Cartel de propaganda republicana en la guerra civil española (1936-1939), convocando a la unidad de las distintas milicias partidarias
Miguel Arregui

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España ingobernable

Un proceso peligrosamente parecido a la centrifugación, aunque la sangre no debería llegar al río
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08 de mayo de 2019 a las 05:02

Las elecciones del 28 de abril mostraron de nuevo la profunda división de España, ya sea por ideas, por partidos o por regiones, en un peligroso proceso de centrifugación.

La España moderna parece tan dividida como lo estuvo en la década de 1930, en los preámbulos de la guerra civil. Esa contienda, poderosamente simbólica, enfrentó a ultraconservadores y nacionalistas por un lado, y republicanos liberales, anarquistas y marxistas por otro, cada cual con sus respaldos internacionales, y provocó cerca de medio millón de muertes en una población de 24 millones. 

Claro que ahora ni amplios sectores de izquierda son revolucionarios, como antaño, ni la derecha tiene la fuerza golpista de 1936. Europa no se debate entre fascismo y comunismo, como entonces, ni parece en vísperas de una nueva guerra mundial. Su utopía ahora es la Unión, no la desintegración, pese al Brexit y a los ultras.

Pero hoy, 80 años después, una recorrida por Barcelona, la cosmopolita capital de Cataluña, muestra dos bandos en sus balcones, como en tiempos de Lluis Companys: el independentismo republicano, con su enseña estelada, y los españolistas, menos exhibidos, pero prestos a sacar la bandera gualda y roja en momentos de crisis. Cataluña está partida en dos.

Es casi imposible hallar una bandera española en el próspero País Vasco, en el extremo noreste, y sí una completa profusión de la ikurriña, la bandera de fondo rojo, con un aspa verde y una cruz blanca.

Más hacia el oeste y hacia el centro, desde Burgos a Madrid, en el corazón castellano, de muchos balcones cuelga la bandera de tres franjas: roja, amarilla y roja, con el escudo monárquico en el centro. Allí está la reserva nacionalista: la antigua caballería que unificó a España.

Claro que los partidarios de la unidad española son muchas cosas distintas, desde Zaragoza a Salamanca, y de izquierda a derecha. Tampoco el independentismo catalán es uno, sino varios; del mismo modo que los vascos van desde el nacionalismo liberal del PNV al independentismo radical de Bildu, pasando por los partidos “españolistas” o “unitarios”.

Partidos tradicionales pierden por derecha e izquierda

Los comicios del domingo 28, la tercera elección legislativa en tres años y medio, confirmaron lo que todo el mundo sabe y teme: España padece desde fines de 2015 una creciente inestabilidad política, y su parlamento ahora está fragmentado en 13 partidos.

Los dos partidos predominantes desde la apertura democrática de fines de los años ’70, los socialistas del PSOE y los conservadores del Partido Popular (PP), han perdido espacios por derecha y por izquierda desde las legislativas de diciembre de 2015.

El PP, que gobernó largamente con José María Aznar y Mariano Rajoy, y que ahora lidera el joven Pablo Casado, sufrió el domingo 28 de abril un descalabro completo, al retener sólo 66 diputados en 350, cuando tenía 137, y no hace mucho había llegado a más de 180, la mayoría absoluta propia.

Perdió votos ante la creciente ultraderecha, nucleada en Vox, el gran interrogante de estas elecciones. Los liderados por Santiago Abascal obtuvieron 24 asientos en el Congreso de Diputados: menos de lo que esperaban, pero más que otras agrupaciones añejas. 

La ultraderecha parece el antídoto que han hallado algunos españoles —en Andalucía, Extremadura o Castilla— ante los secesionismos catalán (y el siempre latente independentismo vasco).

Vox es también antiinmigración, como tantos partidos de derecha europeos, y anti-feminista. En cierta forma encarna la resurrección de la derecha de espíritu místico y guerrero, como la vieja Falange.

