Ahora se invoca el ahorro, sagrada palabra que las buenas madres y los buenos padres de familia inculcaban a sus hijos antes de la explosión del consumismo. Y si se habla a nivel de Estado, la astucia es exhibir un monto de ahorros asibles por cualquier ciudadano común, como contrapartida de despilfarro también medido en magnitud doméstica. Pero sin caer en el ridículo, porque eso también lo perciben los ciudadanos. Cuando lo que se pretende ahorrar no está en consonancia con los efectos que se producen, la astucia deja de ser astucia, la piel deja de revestir las reales intenciones y aparece a ojos vista lo que se quiso ocultar. Una cosa es ser astuto y otra subvalorar la inteligencia de la gente.