Mundo > Alta tensión en Medio Oriente

Golpe táctico de Trump puso en evidencia la respuesta del régimen iraní

Lo único que ahora mismo parece bastante claro en el conflicto entre Estados Unidos e Irán es que Irak seguirá siendo el principal teatro de operaciones
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11 de enero de 2020 a las 05:00

Una semana de que Donald Trump ordenó el atentado que se cobró la vida del general iraní Qassem Soleimani en Bagdad, no ha habido ninguna represalia de mayor trascendencia, como se esperaba contra Estados Unidos o contra alguno de sus aliados en la región. Y en lo único parecido a un talión iraní que ha habido —que fue el ataque a media semana contra dos bases en Irak—, no murió ni fue herido ningún soldado estadounidense, ni de ninguna otra parte.

Algunos incluso se han adelantado a vaticinar que Irán se va al maso en esta y no hace nada, que no tiene cómo responder. Sobre todo después de la negligencia demostrada en el derribo del avión de línea comercial ucraniano el miércoles pasado cerca de Teherán, el cual todo indica que fue alcanzado por fuego antiaéreo iraní por error. 

Si, como se decía, la teocracia quería “salvar cara” después de la histórica provocación de Trump, esto debe de haber representado un bochorno aun mayor.

Aunque hay que decir que tampoco es esa precisamente la forma de represalia que utiliza el régimen iraní. En más de 40 años de conflicto, han aprendido que no se pueden medir a Estados Unidos en una guerra frontal. Lo suyo ha sido la llamada guerra asimétrica: conflictos de baja intensidad, guerras llevadas a cabo por interpósitos actores (sean estos milicias chiítas como Hezbolá, o gobiernos como el de Bashar al Assad), expansionismo territorial y guerra de desgaste contra objetivos militares estadounidenses en la región. Al frente de esta estrategia han estado las Fuerzas Quds de la Guardia Revolucionaria, comandadas hasta la semana pasada por Soleimani.

Basta con repasar un poco esta última escalada del conflicto, para constatar una y otra vez ese modus operandi. Todo empezó en mayo de 2018, cuando Trump decidió abandonar el acuerdo nuclear que Barack Obama había firmado en 2015 con Irán y las potencias del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania. El régimen iraní decidió en cambio permanecer en el acuerdo con los demás signatarios, al tiempo que los europeos intentaban aplacar a Trump para que no le impusiera sanciones económicas a Teherán.

No hubo caso. El neoyorquino no solo restableció las sanciones previas al acuerdo, sino que además redobló la carga con otro paquete severísimo de penalidades que impactaron fuertemente en la economía de Irán. Así dio inicio la política de “máxima presión” de Trump.
Todo esto empeoró aun más la situación interna del régimen, las protestas se empezaron a hacer cada vez más habituales en las calles de Teherán y otras ciudades iraníes; y la represión del régimen, más brutal. 

Para principios de 2019, la situación era insostenible. Es así que en mayo pasado Soleimani diseñó, a pedido del ayatola Jamenei, una estrategia de presión en dos sentidos: por un lado Irán empieza a desconocer en forma escalonada algunos puntos del acuerdo nuclear, y por el otro una campaña de hostigamiento a los petroleros que cruzaban por el Estrecho de Ormuz.

Esta última se extiende luego a territorio de Arabia Saudita, con un sofisticado ataque sobre sus instalaciones petroleras en setiembre; y más tarde a Irak, donde con las milicias chiítas empiezan a hostigar las bases y zonas militares con presencia norteamericana. La idea era desgastarlos hasta obligar a Washington a retirar los más de cinco mil efectivos que mantiene en suelo iraquí. De hecho con quién iba Soleimani cuando lo mataron era Abu Mahdi al Mohandis, el jefe del Kataib Hezbolá, las milicias chiitas que el general iraní financiaba y coordinaba en ese país.

Es de ese modo que el pasado diciembre se terminan cargando a un contratista de Estados Unidos en un ataque con cohetes, y luego tomando por asalto la Embajada de Estados Unidos en Bagdad; lo que para Washington, y muy especialmente para Trump, trajo reminiscencias terribles de la crisis de los rehenes en 1979 y 1980 en la Embajada de Teherán.

Hasta ese momento, Trump había dado señales de que no querer una guerra con Irán. La más clara de ellas había sido en junio de 2019, cuando los iraníes le bajaron un dron de Estados Unidos en la frontera. En el momento en que ya estaba todo preparado para un ataque con misiles, Trump manda parar todo 10 minutos antes del lanzamiento. Esto fue interpretado en Teherán como una señal de debilidad. Creyeron que podrían continuar con su escalada asimétrica sin temer a grandes represalias.

