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Fernando Cabrera y su nacionalismo

El cantautor presentó en el auditorio del Sodre su nuevo disco Viva la patria
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09 de septiembre de 2013 a las 10:42

Desde hace por lo menos un par de discos atrás que Fernando Cabrera demuestra en cada canción su obsesión por Uruguay. Por su historia, por algunos de sus protagonistas, y también por su presente. De esa contemplación del paso del tiempo en esta penillanura salen las canciones que se agrupan de manera aleatoria en sus discos, porque pertenecen a un mismo corpus.

Cabrera presentó el sábado en el Auditorio del Sodre su último trabajo, titulado Viva la patria, y todo lo del párrafo anterior afloró de nuevo. Más allá del consabido grito, hay que entender esta expresión en su sentido literal: para Cabrera la patria está viva. ¿Dónde? En los hospitales donde nacen los uruguayos. La letra de la canción que da nombre al disco habla de vientres, de derroteros vitales, de calles de la ciudad donde lo parieron a él y a “otros tantos más”, a quienes ahora les canta.

Cabrera revuelve el limo de la historia, colonial primero, oriental después, para desembocar en lo uruguayo, “el Uruguay de los iguales”, fruto de múltiples cruces con inmigrantes con que denomina el tiempo en que nació.

Salta las murallas de la capital y compone Canelones, otra canción que es un gran poema musicalizado. “Convive la nueva maquinaria/con montes que nadie atravesó/con gente que araña con sus bueyes/la tierra que más me alimentó”, dice la letra.

Y desde allí, salta de nuevo al tiempo, que ocupa toda la geografía. Con una anécdota del español Pedro Gronardo, el primer práctico portuario de la bahía allá por 1724, compuso La huella de Montevideo. En Cine religión le canta a las viejas salas convertidas ahora en iglesias.

En Fotoestudio hace un sentido homenaje a un amigo fotógrafo. En Medianoche le canta a su caballo. En Buena madera, a un carpintero. Así, sobre el escenario se formó una troupe de personajes y anécdotas que llenaron el oído y la imaginación.

Bien se puede argumentar que la letra está en primer plano en estas canciones, y el acompañamiento musical (de calidad, sutil y con excelentes ejecuciones por parte de la banda) estuvo en segundo plano. Cabrera desplegó sobre el mantel, antes que nada, sus dotes de poeta. Sí hay en muchos casos una búsqueda de reflejar esos textos con ritmos folklóricos que se hunden en las tradiciones del Plata; sí está el “toque Cabrera” de electrificar una huella o un escondido. Pero las palabras son las que obligan la atención y la tensión, imágenes que evocan objetos que de pronto se vuelven extraños y nuevos por el término que los acompaña, y son ellas las que ocupan la preeminencia.

Los momentos más emotivos del show fueron los que creó él solo, con su guitarra o incluso solo con su voz, produciendo una intimidad elocuente en un espacio tan grande como el auditorio. El artista invitado fue Jorge Galemire, con quien cantó Hijos de la abundancia. Cabrera culminó el recital con un medley de sus clásicos, con la coda de El tiempo está después. Pero durante toda la noche estuvo diciéndonos que el tiempo, en realidad, está antes.

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