Después de un derretimiento histórico en febrero, durante el verano austral, la Antártida no consiguió recuperar sus niveles de hielo marino y perdió una porción de casi 2,5 millones de kilómetros cuadrados, dinámica que pone al continente blanco en el punto más crítico desde que se tiene registro.
Mientras en el hemisferio norte la ciudad de Phoenix, en el desierto de Arizona, registra desde hace un mes temperaturas máximas del orden de los 43°C y hasta los cactus se ven afectados o mueren, el invierno austral no proporciona las temperaturas adecuadas para que la Antártida se reconstruya.
Aunque la situación no debería despertar el alarmismo, los expertos explican que debe ser monitoreada porque el hielo marino estuvo bajo en 2022, muy bajo en 2023 y muy por debajo de los promedios en 2010.
A diferencia de los estudios realizados en el Ártico, que muestra una indudable tendencia a la pérdida de hielo, en la Antártida es difícil afirmar que se esté produciendo el mismo fenómeno.
El continente posee el 90% del hielo mundial. La cobertura, conocida como “manto de hielo”, es una masa de origen terrestre formada por la acumulación y compactación de nieve durante un proceso que tarda miles de años y cuya su prolongación sobre el mar constituye la plataforma de hielo flotante.
Alrededor del continente, el hielo marino formado a partir del agua del océano aumenta en invierno y decrece en el verano. Sin embargo, la Antártida no está exenta del cambio climático. En un contexto del calentamiento planetario, el incremento de la temperatura a altas latitudes es más fuerte que el aumento de la media global, fenómeno se le conoce como “amplificación polar”.
La suba de la temperatura cerca de la superficie contribuye a la fusión del hielo, lo que a su vez contribuye al aumento de la temperatura. La razón es que la fracción de energía solar que se refleja en la superficie del océano y el suelo subyacente es inferior a la del hielo.
La banquisa de la Antártida tenía a finales de junio un déficit de 2,5 millones de kilómetros cuadrados, según el observatorio europeo Copernicus. Desde febrero pasado, el continente se recupera con un ritmo inusualmente lento, a pesar de la llegada del invierno en el hemisferio sur. Por ejemplo, la superficie de hielo marino en junio fue de 11,5 millones de kilómetros cuadrados, un 17% inferior que la media de los últimos 10 años.
“Es un acontecimiento inédito y preocupante”, confirma Jean Baptiste Sallée, oceanógrafo y climatólogo del Centro Nacional francés de Investigación Científica (CNRS). “Es algo nunca visto. La pregunta es: ¿entramos en un nuevo régimen? Es demasiado pronto para responder”, subraya.
Hasta hace poco, la capa de hielo parecía escapar al calentamiento global. Durante 35 años, se mantuvo estable, o incluso aumentó ligeramente, alcanzando en septiembre de 2014 una extensión récord de más de 20 millones de kilómetros cuadrados por primera vez desde 1979.
“En 2015 cambió todo. En 2 o 3 años se perdió lo que se había ganado en 35 años”, explica François Massonnet, climatólogo de la universidad católica de Lovaina, en Bélgica.
El retroceso del hielo marino sería coherente con el cambio climático. Sin embargo, los investigadores se resisten a establecer un vínculo formal por la dificultad que tuvieron en el pasado trabajando sobre modelos climáticos para predecir los cambios en la capa de hielo antártica.
Lo que nadie duda es que la reducción del hielo marino podría agravar el calentamiento global. El océano, más oscuro, refleja menos los rayos del sol que el hielo blanco, por lo que almacena más calor. Al derretirse, la capa de hielo también perderá su papel de amortiguador entre las olas y el casquete polar, lo que podría acelerar el flujo de los glaciares de agua dulce hacia el océano.
Además, la retirada del hielo marino amenaza el ecosistema. “El hielo forma terrazas, túneles y laberintos que sirven de refugios donde los animales pueden ocultarse de los depredadores”, explica Sara Labrousse, investigadora en ecología polar del CNRS.
El casquete alberga krill, crustáceo que se alimenta de algas de hielo, antes de ser ingerido por ballenas, lobos marinos, focas y pingüinos. “El hielo marino es también una zona de descanso, de muda y de reproducción para muchos mamíferos y aves marinas”, añade Labrousse.
(Con información de AFP)
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