La llegada del septuagenario músico británico de la mítica banda de rock progresivo Pink Floyd desnudó el paupérrimo nivel del debate en Uruguay. Roger Waters llegó a Montevideo con su guitarra al hombro y en la mochila un paquete grueso con su retórica anti capitalista y anti fascista. Como era de esperar, el avispero se encendió.
Cualquiera que hubiese seguido sus magníficos discos no debió sorprenderse ante su prédica pro palestina y su infantil discurso demagogo populista y pasado de moda. Pero no todos conocían a Waters. Mucho menos conocían sus letras y su prédica, de ahí la sorpresa.
En ese sentido, la mera existencia de Donald Trump y su llegada a la Casa Blanca es la comprobación de que la pesadilla surreal de Waters de cerdos en el viento se convirtió en realidad. Por más crudo que sea para el músico y para gran parte de sus seguidores, Estados Unidos eligió a un multimillonario empresario capitalista de discurso políticamente incorrecto para dirigir su destino y el del mundo.
El dato revela que los estadounidenses escuchaban los discos de Pink Floyd, pero no tenían las mismas pesadillas de Waters. Lo mismo pasó en Brasil con Jair Bolsonaro, a quien el célebre cantautor pretendió descalificar provocando el rechazo con una gigante silbatina de decenas de miles de brasileros.
En el Estadio Centenario el sábado de noche a Waters le costó conectar con el público. Sí conectó con creces con la música y mucho más aún con los efectos audiovisuales del espectáculo. Nunca antes se vio en Uruguay un show musical del talante que ofreció el exintegrante de Pink Floyd. Justo es reconocer que algunas canciones sobre la existencia lograron emocionar a más de uno: en resumen su presencia en el escenario de la Ámsterdam fue algo histórico y único.
Pero Waters no solo vino a cantar. Detrás de su pasaje dejó una serie de puntualizaciones políticas que generaron un efecto dominó en Uruguay. En su camino fugaz por Montevideo, donde fue declarado ciudadano ilustre, quedó en claro su retórica anti israelí, su admiración por el expresidente José Mujica, la reivindicación de los charrúas, su descontento con el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, su posición a favor del derecho de los inmigrantes y contra el sistema en general. Algo así como la Biblia junto al calefón de Enrique Santos Discépolo en su máxima expresión.
Verdades con algo de mentira o mentiras con algo de verdad. Un discurso vendedor con una sola cara de la moneda que logra los aplausos de distintos grupos y provoca a la sociedad en su conjunto. Esta propuesta debió haber creado en muchos espectadores ingenuos una sensación ambigua de haber ido a escuchar música y terminar asistiendo a un acto político de resistencia vaya uno a saber contra qué.
Lo curioso fue el debate agrietado que se estableció en Montevideo. El discurso político del músico no colaboró mucho, pero no dejó de ser auténtico con lo que viene diciendo desde siempre. A veces el discurso anti sistémico, pese a pertenecer al sistema, es un excelente camino para posicionarse.
Roger Waters ya siguió su camino hacia otras tierras. Atrás dejó el recuerdo de su actitud provocadora. A fin de cuenta hizo bien su trabajo. Es solo rockn´roll. Y a muchos que pagaron para escucharlo, les gusta, aunque tengan que tragarse el sapo de opiniones políticas.
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