Opinión > OPINIÓN / NELSON FERNÁNDEZ

La celeste y el país: que broten nuevos sueños

¿La identidad que refleja la selección se compadece con la matriz de la sociedad?
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07 de julio de 2018 a las 05:00
El fútbol es una carta de presentación de los países, una especie de espejo sobre las características de pueblos. Podemos ver algunos ejemplos, seguramente con simplificaciones, pero con una aproximación a lo que se ve en la cancha y en la vida.

Los alemanes reflejan poder y disciplina, potencia.

Los franceses lucen elegantes, desde la casaca hasta el toque; con un juego que seduce, atrae.
Los italianos son desfachatados, muy cerrados atrás y abiertos cuando van al frente, y sin disciplina, como el tránsito en Roma.

Los brasileños son alegres, con movimientos que tanto sirven para el sambódromo como para una cancha de fútbol.

Los argentinos combinan la actitud del petitero porteño con la viveza criolla del provinciano.
Los ingleses fueron los que inventaron el juego, y a la hora de salir a la cancha van como embanderados por la corona. Ingleses, son ingleses.

¿Y Uruguay?

El fútbol uruguayo se ha visto en el exterior como reflejo de una "garra charrúa" que obedece a una figura creada artificialmente, sin vínculo con la realidad. Ni los charrúas tuvieron una influencia en el proceso del pueblo oriental, ni hay transmisión por herencia de alguna identificación.

Y lo de "garra" entendida en la acepción de "fuerza" o "empuje" podrá tener un vínculo con el esfuerzo de los inmigrantes que llegaban al país con una mano atrás y otra adelante, sin más que sus ilusiones de asentarse y buscar progreso.

Primero se le mencionó como "garra celeste" y luego se le dio un componente "charruista" que no se sostiene. Aquello fue un invento, una "licencia" poética de algún periodista deportivo, que luego se transmitió por cierta simpatía que esa imagen generaba, y también por aquello de repetir porque sí.
Lo cierto es que el fútbol uruguayo deslumbró al mundo al inicio del siglo XX, por talento inusual de su época, no por fuerza rebelde de tribu, sino por virtud de un fútbol visto como una sinfonía. Así está registrado en las crónicas de diarios de 1924 y 1928, cuando los uruguayos eran ovacionados con admiración. Aquello era talento y no ganar fuera como fuera.

Con el tiempo, alimentado por algunas conductas, condimentadas con leyendas y algunas victorias épicas impropias para un país de poco tamaño y colgado al sur del mapa, la identidad de la celeste quedó asociada a "la garra". Como para tener una explicación racional de algo que no podía creerse.
Este viernes 6 finalizó el contrato de la AUF con Oscar W. Tabárez, y el presidente del fútbol uruguayo ya anunció voluntad de renovar la relación. Justamente la estrella uruguaya de este mundial no fue un delantero, ni un capitán, ni una figura de revelación, sino que fue el director técnico.

Llovieron elogios en medios de prensa internacional (Europa, EEUU y Sudamérica) al "producto Tabárez", y eso se extendió a una especie de lecciones para conducción empresarial.

La selección uruguaya ganó reconocimiento en el Mundial Rusia 2018, con especial destaque a la conducción y liderazgo de Tabárez, y dentro de esos reconocimientos, los más fuertes han llegado de Argentina en comparación a lo ocurrido con la "albiceleste", desde la AFA, al DT y sus jugadores.

¿Qué fue lo que se destacó de la celeste?

¿Cuál fue la identidad que transmitió la selección y cómo puede verse como reflejo de una sociedad?

¿El Uruguay sería un país mejor si la "cultura" de esta celeste se reflejara en un comportamiento del país?

Los destaques a la celeste han estado en un decálogo de virtudes:

(I) planificación de largo plazo,
(II) conducción con liderazgo y respaldo,
(III) comportamiento disciplinado del grupo, y concentración en el trabajo,
(IV) entrega permanente,
(V) solidaridad de equipo,
(VI) y lo anterior, sin taponear lucimientos personales,
(VII) clima afectivo, con dosis de alegría (disfrutar de lo que se hace);
(VIII) orgullo del país que se representa y de sus símbolos (himno, bandera, casaca ...),
(IX) responsabilidad con su gente, y
(X) empatía con los de afuera.

Ese combo de factores representa este ciclo de la selección pero no es un reflejo del Uruguay. El país paga la culpa de fuerte dosis de improvisación, de pereza expresada en el "mínimo esfuerzo", de envidia para impedir lucimientos ajenos, de malhumor sin motivo, de escasa adhesión a una causa nacional, de falta de responsabilidad, de reclamo de derechos sin reparar en las obligaciones, de falta de compromiso... No es así todo el Uruguay; no se trata de un rejunte de holgazanes, porque hay decenas de miles que madrugan con el sacrificio a cuestas, pero el país, como país, es una masa pesada, que se mueve lento, con trabas en cada paso, con pereza.

De la misma forma que a los orientales les queda por saber qué hubiera pasado en Brasil 2014 si Suárez no hubiera sido sancionado, o en Rusia 2018 si Cavani no se hubiese lesionado, al Uruguay le resta por saber qué sería de sí como nación, si aplicara ese decálogo de un equipo futbolero.

En la conferencia de prensa posterior al partido, Tabárez dijo que con la derrota ante Francia, "lo único que se terminó fue un sueño" pero que enseguida "vendrán otros sueños y hay que perseguirlos y tratar de concretarlos", y aludió a una canción del grupo Pareceres por esta estrofa: "Descolgate del cielo, como lluvia de enero / Dale vida a la gente y siente / Aunque tú no lo veas, mójale las ideas / Que broten nuevos sueños, siempre".

El Uruguay renovará un sueño de copa de fútbol, regional o mundial, pero ahora tiene un quinto puesto a nivel mundial, que no es poco.

¿Qué debería hacer el país para llegar a un puesto bien arriba en el ranking de países prósperos y de Desarrollo Humano?

¿Podrá reunir condiciones aunque sea para intentar un salto de magnitud? ¿La sociedad uruguaya estará a la altura de ser reflejo de esa identidad celeste que se ha tomado como ejemplo?

Que broten nuevos sueños. Pero no alcanza con soñar. Hay que hacer.

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