Estilo de vida > COLUMNA/VALENTÍN TRUJILLO

Geometría de la mudanza

El movimiento de cosas y sentimientos implica una descarga física y simbólica que deja cuerpos y almas por el piso, pero trae la chance de volver a empezar
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07 de octubre de 2017 a las 05:00
Las mudanzas, como cualquier viaje, tienen una cualidad temporal particular capaz de adelantar las agujas: siempre empiezan antes. Conllevan las decisiones del lugar elegido para el vuelo de la abeja reina, el traslado de un bagaje que viene acompañándonos desde hace décadas, que en breve aflorará desde los cajones más inhóspitos. La búsqueda del sitio a mudarse es el inicio de la carga de presión sobre la decisión. Significa recorrer espacios vacíos, poblados de la más explícita forma de desnudez, a la espera de recibir nuevos huéspedes: casas mudas, apartamentos yertos, pisos y paredes limpias pero ausentes de humanidad, auténticas postales de la guerra posnuclear, como la zona que rodea a Chernóbil. Finalmente, la compleja decisión se toma, por gusto, necesidad o descarte, y el espacio vacío pronto será invadido y por lo tanto civilizado.

Mientras tanto, en nuestra actual casa comienza el proceso de transformación en región posnuclear: se descuelgan los cuadros de las paredes, las voces dejan de tener contención y los ecos empiezan a ganar las habitaciones, anticipando el vacío. Todo se encaja: ropa, juguetes, objetos de decoración, artículos del hogar, electrodomésticos, vajilla. Las cajas de cartón se acopian en los rincones, el paisaje se vuelve marrón y cuadrado.

Cual arqueólogo de su propia vida, la persona que se muda debe atravesar diversos tiempos vividos, especialmente en fotos y objetos particulares. Un mapa Kapelusz, regalo de mi abuelo; un rollo de fotos nunca revelado, de un viaje con una exnovia, un llavero especial, carné de notas de una nunca olvidada escuela con un ibirapitá, la entrada a un partido importante, un libro que hace años no veíamos, bolsas que esconden documentos o dibujos de bebés que dicen "papá te quiero".
Del reacomodo de cosas y sentimientos se pasa a la más práctica y drástica selección de qué se irá y qué, irremediablemente, quedará por el camino
Recuerdos, circunstancias, nudos del destino que quedan al descubierto en la mudanza, que reinventa las coordenadas de espacio y tiempo, como Kant desde su lejana Könisberg, y crea su propia geometría.

Del reacomodo de cosas y sentimientos se pasa a la más práctica y drástica selección de qué se irá y qué, irremediablemente, quedará por el camino. Las bocas negras de las bolsas de residuos se abren, amplias, ávidas de devorar con velocidad aquello que decidimos, con alguna lágrima escondida, dejar de lado, víctima colateral de la mudanza. Por otra parte, la limpieza externa también puede tener su correlato interno, porque hay objetos y sentimientos que se vuelven invisibles en su camino hacia la basura.

Afuera de las cajas solo queda lo imprescindible: ropa interior, taza del desayuno, cepillo de dientes y lo que uno lleva puesto. Las últimas noches son de despedida con el territorio que nos cobijó durante un tiempo particular. El sentimiento es ambiguo: hay que irse, hay que cambiar de aires, purificarse en otro lugar, pero las vivencias tiran, y las habitaciones lo saben. En el último portazo, la vuelta de la llave en la cerradura retumba y clausura esa época para siempre.

Manos ajenas, extrañas, ayudar en el peregrinar de nuestras cajas en la distancia entre las dos casas. Como un nuevo naufragio invisible, todo llega entreverado a la nueva casa. En un juego casi simétrico, el nuevo hogar al principio presenta los mismos ecos que la casa dejada. De a poco, con los cuadros en las paredes, las cacerolas en la cocina y la ropa en los placares, va cambiando.
La nueva geometría de la mudanza implica adaptación. Al barrio, a la cuadra, a los vecinos, a los comercios. Y, sobre todo, a la nueva casa: en la oscuridad de la noche, cuando los movimientos son casi autómatas y todavía recuerdan las distancias anteriores, el cuerpo y la mente sufren confusiones de puertas, luces, y los dedos de los pies se golpean en los muebles menos previstos.

Cuando se rearman los espacios se produce una dislocación. La casa rearmada semeja un poco la anterior: los muebles y los libros son los mismos, pero están en sitios levemente diferentes, y el puzle que no termina de coincidir se vuelve, muy de a poco, la nueva norma.

Es el inicio de un nuevo comienzo. El aire que se respira es nuevo, los pisos encerados auguran otro brillo, los sueños, lo que vendrá: ¿el futuro tendrá una nueva mudanza? El espíritu gitano de levantar tiendas y proseguir hacia otros caminos siempre se esconde más allá de lo que pueden ver los ojos.

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