Ricardo Peirano

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Este domingo, la libertad

Lo que debemos preguntarnos es dónde estará el lunes el gobierno uruguayo: con la libertad o con Maduro; ya no habrá tiempo para declaraciones ambiguas
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30 de julio de 2017 a las 05:00
Habrá algunos lectores que dirán: "¡Ufa, otra vez Venezuela!". Sí, Venezuela es como la sopa "al que no le guste, dos platos". Pero ello no es por falta de temas locales –la eventual renuncia del vicepresidente Sendic, el comienzo de dos plebiscitos, uno para derogar toda o parte de la llamada ley de Inclusión Financiera y otro para eliminar por vía constitucional todo impuesto a las jubilaciones dan mucho jugo– sino por la gravedad de lo que puede ocurrir este domingo cuando los venezolanos, no sabemos en qué número, concurran para elegir una muy curiosa y poderosa Asamblea Constituyente. La convocó Maduro el 1o de mayo y promete iniciar una nueva revolución bolivariana, de la cual no se sabe nada excepto que tirará en el cajón de los residuos lo que queda de la democracia venezolana. Veamos por qué.

Es una Constituyente convocada por decreto para elegir constituyentes de perfiles corporativos y, lo más grave, tendrá amplísimos poderes ya desde el momento de su instalación y no solo para redactar una nueva carta magna sino para adoptar medidas dirigidas al presente. Por lo pronto, comenzará a sesionar a las 72 horas de que sus miembros hayan sido elegidos y lo hará en el recinto que hoy ocupa la Asamblea Nacional. ¿Será, como sugiere Human Rights Watch, que no solo ocupará el mismo edificio sino que desplazará esa Asamblea, o que lisa y llanamente la cerrará? Difícil de responder de antemano, pero el hecho llama poderosamente la atención y no es irrazonable dar una respuesta positiva, dado que el grano que le ha surgido a Maduro es la victoria aplastante de la oposición en las elecciones parlamentarias de 2015.

Es más, el propio Maduro dijo por un canal de televisión oficial el pasado sábado 22 estas increíbles palabras: "Desde que perdimos las elecciones del 2015, comencé a pensar en activar el único poder que puede generar algo que sería un milagro político, pasar de una situación de desventaja, de crisis contrarrevolucionaria, pasar a un proceso de equilibrio estratégico, ventaja de fuerza, por eso el poder constituyente se convierte en un desencadenante histórico en una expansión de fuerza revolucionaria". Es decir, Maduro reconoce que la convocatoria de la Constituyente viene ya desde 2015, cuando perdió las elecciones legislativas y la concibe como una jugada para recuperar la ofensiva revolucionaria en vez de ir a elecciones. Es notorio que es una medida destinada a neutralizar la victoria opositora, bien sea clausurando la Asamblea Nacional o simplemente ignorándola por completo y sustituyendo su función legislativa por la que realicen los 545 miembros de la Constituyente.

La Constituyente puede, además, suspender las elecciones presidenciales de 2018. No sería algo raro, dado que Maduro no hizo lugar al referendo revocatorio convocado por la oposición de conformidad a la constitución chavista y postergó sin explicación la elección de gobernadores previstas para 2016. Ello implicaría la eternización de Maduro en el poder, pues en caso de celebrarse elecciones libres es casi seguro que perdería en forma abrumadora.

Otras cosas que podría hacer la Asamblea Constituyente aún sin nueva constitución, según afirma Human Rights Watch, es destituir a la fiscal general Luisa Ortega, otrora partidaria del chavismo pero ahora acérrima crítica del régimen de Maduro. También la misma organización de defensa de Derechos Humanos advierte que podría quitarse la inmunidad parlamentaria, como ha proclamado Diosdado Cabello, uno de los personeros del régimen que parece haber amasado una enorme fortuna de unos US$ 400 millones con su sueldo de general.

Solo con pensar en estas y otras cosas que se encuentran en la esfera de acción de la Constituyente, y para nada delirantes por cierto puesto que han sido enunciadas por Maduro o sus principales adláteres, basta para considerar que mañana domingo en Venezuela está en juego la libertad. Y cuando está en juego la libertad, hay que tomar partido a favor o en contra.

Nuestro canciller Nin Novoa señala que lo mejor que puede pasar es que mañana haya una gran abstención, de modo que por contraposición con los 7 millones de venezolanos que el 16 de julio se manifestaron contra la Asamblea Constituyente, esta carezca de legitimidad o la tenga muy menguada. Ese razonamiento es válido para un país gobernado con racionalidad y respeto de la ley. Pero ¿alguien cree que Maduro dedicará dos minutos a comparar los resultados? Más bien, aunque haya un solo voto, proclamará que esa es la voluntad del "pueblo venezolano". Y si nos ponemos a discutirlo, nos dirá que "se lo dijo un pajarito".

Por ello, este domingo se juega un capítulo importante de lucha por la libertad en continente. Y lo que debemos preguntarnos es dónde estará el lunes el gobierno uruguayo: con la libertad o con Maduro. Ya no habrá tiempo para declaraciones ambiguas, salvo que el gobierno no vea con malos ojos que se instale una segunda Cuba cuando todavía se intenta restablecer las libertades básicas en la primera.

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