Opinión > Magdalena y el bibliotecario inglés

Imagen de Navidad y La alegría completa de Belén

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22 de diciembre de 2019 a las 05:00

Estimado Leslie:

Imagen de navidad 

Faltan pocos días para Navidad,  y hace un momento estaba recordando que el año pasado reflexioné con usted acerca de la importancia del silencio para poder pensar.

No sé en Oxfordshire, pero aquí ésta es una época especial -de inusitada vorágine, digamos- para la acostumbrada parsimonia montevideana. Diciembre es un mes bisagra, que se presta para los clásicos balances personales de fin de año. En medio del ajetreo, en su fuero más interno, nuestra mente rumea en torno al año que ya fue, proyectándose, a su vez,  hacia el que ya vendrá.  El problema es cuando el balance da negativo en algo (¡y siempre hay algún algo colgando de la incómoda columna del “debe”!), y queremos resolverlo rauda y velozmente para acompasarnos al “Año Nuevo, vida nueva” del refrán popular. Pero vida nueva no es sinónimo de vida buena: para la novedad basta con el impulso reactivo, mientras que lo bueno nos demanda un cuidadoso examen reflexivo. El impulso sí es efectivo a la hora de correr una maratón, por ejemplo, donde el recorrido ya está prediseñado de antemano y para llegar a la meta no se necesita deliberar acerca de qué rumbo tomar. Los caminos de la vida, en cambio, se hacen al andar (no lo digo yo, sino Antonio Machado), y cuánto más examinados más auténticamente nuestros serán.  Nadie tiene la bola de cristal, y errare humanum est, pero cuando andamos el camino de la vida a conciencia, no hay errores que lamentar, sino desaciertos de los cuales aprender.

Pero volviendo al principio: hay un pasaje de la Biblia en el que Jesús dice, “pedid, y se os dará”. Y, efectivamente, aquel silencio que pedí hace un año en mi carta, se me dio hoy, mientras armaba el pesebre y el árbol de Navidad.  Fue un silencio raro, desacostumbrado, hasta inquietante, le confieso. Porque me hizo caer en cuenta de que, por primera vez en 25 años, faltaba el jolgorio de mis hijos desempacando el pesebre y colgando las guirnaldas y luces en el árbol.  Y pensé en la inclemencia de Chronos que, sin pedir permiso, se lleva inevitablemente la infancia de nuestros retoños. 

Acaso sí un pan, pero jamás encontraremos un manual de instrucciones  bajo el brazo de nuestros hijos. El arte de ser padres se aprende con la práctica (distinta para con cada hijo), pero a diferencia de otras artes ella se hace más difícil cuánto más experimentados nos tornamos.  Ser madre de mis niños no fue exactamente fácil, pero ¡cuánto más desafiante es serlo cuando empiezan a andar su propio camino!

Y, así, pensé también en Nietzsche (sí, para cada pregunta de la vida siempre encuentro una reflexión atinada del maestro): el sostuvo que sólo nos es lícito desear un hijo cuando deseamos concebir a alguien que sea mejor que nosotros mismos. Suena a perogrullada, es cierto, pero la realidad no siempre condice con las ondas que propaga. Porque la demanda de Nietzsche nos exige reconocer que no siempre sabemos qué es lo mejor para nuestros hijos. Y, más aún, querer que sean ellos mismos los que puedan decidirlo, andando caminos que nosotros difícilmente osaríamos transitar. Ya no se trata de que nuestros hijos puedan ser la mejor versión de nosotros mismos, sino una versión superada. Esto nos fuerza a vencer el tan humano temor a que sufran, a que se equivoquen o desafíen nuestras propias convicciones respecto a lo que es una vida valiosa o significativa. Para ser consecuentes con la voluntad que nos reclama Nietzsche, debemos debatirnos con la propensión a proyectar el camino de nuestros hijos, porque la vida no es una maratón y, ya lo dijo el “poeta del exilio”; nuestros hijos no son nuestros, sino de la vida deseosa de sí misma.

Por último, ahí frente al pesebre, pensé en María. Y me di cuenta que, hasta ahora, nunca había reparado en lo difícil que debe haber sido para ella ser la madre de un hombre como Jesús. No en vano el mismo Nietzsche (y esto sorprenderá a  unos cuantos desorientados) consideró a Jesús un “espíritu libre” que no se atuvo a leyes ni dogmas,  un “gran simbolista” que concibió al reino de Dios como un estado del corazón. 

Así, hoy, pude imaginar a Nietzsche pensando en María cuando escribió, “El país de vuestros hijos es el que debéis amar”. Y sentí que, sin duda, valió la pena pedir este silencio.

