El verano está ahí, a la vuelta de la esquina. La muerte también, pero no hemos venido a amargarnos la vida. Hemos venido a hablar de los helados o, más precisamente, de la forma más decente de tomarse una de las mejores cosas que le han pasado a la humanidad desde el invento de la rueda.
El acto de tomarse un helado, el disfrute que provoca ese hecho no puede ser tomado a la ligera. Para empezar, al helado se lo consume en un cucurucho sobre el que deben estar montados no más de dos gustos. Elegir tres sabores es una demasía que revela cierta inclinación por los entreverijos. La elección del vasito es una mariconada sin sentido.
Además, los gustos elegidos no deberían perpetuarse en lo clásico (chocolate, crema, frutilla) pero tampoco conviene abismarse en helados sabor chicle o tutifrutti. Atrévase cada tanto a una crema tramontana o a un doble sambayón. Sepa que el pistacho le está vedado a los paladares sensibles y que la crema del cielo debería estar prohibida.
El helado se toma en las heladerías y debe ser servido por mujeres. Los hombres heladeros son escasos y sospechosos –no confundir con los heladeros de carrito- y eso de pedir medio kilo de helado al delivery –de cinco gustos diferentes- solo puede dejarnos hastiados, con las papilas gustativas confundidas y con la boca congelada.
Evite las heladerías con más de seis sucursales. Allí no ofrecen helados, apenas venden una crema chirle y sin gusto que nos hace añorar el helado de agua y limón que la abuela nos preparaba en las cubeteras del refrigerador.
En otro orden de cosas, la cucharita de plástico puede darnos una mano frente a alguna emergencia; pero ese postre con forma de huso irregular que es el helado debe ser consumido, preferentemente, esmerándose con los labios y la lengua. No le otorgue una lectura freudiana a este consejo. No sea guarango.
Compartir helados es propio de enamorados; compartirlo con la persona amada es una fiesta. Eso sí, para una primera cita elija llevarse a la boca cosas más prácticas que no le dejen la cara y las manos llenas de antiestéticos chorretes que no sabrá adónde limpiarse.
Haga el favor: deje librado al azar la ubicación de los dos gustos de helado que elegirá poner sobre el cucurucho. No intente torcer el destino con el simple objetivo de comerse el cucurucho con el último resto de dulce de leche.
Y una última cosa: el helado debe dejarnos con ganas de más helado. Con esa sensación de que no estamos del todo saciados que deja un buen libro o una buena noche de amor.
Ahora sí, corra a la heladería más cercana y tómese el helado que quiera. O tómese en serio los consejos de esta crónica y conviértase en un sibarita canalla que anda metiendo cuchara a dónde nadie lo llamó. Usted elige.
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