huella?
Fueron dos. Austerlitz, del alemán W. G. Sebald (traducido al inglés por Anthea Bell); y Voss, del australiano Patrick White. Dos novelas de largo aliento que leí en 2020. Sebald por explorar la oblicuidad de la memoria y, sobre todo, su relación íntima con la lengua. Y porque está situada, al menos en parte, en Antwerpen, la ciudad belga donde viví alguna vez. Y la novela de White, de exploradores decimonónicos a través el desierto australiano, por una prosa implacable, que bucea en las contradicciones y alucinaciones de los seres frente a la hostilidad del paisaje. La leí en inglés, pero hay una traducción de Raquel Vicedo para Impedimenta.
 
¿Qué estás leyendo ahora?
Border Districts, uno de los últimos libros del australiano Gerald Murnane. Es una especie de digresión infinita sobre su mudanza a un pueblo en la frontera entre Victoria y Australia del Sur. También El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Ţîbuleac con traducción de Marian Ochoa de Eribe (y me pregunto cómo diablos se me ocurrió regalárselo a mi madre). Y Cem encontros ilustrados, un libro nonsense muy gracioso de la brasileña Dirce Waltrick do Amarante, que pretendo traducir. Por cierto, leo cientos de libros infantiles para mi hijo y me sé varios de memoria.
 
¿Qué libros esperan en tu mesa de luz?
The Rings of Saturn, de Sebald con traducción al inglés de Michael Hulse; The Unreal and the Real, de Ursula Le Guin; y The Colossus, de Sylvia Plath. Como niña chica, estoy esperando la llegada del correo con el ensayo Intelligence du rêve - Fantasmes, apparitions, inspiration, de Anne Dufourmantelle. Hubiera preferido leer la traducción argentina (Inteligencia del sueño), de Karina Macció y Fernanda Restivo para Nocturna Editora, pero ya podré ir al Río de la Plata en algún momento.

Los libros de Lázaro Igoa

Epígrafe final

Te hablé de Siri Hustvedt. Ella abre su libro La mujer temblorosa o la historia de mis nervios con este epígrafe de Emily Dickinson. Y con ellas dos, nos vamos. 

"En la Mente sentí una Hendidura–
Como si el Cerebro se me hubiera partido–
Traté de unirlo –Comisura a comisura–
Pero no lo he conseguido."

Emily Dickinson

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