Hasta la semana que viene, estimadísimo Leslie. Espero que tenga una muy feliz Navidad junto a María y sus hijos.

La alegría completa de Belén

Estimada Magdalena:

Es encantador cómo se va creando el ambiente de Navidad:

Los días se van haciendo más cortos, y el invierno nos recoge en nuestras casas, casi a la fuerza. Ha estado lloviendo mucho estos días en Oxford, y no parece que vaya a parar pronto -pero no me bajaré tan fácilmente de mi bicicleta. Los distintos edificios se van aquietando, porque muchos estudiantes regresan a pasar las Fiestas con sus padres. El Trinity College no es una excepción y, antisocial como soy, es para mí un placer sentirme ¡por fin! solo con mis libros. (Pero como en el viejo chiste, ni los libros son míos, ni llego nunca a estar completamente solo).

Esta mañana, la tendencia hacia un mayor silencio fue rota por un ayudante mío al que no obstante aprecio sinceramente. El joven Aahan, -un estudiante de Arqueología, de apariencia india, pero con un inglés digno de Claire Foy, cuando Claire Foy imita a Su Majestad la Reina-, reconstruía con la ayuda barata de Google Maps, frente a un grupo de compañeros de estudios, la ruta de 160 kilómetros que presumiblemente siguieron José y María para llegar desde Nazaret a Belén, en los días del nacimiento de Cristo. Inmediatamente captó mi atención. Los estudiantes de Arqueología, si usted recuerda las películas de Indiana Jones, se cuentan entre los más entusiastas y detallistas que cabe imaginar de modo que, en aquel rincón de la biblioteca, salieron a relucir detalles que, aún para alguien que ha leído muchas veces los Evangelios, podrían pasar desapercibidos.

¿Sabía usted que Jesús nació durante el reinado del emperador Augusto y en los últimos años del Rey Herodes el Grande? Ambos aparecen en buena cantidad de textos antiguos (Suetonio, Tácito o Flavio Josefo, he aprendido hoy), en los que también se nombra a Jesús. Con estas referencias, Dionysius Exiguus, un monje que vivió a comienzos del siglo VI en la actual Bulgaria, trató de calcular el año exacto de su nacimiento. Lo hizo tomando como base el antiguo calendario romano. Y determinó que Jesús había nacido en el año 753 desde la fundación de la ciudad (Ab Urbe Condita). Ese momento, gracias a la investigación de Dionisio, pasó a ser el momento 0 de la Era Cristiana - AD, o Anno Domini. (Luego, la moderna investigación histórica ha adelantado al 748 esa fecha -lo cual tendría como efecto que en realidad quizás estemos en el 2024 y no en el 2019…- Pero dejo para Aahan los detalles).

Ya en ambiente, por la noche, me acabo de sentar a leer su carta frente al Pesebre de mi casa. De su mano, Magdalena, pasé de los datos de la historia, a la vida familiar de un joven matrimonio y un Niño recién nacido.

¿Qué es lo que nos fascina tanto del Pesebre de Belén? La escena tiene el poder de convertir a cualquiera que la mire en un contemplativo. ¡Mire lo que ha hecho con usted y conmigo! Como en el cuento de Andersen, La Pequeña Vendedora de Fósforos, las paredes materiales del Pesebre se desvanecen y, por un momento, podemos contemplar el Cielo. ¿Qué es, si no, esa alegría que sentimos crecer en nosotros mismos?

Por aburrirla un poco con mis propios pensamientos, le diré lo que creo: y es que el Pesebre representa el triunfo de esta idea tan atractiva, tanto para los verdaderos sabios,  como para los minimalistas de salón: que se puede ser feliz con muy poco. O, en todo caso, la constatación de que eso sucedió al menos una vez. Hay ahí una verdad que no deberíamos dejar escapar.

Pero no estoy pensando en un desasimiento a lo Buda que finalmente es maniqueo, pues supone una mirada negativa sobre lo material. El Pesebre es otra cosa. Es la alegría de María y de José. Una alegría que no nace de tener poco o mucho, sino de que aquello que tienen no les podrá ser quitado.

Curiosamente cuando treinta y pocos años más tarde el Niño que hoy vemos nacer en un establo estaba a horas de morir crucificado, evocó quizás esa escena que su Madre le habría contado mil y mil veces. Y les dijo a sus amigos que les dejaba, como un regalo, la alegría completa. Completa porque, dijo, nadie se la podría sacar.

En algunas de sus famosas postales navideñas Margaret Tarrant expresa con fuerza esta idea: la alegría es mirar al Niño Jesús.

¡Feliz, Feliz Navidad, Magdalena!

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