Pero después del asalto a la Embajada, Trump pide a los generales del Pentágono que le presenten opciones de respuesta. Y es ahí cuando, entre otras, le informan que puede ordenar un atentado directamente contra Soleimani, en esta figura tan discutible de los “homicidios selectivos”. Para sorpresa de los generales, Trump escoge esta última. Y se pone en marcha el operativo que la semana pasada acabó con la vida del factótum geoestratégico de la teocracia iraní. 

Por eso la movida de Trump  —más allá del acto de irresponsabilidad que conlleva y de su más que dudosa legalidad— fue un golpe táctico demoledor. Ha puesto al descubierto la escasa capacidad de respuesta del régimen iraní en estos casos, donde hay que ponerse al tú por tú con la primera potencia militar del planeta. Pone un freno no menor al expansionismo iraní en la llamada media luna chiíta, habiendo sacado de juego nada menos que a su articulador. Apaga de un modo suficiente la aureola de victoria que envolvía a Irán  —al menos en el mundo árabe— tras el muy favorable devenir del conflicto en Siria. Y demuestra que Rusia tampoco hace mucho por ayudarle. 

Cierto es que una victoria táctica no significa necesariamente una victoria estratégica. Y que estrategia es, en efecto, lo que Trump parece no tener. Sin embargo, nada hace pensar en una buena salida para Irán de todo esto. Haga lo que haga.

La guerra asimétrica es demasiado lenta para responder a una provocación de este tamaño. Después de todo, le han bajado al segundo de a bordo del régimen. Nada parece suficiente como represalia para salvar cara. Y si llegan a decidir dar un golpe de gran envergadura, la respuesta que recibirán a cambio podría ser fatal. Ya han comprobado que la imprevisibilidad de Trump puede ser extremadamente peligrosa.

La distancia tomada por Rusia parece ahora más elocuente. Moscú ya había dado señales claras de no importarle demasiado Irán cuando Israel atacó varias veces instalaciones de Soleimani en territorio sirio cerca de la frontera con Israel. El Kremlin no hizo absolutamente nada entonces, a pesar de que siempre fue avisado de las acciones por el gobierno de Israel al más alto nivel.

Esto ahora viene a confirmar el poco interés de Rusia en defender el expansionismo iraní en Medio Oriente; un expansionismo que por lo demás no favorece en absoluto al esquema que Rusia quiere consolidar en Siria, donde lo que le interesa es estabilizar el control territorial, pacificar la zona y garantizar el gobierno de Bashar al Assad sin sobresaltos. El accionar de Irán en el Levante entorpecía este cometido de Putin. De hecho cuando fue preguntado sobre el atentado a Soleimani y, en concreto, sobre si eso podría desatar “una Tercera Guerra Mundial”, el líder ruso sonrió y citó a Einstein: “No sé cómo será la Tercera Guerra Mundial, pero la cuarta se peleará con palos y piedras”. 

Malas noticias, pues, para Irán, que no parece encontrar nada a favor en esta crisis. Se dirá que ha unido a los iraníes, que como en toda guerra hay un mayor grado de cohesión interna, y que la disidencia decae. Desde luego, pero no confundir: esos iraníes educados, seculares y liberales que este año salieron a protestar, siguen aborreciendo la teocracia, la sociedad religiosa y el régimen en general. El grado de cohesión aumenta pero entre los ya adictos al régimen, que tampoco son pocos. Pero no es que la escalada del conflicto con Estados Unidos, ni este episodio en particular, vayan a convertir a esos disidentes iraníes en lo que no son. Si acaso, los silencia; pero en caso de debilidad del régimen, o peor aun, de traspié, el desenlace más inesperado podría ser el que tenga lugar puertas adentro de Irán.

Hacia afuera el régimen seguirá con la guerra asimétrica y la estrategia de hacer daño a mediano plazo, presionando sobre objetivos estadounidenses. Pero hasta para eso ahora le hará falta lo más importante: nada menos que el cerebro de la operación. Es posible que logren remplazar a Soleimani; lo que no va a ser es fácil; mucho menos, rápido.

Lo único que ahora mismo parece bastante claro es que Irak seguirá siendo el principal teatro de operaciones. Es allí donde antes se pueden empezar a definir los tantos de este enfrentamiento. Y a largo plazo, habrá que estar atentos al hecho de ahora sí Irán se ha retirado por completo del acuerdo nuclear. Y eso no pueden ser buenas noticias para nadie .  

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