Opinión > Editorial

Frágil esperanza coreana

Aceptaron realizar la primera reunión entre ambas Coreas en dos años
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11 de enero de 2018 a las 05:00
Existen dudas sobre la apariencia conciliatoria de los gestos recientes del dictador norcoreano, que incluyeron aceptar una reunión con Corea del Sur, la primera en dos años.

Para muchos analistas es solo una treta de Kim Jon-un para debilitar la alianza surcoreana y de Japón con Estados Unidos, atenuar el clima bélico que persiste en la administración de Donald Trump y, sobre todo, ganar tiempo en su programa de armamentismo nuclear. Ha trascendido que la CIA advirtió a Trump que, si quiere atacar a Corea del Norte, tiene apenas un plazo de tres meses antes de que Kim disponga de un misil intercontinental capaz de descargar una bomba nuclear sobre Washington.

Al menos uno de los presuntos objetivos norcoreanos ya se está logrando. El presidente surcoreano Moon Jae-in, que se mostró siempre dispuesto a cualquier intento de pacificación en la convulsionada península asiática, dio la bienvenida a la decisión de Kim de retomar conversaciones y de enviar una delegación a los Juegos Olímpicos de Invierno en Corea del Sur.

En la reunión realizada en Panmunjom, en la zona desmilitarizada entre dos países que siguen técnicamente en guerra desde el armisticio de 1953, no parece haberse avanzado mucho hacia una relación menos belicosa, excepto por un vago compromiso norcoreano de no quebrantar la paz. Se habló de los Juegos de Invierno y, como ha ocurrido en el pasado, también de la meta humanitaria de reunir a familias separadas desde que el norte se proclamó en 1948 como cerrada nación comunista, con apoyo de la Unión Soviética y China e ignorando el rechazo de Naciones Unidas.

Aunque Estados Unidos aceptó aplazar las maniobras militares que estaban programadas con Corea del Sur, no ha cambiado el ambiente en Washington sobre la necesidad de acabar por la fuerza con la dictadura de Kim si no desmantela su armamentismo nuclear. H. R. Macmaster, principal asesor de Trump sobre seguridad nacional, descartó que las decisiones de Kim en estos días reflejen un cambio de actitud a favor de la paz. Es ciertamente improbable un vuelco sincero en la posición de un hombre firmemente empeñado en el armamentismo nuclear de su país, que mantuvo hasta hace poco sus pruebas misilísticas y que ha amenazado borrar del mapa a ciudades de Estados Unidos, en sus ríspidos intercambios de diatribas con Trump.

De todos modos, los gestos de Kim aportan al menos un período de calma en una situación explosiva. Pero no hay certeza razonable de hasta donde puede extenderse, acercar a las dos Coreas, calmar el clima en el sureste asiático y desactivar la perspectiva horrenda de una guerra nuclear. En medio de esta incertidumbre, le corresponde a China desempeñar un papel decisivo. Corea del Norte depende para su supervivencia del respaldo político y económico de China, a quien le vende más del 90% de sus exportaciones.

Es por ahora una incógnita si en el acercamiento de estos días de Kim a Corea del Sur incidió alguna presión de Pekín, además del obvio intento del dictador norcoreano de poner una cuña en la sólida alianza de Seúl y Washington. El mundo respiraría aliviado si la reunión de Panmunjom fuera el preámbulo de un aflojamiento de tensiones militares que tienen en vilo al mundo entero. Pero es una esperanza frágil, de confirmación tan necesaria como incierta, al menos por ahora.

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