El PP también perdió votos por el centro del electorado, con los liberales de Ciudadanos, un sector relativamente nuevo que obtuvo 57 escaños, y cuyo líder, Albert Rivera, trata de posicionarse como futuro dueño de la centro-derecha y rival principal de los socialistas.

El viejo Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que gobernó largamente con Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero, fue el claro triunfador de las elecciones, aunque no con rotundidad. Obtuvo 123 escaños en la cámara baja, que equivalen al 35% del total.

El líder del PSOE, Pedro Sánchez, quien gobierna desde junio del año pasado después de destronar sorpresivamente al conservador Mariano Rajoy, ve ahora confirmado su dominio.

La extrema izquierda de Podemos, liderada por Pablo Iglesias, perdió muchos diputados: bajó de 67 a 42, y ya no puede ofrecerle al PSOE formar mayoría, lo que les quita poder real.

Los partidos regionales, en particular los catalanes, mejoraron su votación (la independentista Esquerra Republicana más que dobló a Junts, el sector del ex presidente regional Carles Puigdemont).

Todas las opciones para el Partido Socialista

Con esos resultados, la derecha por sí sola no puede negociar una mayoría y formar gobierno. La suma del PP con Ciudadanos y Vox llega a 147 escaños en la cámara baja, cuando se necesitan 176 para obtener la mayoría absoluta.

Así, los socialistas se aseguraron la permanencia al frente del gobierno, aunque no muestran apuro en formar alianzas.

Muy pronto, el 26 de mayo, habrá nuevas elecciones en España, esta vez municipales, europeas y regionales, en 12 de las 17 autonomías que tiene el país. Pedro Sánchez desea ver qué ocurre en los Ayuntamientos y las Comunidades Autónomas antes de resolver.

Hasta ahora el PSOE, sin mayoría propia, ha gobernado en solitario durante ocho meses, y logró aprobar algunas iniciativas con apoyos heterogéneos y cambiantes, según la materia que se trate. 

Su programa propone subir impuestos, mientras la economía española da crecientes muestras de haber salido del gran pozo en el que cayó durante la crisis mundial de 2008.

Los socialistas pueden seguir solos, negociando caso a caso. También pueden abrirse a una alianza con los izquierdistas de Podemos, y arañar la mayoría absoluta incorporando a partidos regionales, en especial la izquierda republicana de Cataluña.

De hecho, Pedro Sánchez llegó al gobierno en junio de 2018 después de tumbar en una censura al conservador Mariano Rajoy, del PP, aliado a los izquierdistas de Podemos, los nacionalistas vascos y los independentistas catalanes, que odian a Rajoy después que suspendiera la autonomía de Cataluña y destituyera a su gobierno tras la tentativa de secesión de octubre de 2017. 

Fue solo una alianza táctica, con un objetivo específico: tumbar a Rajoy. Pero si los socialistas ahora pactan con los secesionistas catalanes para formar gobierno, corren serio riesgo de perder votos con la derecha. La mayoría de los españoles no quiere ni oír hablar de secesión.

Pablo Iglesias, líder de Podemos, pide un referéndum de autodeterminación para Cataluña, lo que espanta a los jefes del PSOE. Sobre esa posibilidad, Sánchez ha dicho: “No es no. No habrá independencia, no habrá referéndum”.

Otra opción para los socialistas es mirar hacia su derecha y pactar con Albert Rivera, de Ciudadanos, con quien se han enfrentado muy duramente. Eso les evitaría tener que apoyarse en los partidos separatistas catalanes. Una alianza estable con los liberales de Ciudadanos podría acabar con la percepción europea de que España se ha vuelto ingobernable. 

“Para que el país no corra el riesgo de desintegrarse es indispensable una vigilancia constante del electorado que ha concedido al PSOE de Pedro Sánchez su formidable victoria”, escribió el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, en El País de Madrid, el domingo 5.

Mientras tanto algunos ciudadanos españoles de a pie gustan decir, con un poco de sorna pero no tanta, que el país ha funcionado bastante bien en los últimos años sin gobierno efectivo. Las cosas pueden seguir así, pues los problemas vienen con el exceso de gobierno.

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